El 18 de septiembre de 1741, el padre de Blas de Lezo, Pedro de Lezo, escribía desde Pasajes una carta a su nuera Josefa, y sin saber que su hijo ya había muerto en Cartagena de Indias —no se enteraría de esta triste noticia hasta un año más tarde—, el suegro le advertía del comportamiento de un personaje ruin y arribista: Pedro de Mur. Sus palabras no podían ser más claras:
[…] el oficial Carreño trae cartas de D. Blas quien no se las quiso fiar al bellaco de Mur, por haber reconocido su malicia como se le ha conocido también en la Corte en el modo de explicarse […].
En efecto, Pedro de Mur, capitán del segundo batallón del regimiento de Infantería de Aragón y persona de entera confianza del virrey Sebastián de Eslava, tuvo un papel decisivo en el proceso de acoso a Blas de Lezo. Como ayudante general del virrey fue la persona designada para llevar a la Corte todos los documentos relativos a lo sucedido en Cartagena de Indias, además de comparecer como testigo presencial de lo ocurrido, para aclarar o matizar las informaciones contenidas en los pliegos remitidos por el virrey. Sin embargo, Blas de Lezo se negó a entregar a este capitán su diario y otros documentos.
Desconocemos cuáles fueron los medios utilizados pero, es evidente, que Pedro de Lezo estaba al tanto de todas estas circunstancias así como de las tendenciosas explicaciones que Mur había dado en la Corte.
Pedro Mur y Aguirre era hijo de Juan Mur Aguirre (1669-1722) —natural de Tolosa, militar de prestigio y caballero de Santiago— y de Evarista Bernarda de Valdemoros y Cascante, natural de Lima; nació en Navarra en 1703, mientras su padre se encontraba en Perú como corregidor de San Marcos de Arica y desarrolló su carrera militar en el Ejército, en destinos de carácter subalterno vinculados a la burocracia, así, en la batalla de Cartagena de Indias fue uno de los tres edecanes de Eslava.
Como muchos otros militares de la época, Mur prosperó durante sus primeros años de servicio gracias a la protección paterna. El 19 de marzo de 1719, el padre sería nombrado capitán general de Canarias, donde moriría en 1722, después de una polémica gestión. Los cronistas de entonces lo calificaron como caballero rico, caritativo y generoso, pero sensible a las lisonjas y susceptible de ambición y de celos. Junto a su hijo, Juan Mur estableció su residencia en Tenerife, pero siempre mantuvo los vínculos con su tierra natal, como demuestra la donación de quinientos pesos que realizó para la construcción de una capilla en la catedral de Tudela.
Entre sus acciones más destacadas, Juan Mur impulsó la última expedición de búsqueda de la legendaria isla de San Borondón y sofocó el llamado ‘motín del intendente’. En 1718, José Antonio Ceballos llegó a Tenerife como intendente general con competencias exclusivas en materia fiscal y económica e instrucciones precisas para acabar con el fraude y el contrabando, funciones que hasta entonces ejercían el capitán general y los cabildos insulares. Dos años después de su llegada, Ceballos castigó a una criada por cohabitar con un esclavo —convivencia que contravenía las ordenanzas y normas establecidas—, a pesar de que el intendente no tenía autoridad para perseguir este tipo de delitos que eran competencia exclusiva del corregidor. La muchedumbre se amotinó y mató al intendente en un levantamiento popular que bien podría tratarse de un impulso violento espontáneo de un sector de la población, aunque todos los datos apuntan que los comerciantes y las autoridades locales instigaron la revuelta. Para solventar el motín y acallar cualquier sospecha contra la clase dirigente isleña, Juan Mur, con la ayuda de la nobleza y de su hijo Pedro de Mur, ordenó detener y condenar a la horca y a galeras a varios personajes de la clase más baja de la ciudad. En estos momentos, Pedro era alférez de maestre de campo en el regimiento de Garachico en Canarias, un grado propio de la antigua carrera militar de los Austrias, equiparable al de subteniente en época borbónica. Como miembro de este regimiento formaba parte de las milicias provinciales.
Tras la muerte de su padre, Mur decidió probar suerte en la península y regresó en 1725, ingresando como cadete en el regimiento de Aragón hasta alcanzar el ascenso a teniente. Durante muchos años su hoja de servicios carece de acciones de guerra, hasta que el 21 de noviembre de 1732 combatió en la batalla para la recuperación de la plaza de Orán. En 1736 ascendió a capitán y con esta graduación embarcó en 1740 desde Ferrol hacia Cartagena de Indias. Cuando llegó a América, ya con 38 años, intervino en la salvaguarda de la ciudad sin participar en ningún punto clave de la defensa, asumiendo un puesto de asistente personal de Eslava, a quien le unía su procedencia Navarra, la ascendencia noble y su condición de soltero.
Pero a pesar de su escasa o nula participación en la victoria fue elegido por el virrey como único testigo y portador de todos los pliegos y cartas, tanto de Eslava como de otros oficiales implicados en la defensa, que relatan las diferentes versiones de la batalla. No así los de Lezo. Antes de partir, Mur se reunió con Blas de Lezo para despedirse y recoger su correspondencia. La visita se produjo poco antes de la fecha de partida señalada, prevista para finales del mes de mayo. Lezo se encontraba aún redactando sus cartas y le emplazó a regresar unos días más tarde. Pero, entre tanto, las circunstancias cambiaron. Lezo conoció la existencia de un relato de la defensa del fuerte de San Luis de Bocachica elaborado por Carlos Desnaux, un texto que no le dejaba en buen lugar; y decidió modificar sus informes, por ello, en el momento fijado para el embarque, Lezo todavía tenía la documentación incompleta y retrasó otros tres días la salida de Pedro de Mur. Es muy probable que el marino estuviera recopilando las certificaciones de conducta que había solicitado a todos sus oficiales con la intención de contrarrestar las afirmaciones de Desnaux. Pero, al mismo tiempo, Lezo ya no confiaba en que el ayudante de Eslava fuera la persona apropiada para entregarle su correspondencia. Blas de Lezo intentó por todos los medios enviar a Briceño, un segundo oficial de su confianza que fuera también testigo de lo ocurrido, pero Eslava ya había prohibido su salida. Por su parte, Mur trató de sondear a Lezo sobre las razones de su insistente defensa de la necesidad de enviar a Briceño. Quería corroborar si la licencia solicitada por éste era en calidad de oficial de la Real Armada o a título personal, por motivos de salud. Con estas indagaciones trataba de demostrar que Lezo se arrogaba funciones que no le correspondían o intentaba engañar al virrey. Por su parte, la negativa de Eslava y la insistencia de Mur convencieron a Blas de Lezo de que Eslava trataba de impedir que compareciera en la Corte un segundo testigo, capaz de ofrecer otro punto de vista. Y, sin que se conozcan con certeza los medios utilizados, para asegurarse que llegaran a su destino, Lezo logró colar su diario y las certificaciones en la misma balandra francesa que transportaba de regreso a Pedro de Mur; así lo atestiguó este oficial en los meses que permaneció en la Corte española, establecida durante el verano en La Granja de San Ildefonso.
En la Corte, después de muchos meses de inquieta espera e información confusa, en los que apenas llegaron un puñado de noticias contradictorias sobre lo que ocurría al otro lado del Atlántico, Pedro de Mur llegó con la confirmación de una inesperada y grandiosa victoria, que se convirtió en un acontecimiento político de enorme relevancia. La prioridad era difundir la noticia de la victoria, en el conocido «Diario de todo lo ocurrido en la expugnacion de los fuertes de Bocachica…» publicado en la Gaceta de Madrid, obviando las fuertes discrepancias internas entre los defensores y posponiendo la depuración de responsabilidades.
De una forma u otra, la versión de Lezo terminó guardado en un cajón de la secretaría de Estado, sin que trascendiera públicamente. En contra de las tesis más extendidas, el diario del marino no fue silenciado para ocultar los problemas existentes entre él y Eslava o con el propósito de dar preferencia al virrey sobre Blas. El diario no fue difundido por su carácter privado, por mostrar abiertamente las disensiones internas y por personificar las eternas peleas entre la Armada y el Ejército. Tras el triunfo «milagroso» la Corte borbónica quería resaltar la gesta de España y no mostrar las miserias humanas ni las luchas internas. La versión oficial de España sobre la batalla de Cartagena de Indias está redactada por los hombres de estado a partir de la versión escrita por Eslava porque era la visión políticamente correcta y la única capaz de transmitir con eficacia la idea de una nación poderosa.
En el tiempo que Pedro de Mur pasó en La Granja colaboró con su testimonio en la configuración de esta versión oficial y llegará a acusar y a enjuiciar a Blas de Lezo de forma muy dura en un testimonio formulado por escrito. El 6 de noviembre de 1741, a pesar de que el marino ya había muerto, el antiguo oficial de órdenes de Eslava presentó a José de Campillo el informe solicitado de forma reservada, donde quedaban detalladas nueve acusaciones contra Lezo y, aunque los cargos formulados con anterioridad por Eslava revestían la suficiente gravedad para iniciar el proceso, estos nueve cargos se clavaron como cuchillos en el honor y en la memoria del marino vasco. Así Mur criticaba que, durante el 5 de abril mientras los ingleses entraban en Bocachica, y a pesar de su condición de comandante responsable de la Marina y de la defensa de esta bahía, Lezo renunciara a salvar a la tripulación de su nave capitana, la Galicia, y abandonara de forma apresurada el navío para permanecer en un lugar seguro sin prestar su propia embarcación para evacuar a los hombres. Tampoco faltaban en este informe las sospechas sobre la vinculación de Lezo con el contrabando, acusaciones ya vertidas por Eslava en relación al hundimiento del Conquistador y a la extracción del lastre de este navío. Lamentablemente Blas de Lezo no pudo defenderse.
Después de estas acusaciones nada se sabe de la vida de Pedro de Mur y Aguirre. Es posible que, como indica en una de las hojas de servicio conservadas de este oficial, pasara como coronel al regimiento de Lombardía y quizás, pasados los años, consiguiera olvidar su lamentable y vil comportamiento con uno de los más entregados y leales servidores de España.
Por Mariela Beltrán García-Echániz y Carolina Aguado Serrano.
Autoras de La Última batalla de Blas de Lezo, Edaf, 2018.
Batallas Mariela Beltrán y Carolina Aguadoel