La infancia es una etapa maravillosa, quizás la más importante y decisiva de nuestras vidas. Lo que ocurre es que actualmente vivimos en una sociedad muy acelerada que, en muchas ocasiones, está acortando el tiempo de la infancia y adelantando otras etapas posteriores (por ejemplo, la adolescencia) fruto de la sociedad de consumo que nos empuja y arrastra.
Los padres de hoy quieren ser “padres perfectos” y al mismo tiempo quieren educar “hijos perfectos” y esto no es posible. Como muy bien destaca Carl Honoré “en la actualidad nos encontramos con que los niños se han adultizado pero al mismo tiempo se han infantilizado”. ¿Cómo puede ser esto? Pues muy sencillo porque por un lado les presionamos para que sean adultos cada vez más pronto: uso del teléfono móvil a temprana edad, navegar por internet, consumir pornografía, etc. Y al mismo tiempo los infantilizamos por temor a que les ocurra algo: no les dejamos que salgan solos a la calle, no les dejamos que disfruten en los columpios (por si se caen y se hacen daño), etc. En definitiva: les sobreprotegemos.
No olvidemos que una generación que no viva su infancia plenamente es una generación que ha perdido la alegría de ser niño y de sonreír. Esto puede tener consecuencias terribles. Por este motivo debemos recuperar la infancia, el tiempo para ser niños ya que como destaca el propio Honoré “criar a un hijo debería ser un viaje, tomar su mano y decir: vamos a descubrir quién eres tú, con todo el misterio, la incertidumbre, la alegría y las lágrimas”.
Una de las preguntas que nos planteamos con mayor frecuencia cuando esperamos un hijo es la siguiente: ¿cómo será nuestro hijo? Inmediatamente empezamos a pensar y a hacer elucubraciones intentando dar respuesta a esta cuestión realizándonos autoafirmaciones del tipo “será de esta forma o de aquella”, “tendrá esto o lo otro”, “será lo que yo no he podido ser”, “tendrá todo lo que yo no he podido tener” y así un largo etcétera de ideas que inundan nuestros pensamientos a la espera de que llegue ese niño que aguardamos con tanto deseo y alegría.
En el mismo instante en el que empezamos a plantearnos todas estas cuestiones ya estamos proyectando un futuro hipotético que aún no ha llegado y que, si no se cumple como nosotros imaginamos es cuando empezarán a surgir problemas, desilusiones y conflictos… ¿Por qué motivo? Pues muy sencillo, porque con las afirmaciones que antes he mencionado estamos demostrando que deseamos que nuestro hijo sea como nosotros queremos que sea y no vamos a dejar que llegue a ser “él mismo”. Y esto es un auténtico error.
Por desgracia hoy en día hay muchos padres que consciente o inconscientemente, actúan de este modo. Todos hemos escuchado en algún momento afirmaciones de este tipo:
- “Quiero apuntar a mi hijo a música porque yo toco el piano y me gustaría que él también lo haga”.
- “Quiero que mi hija sea actriz y la llevaré a todos los castings que haga falta para conseguirlo ya que era mi ilusión cuando era niña”.
- “Quiero que mi hijo estudie una carrera y llegue a ser alguien en la vida”.
Los padres que hablan y actúan así no están preocupados por la educación de sus hijos, no ven su educación como un proceso en el que ofrecerles unas herramientas que les ayuden a ser felices y buenas personas sino como un medio para gratificar y alimentar su propio ego.
Nuestro ejercicio parental no va encaminado a diseñar el futuro de nuestros hijos sino que debemos ayudarles a extraer lo mejor de sí mismos aprovechando su talento y potencial. Solemos proyectar en nuestros hijos nuestras dudas, miedos, frustraciones, etc. que muchas veces son motivo de desdicha e infelicidad. ¿Recuerdas la película de Billy Elliot? (te la recomiendo encarecidamente).
Tenemos que aceptar a nuestros hijos tal y como son. Esto no significa que nos deba gustar todo lo que hacen y cómo lo hacen ni tampoco su forma de comportarse. Para eso estamos los padres, para ofrecerles unas pautas y herramientas que les ayuden a crecer y evolucionar pero siempre dejando que sean ellos mismos con su singularidad, como personas únicas e irrepetibles.
Eso sí, que nuestros hijos no sean una “proyección” nuestra no significa que no debamos ser un ejemplo para ellos. No hay que olvidar que el niño imita a sus padres y maestros incluso cuando estos no se proponen enseñarle.
La infancia de tus hijos pasa con mucha rapidez. Vive el presente, aprecia y disfruta esos momentos especiales. Déjate sorprender… Disfruta de este maravilloso viaje que es EDUCAR.
Lo maravilloso de la infancia es que cualquier cosa es en ella una maravilla.
G.K. Chesterton
Otros temas Óscar Gonzálezel