La Universidad de Huelva, sin que sepamos por qué ni asesorada por quién, ha realizado ayer por la tarde un acto de dudosa -por no decir ninguna- responsabilidad institucional: traer a un aventurero con un pasado de cazatesoros a contarnos en una conferencia una parte fundamental de la historia de España y de su encuentro con América, como si la búsqueda de notoriedad o de negocio por la explotación, o tal vez el expolio, del patrimonio de origen hispánico, le otorgaran a nadie una autoridad académica, que a tenor de las publicaciones, excavaciones, debates científicos y exposiciones está muy lejos de tener. ¿Quién ha metido ese gol a la Universidad de Huelva?. Pero lo cierto es que Barry Clifford, el ponente en cuestión, ha dictado su conferencia gracias a la iniciativa de los grupos de investigación Geociencias Aplicadas e Ingeniería Ambiental y Mundialización e Identidad, con el patrocinio del Campus de Excelencia (sic) Internacional del Mar y la Facultad de Ciencias Experimentales.
Conocemos la importancia que tiene para cualquier pais la Universidad. En España, la relación de los centros de educación superior con la cuestión marina es inexplicablemente débil. Paradójica y tristemente, la visita de Clifford nos hace recordar que no existe un departamento universitario de arqueologia subacuatica (ni investigadores ni medios dedicados en este entorno docente), o que la universidad no lidera importantes proyectos en este campo como sí ocurre en otros países que valoran mejor que nosotros su historia naval, a veces con menos motivos de orgullo. Unidas a esta carencia extraeremos algunas agridulces conclusiones más abajo.
Sobre todo debemos hablar de las naves de Época Moderna, portadoras de lazos socioeconómicos que configuraron el mundo como lo conocemos. Desde el momento en el que España funda, junto con Portugal, la navegación oceánica y comparte lo mejor de su cultura con los países del más lejano confín. Así que, ¿un cazatesoros o un aventurero van a mitigar esa carencia, nos van a contar nuestra historia de la mejor manera? En realidad, no podremos culpar a nadie más que a nosotros. Entre la escasez de proyectos y medios que España ha dedicado a su historia marítima y la permeabilidad con la que condecoramos y abrimos nuestras aulas a las más anticientíficas teorías, cabe extraer racionalmente algunos argumentos.
Primera consideración: La Santa María fue el primer naufragio europeo en América, sus restos son los del encuentro entre dos mundos, tras encallar en la Navidad de 1492 frente a la costa norte de La Española (hoy Haití). Era la nave capitana de Colón en su primer viaje al Nuevo Mundo y en sus diarios quedaron consignadas las circunstancias de aquella noche y de cómo se construyó con la madera de la infortunada nao el primer asentamiento hispano en aquel continente. Y considerando que el viaje partió de la costa onubense, es realmente triste que sea en Huelva donde se le da voz al aventurero de la historia sin que antes se oyeran otras voces de la ciencia. Con las naves de Colón la tecnología (algo así como el I+d+i de finales del XV) llegaba a America. Y eso dio lugar a una nueva era, a una revolución tecnológica que España hizo posible. Nada mas y nada menos.
Segunda: El gobierno haitiano ha gestionado la hipótesis anunciada por el explorador con suma eficacia y seriedad. Consciente de la relevancia de este pecio, tal vez uno de los más importantes del mundo a día de hoy, y como firmante de la Convención Unesco 2001 para la protección del patrimonio subacuático, la ministra de cultura de Haití, Monique Rocourt, pidió el asesoramiento de la organización internacional.
Recordemos: se envió un equipo internacional, liderado por los arqueólogos de Unesco Xavier Nieto (español) y Tatiana Villegas (colombiana), al que se sumaron, designados por Haití, los científicos Kenrick Demesvar y Maksaen Denis. Y sumemos el brillante trabajo de campo de Bruno Parés con una sobresaliente fotogrametría del yacimiento arqueológico submarino. Tras una intervención de pocas semanas, redactaron un informe demoledor para Clifford, que despeja cualquier duda sobre el posible origen de los restos. Lo que dice la arqueología, científicamente demostrado, es que esos restos para los que Clifford exigía a Haití una exclusividad mientras ya había firmado contratos con el canal History, sólo pueden ser los de una nave de finales del XVII o más bien del XVIII, porque fue construida con pernos de bronce. «Cualquier estudiante de primero de arqueología podría haber hecho lo mismo nada más ver los elementos de bronce que hallamos en el yacimiento», declaró el propio Xavier Nieto a ABC el pasado mes de octubre. Y la ministra Rocourt había dicho un par de meses antes que «Clifford no puede intervenir en ese pecio porque no tiene la cualificación necesaria para un proyecto como este». ¿La tiene para la Universidad de Huelva?
Científicamente es imposible, señores del centro onubense, que ese pecio sea la Santa María. Es muy triste, por tanto, que se le permita a Clifford disponer de sus dependencias y utilizar sus logos y marca mediáticamente a nivel mundial y venir a contar una falsificación de este episodio fundamental en la Historia de España. Como no podemos suponer que los organizadores ni siquiera hayan consultado el informe de la Unesco o que no les interese la ciencia arqueológica, y como mucho menos queremos especular con otro tipo de razones que les hayan llevado a organizar este acto en de una institución académica como la suya, debemos entrar en otras consideraciones.
Tercera: Un equipo español, liderado por la historiadora Maria Luisa Cazorla con la colaboración del catedrático de la Politécnica Alfonso Maldonado y el marino Enrique Lechuga, lanzaron una hipótesis de trabajo, en un desierto de investigación sobre algo tan importante como es la nave de Colón. Parece que demostraron en 1991, en un proyecto español y universitario encargado por el Gobierno ante la celebración del V Centenario del viaje del almirante, que la Santa María está bajo tierra y no en el agua, debido a que naufragó en un arrecife que ha sido cubierto por el delta de la Grand Riviére du Nord, donde la costa ha avanzado más de un kilómetro en los últimos quinientos años. Es algo muy habitual en arqueología subacuática hallar en zonas lacustres y en las desembocaduras de los ríos, con su aportación de sedimentos, los pecios tierra adentro, cerca de la costa. Entre los arqueólogos es habitual citar trabajos como los de Hoffmann y Arteaga sobre los cambios morfológicos en los ríos de la antigüedad. Y entre los grandes proyectos internacionales merece destacarse el caso de las treinta naves halladas en Pisa, bajo las arcillas de mil años de inundaciones en época romana.
Por tanto, la iniciativa de la Universidad de Huelva es en realidad una anomalía incomprensible… o tal vez no del todo. Si a la institución onubense no le han fallado todos los filtros, habrá sido la falta del mínimo exigible rigor académico al abrir sus puertas a este acto de Barry Clifford, al que cualquier arqueólogo o institución científica digno de ese nombre no pueden tomar en serio. Volvemos a la época oscura en la que todo se confunde, como ocurrió durante el franquismo, cuando le otorgábamos la medalla de Isabel La Catolica a otro célebre cazatesoros, Bob Marx. Como entonces, parece que nadie está dispuesto a decir nada en público, o a denunciar abiertamente la situación. Al menos los lectores de este blog podéis apoyar nuestra denuncia compartiendo alguna de estas ideas.
una publicación de King Trivia.
Porque… ¿A quién le cabe en la cabeza que teniendo el proyecto español de 1991, que acaba de ser también puesto en valor por el gobierno de Haití, y el informe de la Unesco, las autoridades de patrimonio de España, no se hayan ni siquiera planteado presentar o difundir públicamente esos trabajos a la sociedad en algún acto académico o al menos mediático? Hablamos de uno de los barcos de Colón, con el que atravesó el Atlántico por vez primera, cuya historia ilumina nuestros lazos con América desde entonces y que está en disposición de convertirse en un proyecto de colaboración internacional en el que España debe tener voz propia. Voz propia y no un silencio propio, como hasta ahora.
Es preocupante la falta de reflejos de nuestras autoridades de patrimonio, que deberían haber lanzado un claro mensaje de interés por este proyecto. Aunque en la subdirección general de Patrimonio colaboran intensamente con la Unesco, no es de recibo que España no tenga la ambición de estar presente e intervenir en el devenir de los restos de la Santa María o en su investigación. Aunque sea exclusivamente para desmentir, otorgar certezas o dar claridad meridiana sobre los estándares arqueológicos que merece ese pecio que viajaba con bandera de la Corona en época de los Reyes Católicos. Una de las tres naves que descubrieron America para los europeos. No conocemos, a día de hoy, ni una expresión publica desde el Ministerio de Cultura de España. La única intervención en favor del futuro de la Santa María se debe al embajador español en Haití, que sí ha dado la cara. Si alguien ha respondido a esa oportuna declaración de Manuel Hernández Ruigómez, no se ha sabido. Desde la mayor lealtad cabe exigir a la Administración del Estado que se esfuerce en no dejar el espacio público sobre ese patrimonio tan importante a los turbios intereses de los aventureros.
También se echa en falta un mensaje claro a los cazatesoros, en el sentido de que España no tolera las falsificaciones de nuestra historia, un mensaje que la comunidad científica respalda y que los responsables de Cultura estatales y autonómicos podrían encauzar para que se puedan oír mejor las voces de los arqueólogos españoles sobre este tema, arropadas por la Administración. Ello crearía, además, un tejido que pondría en valor una visión compartida de nuestra historia sobre las bases de la excelencia científica. La verdadera excelencia científica.
Después de lo ocurrido con Odyssey, empresa a la que se le permitió estar seis años explorando con insuficiente vigilancia uno de los mares más ricos en pecios del mundo, no parece prudente continuar con una política de silencios y omisiones, que son, junto con la descoordinación entre Administraciones, una de las causas que permitieron el expolio de la Mercedes. La omisión lleva a la incuria y a la retracción que tan bien aprovechan los cazatesoros (como hoy Barry Clifford, que ha seguido un patrón bien conocido: el pecio para el que pide exclusividad está, según él, en peligro; lo descubrió en 2003 y hasta ahora no lo había advertido, cuando Haití le ha negado ese derecho de exclusividad).
En realidad la buena política sería la que promueva que se responda a los cazatesoros en todos los campos, en el jurídico (como se hizo en la Mercedes) y en el científico lo mismo que más activamente ante los medios de comunicación. Es parte de las responsabilidades que la Ley de Patromonio adjudica a los responsables de la Administración: proteger, difundir e investigar.
La Universidad debería replantearse su papel y ponerse a la cabeza de este campo. Los centros de educación superior de una nación como España, que dio al mundo las rutas de la primera globalización, tienen una oportunidad de promover el conocimiento que los restos del patrimonio naval ofrecen, tanto en historia como en innovación y tecnología, además de cooperación internacional. Y se suma la oportunidad de formar a toda una generación de arqueólogos que generen publicaciones de envergadura internacional que sigan a las campañas sistemáticas de excavación y a proyectos a la altura de nuestra historia. También eso está en la Convención de la Unesco, firmada por España. No hay tiempo que perder.
Especial relevancia tiene el hecho de que la Universidad a la que Clifford viene a contar sus milongas acientíficas sea una universidad andaluza, de una de las pocas comunidades autónomas que tienen un Centro de Arqueología Subacuática. Esta es una de las instituciones especializadas a las que, además de dar competencias, se le debe exigir un papel verdaderamente activo y especialmente eficaz. Y desde luego si este tipo de centros no encuentran su lugar como referente frente a todo lo que significan los cazatesoros, que es una de sus funciones o responsabilidades sociales más palmarias, su labor debe ser puesta en meticulosa revisión. Dentro de las cordiales relaciones institucionales, llamar la atención sobre lo sucedido ayer en Huelva debería ser una obligación para quiene detenta la responsabilidad sobre el patrimonio subacuático en la costa desde la que salieron Colón, los Pinzones y Juan de la Cosa (dueño de la Santa María además de autor del primer mapa que consigna la costa americana), en la que yacen los barcos hundidos durante la batalla de Trafalgar, muchos navíos de indias, las flotas y restos de miles de años de exploraciones y guerras.
Ha tenido que ser antes la conferencia de un aventurero de la historia, al que muchos arqueólogos califican de cazatesoros, que la excavación española de un galeón o la puesta en marcha de una política nacional con altura de miras. Es más, un profesor del grupo de Geociencias Aplicadas onubense, José Luis Morales, realizaba declaraciones en este artículo del “El País” en las que promete apoyo a Clifford y adelanta que la Universidad de Huelva hará de ese proyecto su bandera… Incluso le ha comprado esa típica retahíla de la inseguridad del pecio por culpa de la falta de permiso en exclusividad, obviando el trabajo de Unesco y apuntando a motivos políticos realmente difíciles de creer. Clifford contrató a Charles Beeker, un profesor de la Universidad de Indiana que ni siquiera defendía que fuera la Santa María. Lógico, porque no había datos científicos, ni uno solo desde que Clifford “descubrió” su pretendida Santa María en 2003. Ahora parece que Huelva esta dispuesta a que sea su universidad la que haga ese acto de fe, se involucre y apoye este sinsentido.
Tantas ideas y palabras compartidas con numerosos arqueólogos y todas las personas interesadas en la puesta en valor de la historia de España y el patrimonio naval de Época Moderna, desde bases científicas, surgen ante ese hecho extraño de ver la Universidad de Huelva abrir sus espacios de debate a un aventurero antes de cualquier consideración. Imaginen a Erik el Belga enseñando arte religioso en la Universidad Pontificia y comprenderán el verdadero despropósito al que unos pobres alumnos, conducidos por unos irresponsables académicos, han asistido.
Hay un respeto a la ciencia que está por encima de cualquier consideración en un entorno docente. Y que se han saltado aquí. ¿Alguien lo dirá, además de nosotros?
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