A todos aquellos que nos gustan los libros somos propensos a realizar compras compulsivas de estos. Este para cuando termine de leer el que estoy leyendo, este otro lo leeré después, este lo compro porque me han hablado muy bien de el, y este otro porque me gusta la editorial que lo publica y así un sin fin de razones que nos damos para tener la excusa apropiada en el momento justo para entrar en la librería y salir con un ejemplar, que luego colocaremos en nuestra biblioteca y leeremos o no.
Al realizar esto nos convertimos en coleccionistas, vamos acumulando una biblioteca de la que estar orgullosos y fuente de entretenimiento y conocimiento, seriamos casi como un bibliótafo, aunque este termino es más para aquellos considerados “cazadores de libros”. Sus vicios son muchos, sus cualidades negativas y sus costumbres completamente imposibles de averiguar. Su modo de vida es la de acumular libros como otros acumulan vulgares riquezas. Los coleccionistas de libros siempre han sido gente muy peculiar.
Para retratar este tipo de personas hay un relato breve, magnífico y muy bello, un pequeño gran clásico de las letras norteamericanas, “El bibliótafo” del crítico literario, editor y profesor de literatura inglesa y americana Leon H. Vincent (1859-1941), editado por la editorial Periférica y publicado por primera vez en 1898 e inédito hasta ahora en español. Cuenta las divertidas aventuras y anécdotas, de viaje en viaje, de un peculiar coleccionista de libros. Un bibliótafo entierra libros; no literalmente, pero a veces con el mismo efecto que si los hubiera metido bajo tierra. Acumuló sus libros durante años en el enorme desván de una granja del condado de Westchester. Cuando aquella biblioteca ya no cupo en el desván la trasladó a un gran almacén del pueblo. Era la atracción del lugar. Pero por extraño que parezca, las conversaciones de este gran coleccionista giraban menos en torno a los libros acumulados que a los hombres que había tras ellos, o a los que conocía a partir de ellos.
“Para ser un verdadero bibliófilo uno debe parecerse a Heber y comprar libros
como un caballero, un erudito, y un loco”.
Richard Heber (1773-1833) fue un coleccionista y editor inglés. Se calcula que la ambición coleccionadora de Herber le llevó a atesorar no menos de 150.000 volúmenes a lo largo de su vida, en diversas lenguas, omnivoramente, francés, portugués, español, griego, latín y, por supuesto, inglés, pero el bibliógrafo Seymour de Ricci calculó que esa cifra podría fácilmente doblarse hasta alcanzar los 300.000 libros. De hecho, para almacenar tan ingente y creciente cantidad de ejemplares -adquiridos en todas las subastas de Londres-, Herber adquirió ocho casas, cuatro en Inglaterra y otras cuatro repartidas por el continente europeo, en las ciudades de París, Bruselas, Gante y Amberes para guardar dichos volúmenes.
“Se supone que una biblioteca es suficiente para un hombre,
pero no para este”.
Le acusaban de cometer pecado por comprar demasiadas copias de libros, pero lo explica así el porqué:
– Una para exhibirla.
– Otra para uso propio.
– Otra para el uso de los amigos.
Lo que satisface a un coleccionista a otro le puede aborrecer. Ellos difieren entre si, uno los compra para leer, otros para contemplarlos y un tercero puede atrincherarlos detrás de un cristal y guardarse la llave en el bolsillo.
La faceta más interesante del protagonista de este ensayo es la de comprador y enterrador de libros. No sólo es necesario que un coleccionista sepa con exactitud qué libro quiere; es incluso más importante que sea capaz de reconocer un libro como el libro que quiere cuando lo ve. La teoría del bibliótafo es que el coleccionista debe ir al libro, no que el libro venga a él. Adora la autenticidad su amor por lo genuino es superado por su desprecio hacia lo espurio.
En definitiva es un relato que aunque tenga más de cien años y la cultura sobre el libro que se tenía en esa época es bastante diferente a la que nos encontramos actualmente, te hace pensar que el libro en papel no puede desaparecer, estas personas, entre otras seremos capaces de que el libro siga perdurando de forma física y no se pierda entre los ceros y unos de unos soportes que nos tienen a su merced.
El bibliótafo // Leon H. Vincent // Editorial Periférica // 14, 75 euros
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