“Un metro cubico de aire caliente levanta un cuarto de kilo; de hidrogeno, medio kilo, y de helio, un kilogramo”… De reglas simples, preciosas como el horneado de un pan e inexorables como una tormenta con naufragio, se hizo en otro febrero del año 1992 una gran aventura española.
Buscando los vientos que guiaron a Colón en su tercer viaje, empleando el mayor enemigo de cualquier punto fijo en un mapa, esto es un globo, mi amigo Jesús González Green y Tomás Feliú Rius cruzaron el Atlántico y el invierno oceánico, y tras 135 horas en que estuvieron a punto de naufragar, culpa de una tormenta que les creció a la altura de El Hierro. Tuvieron que desprenderse de casi la mitad de todo el equipo y material que portaban. Tras casi seis días de navegación llena de incertidumbre, poniendo en juego la vida, ambos lograron el récord del mundo de permanencia y de distancia cruzando hasta un punto denominado Maturín (Venezuela), alcanzando América.
La aventura es el único escepticismo que deberíamos permitir en derredor de nuestros límites. Hoy, traspasadas las puertas de la nanotecnología o la computación cognitiva cuando los denominados récords ya han logrado circunnavegar el planeta en globo, el alcance de aquél logro del año 1992 no ha perdido su significado, ni los mantos de yedra cubren el impacto de lo que entonces representó. Aquellos dos compatriotas rompían el dogma y la duda, la cara y el envés de un horizonte demasiado fijo, familiar e inconmovible por demasiado tiempo, con un globo el “Ciudad de Huelva”, de gas y aire caliente, sobrepasando unas tremendas dificultades y allá donde muchos habían fracasado encarando por la vía de ponente la primera travesía atlántica. Los vientos hispanos, los alisios, vientos no muy rápidos pero rudos, compañeros de tormentas, donde las ráfagas y la lluvia son parte de su carácter. Y alisios fueron los comentarios de Camilo José Cela ante la gran hazaña.
Las aventuras construyen grandes relatos, nuestra evasiva significación se asoma intrigada hacia aquello más universal de nuestra humanidad que rompe su cáscara de identidades nacionales, idiomáticas o geográficas, su mismo contorno del tiempo, y nos llama a todos con una misma voz.
Jesús González Green ha coleccionado unas cuantas. Empujar aunque sea por un metro nuestro horizonte debiera bastar como meta de cualquier vida…Pero parece ser que no para este hombre.
El Museo del Río
Una nueva apuesta, en mucho equiparable a la travesía atlántica, esta siendo su proyecto de Museo del Río. En la potencia cultural y monumental del Sevilla, la memoria del río, el único donde desembocaban todos los océanos, es una propuesta pendiente. Otras ciudades están sacando de sus ríos históricos, como Londres, un enorme partido. El propio concepto revalorizaría un trayecto del Guadalquivir, de Córdova a San Lúcar con el eje de Sevilla que por varios siglos fue parte del camino necesario, a veces complejo, de la humanidad. Un sueño lleno de valor y de sentido de la oportunidad que Jesús planifica desde hace varios años, como aquella travesía atlántica del año 1992. Pero el proyecto ya tiene forma y algunos apoyos. El Río de los Galeones, el Guadalquivir, en tiempos de sequía sigue desbordando sus aguas de historia, el Museo del Río es un puerto para ese trayecto que continúa. Sevilla, la ciudad que junto con Lisboa dio la universalidad a Europa debe preservar esa memoria y no sólo a los españoles. El Guadalquivir sabe bien la fragilidad de la memoria y la injustivcia que la rodea, memoria que merece un refugio frente a esos lobos que nos persiguen por entre los siglos, hijos de nuestro carácter: el olvido, la tergiversación y el desinterés.
El proyecto ha analizado incluso una posible rehabilitación o significación del Muelle de las Muelas, bien conocido de los galeones históricos, de hecho de aquí partió la expedición de Magallanes y Juan Sebastián Elcano para realizar la Primera Vuelta al Mundo el 10 de agosto de 1519.
Desde Córdoba hasta Sanlúcar, durante siglos no había un trayecto por mar a cualquier otro continente, una gran aventura, un conocimiento prohibido, un producto exótico que no partiera o arribara a aquel río y a aquella ciudad.
Si en la historia oscura ya aparecía como “Tharsis”, por donde navegaba el comercio entre el Rey Salomón y el Rey Argantonio de Tartessos, para los fenicios “Baeti”, “Betis” para los romanos y “Wad el Kevir” para los árabes. Quizá Guadalquivir no sea su último nombre, las poblaciones civilizadas más antiguas de occidente bien pueden sonreírse con esa idea.
González Green especula con la posible recreación de una nave romana de las que hacían el tráfico fluvial con Córdoba, como consta en una piedra esquinera de la base de la Giralda, en memoria del patrón Sextius, de la Hermandad de Navegantes fluviales.
Incluso una vikinga…. Por el Guadalquivir subieron las llamas de los vikingos, y si bien la destrucción no faltó aquel año 844 del califato Omeya, a qué precio para los destructores… muchos de ellos acabaron en los campos, las galeras y los serrallos de los hispanos árabes o vendidos como una exótica carne en los burdeles del Mediterráneo.
Entendido el control del río como prioridad estratégica, en tiempos de Alfonso X, Sevilla recibía diariamente barcos de Génova, Portugal, Inglaterra, Pisa, Lombardía, etc…
Pero, sin duda, lo que demostraría el papel fundamental del eje del Guadalquivir su carácter de frontera con el resto del mundo y lo que ha marcado mayor impacto histórico como ciudad, serían las hazañas, muchas de ellas increíbles, de la era de los descubrimientos.
La reina Isabel la hizo Puerta de Indias el 20 de Enero de 1503, en su Corte reunida en Alcalá de Henares; Allí situó la Casa de la Contratación, la institución de comercio más grande de la historia, una organización con más poder y alcance durante varios siglos que la actual Organización Mundial del Comercio, por donde habían de pasar los conocimientos y las mercancías entre España y todas las Indias.
En las gradas de la catedral se arremolinaban marineros, soldados de fortuna, navegantes, aventureros… tantos que el Cabildo instaló unas vallas de cadenas para evitar que entrasen con las caballería al interior del templo.
Los ricos comerciantes del primer comercio global que habitaban grandes casas palaciegas, que a su vez atraían a artistas, pintores de Flandes, Nápoles, Venecia, Florencia, cortesanos, científicos, aventureros que preparaban expediciones y grandes negocios ultramarinos.
Así, en el s. XVI, llegó sin duda Sevilla a ser la Ciudad más importante de Europa. Nueva York es la Sevilla de hoy.
– ¡Voto a Dios, que me espanta esta grandeza! y que diera un doblón por “describilla”, porque ¿A quien no sorprende y maravilla, esta máquina insigne, esta riqueza? –gritó Miguel de Cervantes cuando vio aquello.
Propicias han sido a otras ciudades que tienen la suerte de tener un río, mostrar con orgullo, las herencias de su Historia, para aumentar su renombre y el interés por conocerlas y visitarlas. En Paris, como destaca González Green, se ha concebido un trayecto del Sena como eje cultural “contemplamos el desfile de la ciudad: torre Eiffel, Museo del Louvre, la Défense, la Catedral Notre Dame de París, o la Biblioteca François Mitterrand. Precisamente por ello, el lugar «París, riberas del Sena» está incluido en el Patrimonio de la Humanidad de la Unesco, desde el año 1991”, en Düsseldorf, en San Petersburgo el eje del Neva, Amsterdam en derredor del río Amstel, Praga con el Moldava…
No se equivoca…. El Támesis, sin duda, es uno de los mayores reclamos de Londres; pasa por el mismísimo centro de la ciudad: navíos históricos de las navegaciones británicas y de sus combates son una parte de esencial del pulso cultural de la ciudad.
El final de su diagnóstico parece veraz: “Cuando nuestro río terminó su misión en la Conquista, y el trafico de Indias pasó a Cádiz, la ciudad, miedosa de sus plagas y epidemias, y también desagradecida, le dio la espalda y el Río Grande quedó abandonado. Las orillas se ocultaron con tapiales, vías de tren y vertederos.”
Continúa expresando que “sólo en el recuerdo del V Centenario, se reconstruyó la ribera con un gran paseo y volvió a correr el agua. Dijeron que se había recuperado el río, pero no la vida en el río, que permaneció limpio, pero vacío, salvo algunas barcas ocasionales llenas de turistas. En un tramo se estableció el Centro de Alto Rendimiento para piragüistas y, durante la Expo, funcionó un pequeño, aunque pintoresco barco de pasaje, entre el muelle de la Torre del Oro y el Pabellón de la Navegación, ahora vacío de la interesante colección de maquetas de embarcaciones.”
En Barcelona de la resaca de la Olimpiada se recuperó el mar y quedó el fantástico Puerto Deportivo.
¿Se imaginan acercarse en Sevilla al muelle vivo o incluso poder atracar su barco en el mismo sitio donde lo hizo Hernán Cortés, Cabeza de Vaca, Pizarro, Almagro, Nuñez de Balboa… ? Está prohibido.
Pero cómo lograr, sin un Museo del Río, hacer visibles siquiera una parte de tan descomunales aventuras. Lo expresa el mismo Cervantes:
»Por Jesucristo vivo, cada pieza
vale más de un millón, y que es mancilla
que esto no dure un siglo, ¡oh gran Sevilla!,
Roma triunfante en ánimo y nobleza.
»Apostaré que el ánima del muerto,
por gozar este sitio, hoy ha dejado
la gloria donde vive eternamente».
Esto oyó un valentón y dijo: «Es cierto
cuanto dice voacé, seor soldado,
y el que dijere lo contrario miente».
Y luego, in continente,
caló el chapeo, requirió la espada,
miró al soslayo, fuese y no hubo nada.
Por mi parte, espero y deseo que este proyecto obtenga la oportunidad que su inteligencia merece y que su necesidad exige, en favor de Sevilla y del Guadalquivir. De momento, a este nuevo vuelo de Jesús González Green se están sumando ya algunos apoyos intelectuales en nuestro país: Dña. Cristina Narbona Ruiz ex-Ministra de MedioAmbiente; Dª Enriqueta Vila, historiadora americanista y académica de la Real Academia de la Historia; Dña. Consuelo Varela, especialista del CSIC en Historia Hispano-Americana; D. Diego Azqueta Bernar Sociedad Geografica Española; D. Juan Ceada Infantes ex-Alcalde de Huelva; D. Isaías Perez Saldaña Ex-Alcalde, ex-Consejero- Ex-Diputado; D. Juan Gil Fernandez Academico de la RAE, asesor de Historia Hispano-Americana de la Expo’92; D. Cristóbal Colón. No cito sino a una fracción. Con Jesús González Green no se puede terminar sino con un comienzo.
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