Lo que ayer ocurrió en Cataluña era inevitable y necesario. Ha devuelto a cada uno a su sitio. Ya advertimos del riesgo de despertar al oso dormido del Estado. A partir de aquí, se podrá comenzar a construir otro tiempo, si los desleales, inmoderados y antidemocráticos nacionalistas catalanes quieren. Si por el contrario perseveran en su contumaz actitud de la confrontación, encontrarán la fortaleza de un país moderno y democrático, llamado España y del que son parte indisoluble. Por eso, tal vez sea bueno recordar cuando el Gobierno de Aznar ilegalizó a Herri Batasuna. La izquierda se puso de perfil y cientos de miles de abertzales se manifestaron en el País Vasco. Sin embargo, aquello fue el principio del fin de ETA. La respuesta que ayer sorprendió –y tranquilizó– a buena parte de la sociedad supone que no habrá referéndum, que se desmantelan las estructuras golpistas y que Rajoy y los jueces, es decir el Estado, han hecho lo que tenían que hacer. Los sediciosos nos empujaron a una situación insostenible, donde ya solo queda demostrarles que su empeño en delinquir tiene que ser imposible.