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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

Y la banda siguió tocando (2)

Emilio de Miguel Calabiael

(Randy Shilts es el de la barba)

Uno de los grandes problemas con la epidemia del sida en sus primeros años es que se relacionó exclusivamente con los homosexuales. De hecho, su primera denominación fue “Inmunodeficiencia relacionada con los homosexuales” (“Grid” en inglés). Esto hizo que los medios de comunicación generalistas no quisieran tratarla: se trataba de un tema que afectaba a una comunidad minoritaria que, además no era aceptada por muchos conservadores. Como dijo uno de los líderes homosexuales que luego moriría de sida: si fuera un síndrome que afectara a los boy-scouts, estaría en la primera de todos los medios. Y tenía razón: un brote de la novedosa enfermedad del legionario que afectó a 221 participantes de la Convención de la Legión Americana de Pensilvania y mató a 34 de ellos, recibió en pocos días muchísima más cobertura de la que recibiría el sida en sus primeros cuatro años.

El interés de los medios generalistas empezó a aumentar a medida que el sida iba alcanzando a otros colectivos y se veía que no era un problema solamente de los homosexuales. El aldabonazo llegó cuando Rock Hudson, el galán que siempre cortejaba y acababa casándose con Doris Day, reconoció públicamente su homosexualidad y que sufría de sida. Así funciona nuestra sociedad: que para entonces 12.000 norteamericanos hubieran sido diagnosticados con sida y 6.000 hubieran muerto, no era noticia; la noticia era que una estrella de Hollywood lo sufriera.

Una consecuencia del silencio de los medios fue que la Administración Reagan no se sintiese obligada a hacer nada. Para un político, lo que no aparece en los medios, es como si no existiese. Además, su votante medio era conservador, religioso y homófobo. O sea, que en términos electorales,- que es lo único que importa al buen político-, actuar frente al sida no sólo no reportaba votos, sino que encima podía alienarle a su electorado tradicional.

Precisamente la Administración Reagan no empezó a tomarse en serio la epidemia, hasta que la oposición demócrata no empezó a interesarse por el sida y por la respuesta que le estaba dando el gobierno, o sea, cuando descubrió que el tema estaba cargado políticamente y podía dar o quitar votos. La reacción de la Administración Reagan fue la obvia: negar que se hubiera despreocupado del asunto y afirmar que había hecho mucho y aún haría más. Es decir, su reacción fue mentir, aunque en política eso se llame “darle la vuelta a la realidad”, que suena más fino. El término en inglés es “to spin”, pero no se me ocurre una traducción más ajustada.

Afortunadamente para los republicanos, el sida no se convirtió en uno de los grandes temas de la campaña de las elecciones presidenciales de 1984. Acaso no lo fuera porque muchos políticos demócratas tampoco tenían mucho de lo que enorgullecerse en su lucha contra el sida. Por poner un ejemplo, el gobernador demócrata de Massachusets, Michael Dukakis, no previó fondos para la lucha contra el sida hasta el presupuesto de 1985-86 y sólo lo hizo después de haber recibido enormes presiones. Aunque si hay un político demócrata que se lució por su pasividad y su manera de arrastrar los pies en la lucha contra la epidemia, ése fue el alcalde de Nueva York, Ed Koch. Curiosamente, sobre Koch, soltero a sus casi sesenta años, flotaba la sospecha de que era homosexual, algo que se pasó toda su carrera negando. De hecho, muchos homosexuales le acusarían de haber arrastrado los pies para evitar que una excesiva diligencia diera a pensar que era homosexual. ¿Suena alambicado? Bienvenido al mundo de la política.

En todo caso, la inacción de Koch no era nada comparada con la del presidente Reagan. Durante los primeros cuatro años de la epidemia, las preguntas sobre el sida en las ruedas de prensa de la Casa Blanca, eran algo que hacía sonreír al secretario de prensa, Larry Speakes, y, si estaba de humor, le daban pie para hacer algún chiste homófobo. No fue hasta el 17 de septiembre de 1985 que Reagan mencionó públicamente la palabra “sida” en el transcurso de una entrevista. Dijo que tenía una altísima prioridad para su Administración y defendió todo lo que ésta había hecho hasta entonces. Para ese momento unos 12.000 norteamericanos habían contraído el sida y de éstos la mitad habían muerto. Es cierto que la Administración Reagan ya había empezado a destinar fondos a la lucha contra el sida, pero lo había hecho ante la presión del Congreso demócrata y ante la perspectiva de que el tema de la falta de recursos saltase a los medios y se convirtiese en un asunto político.

Uno ya está acostumbrado a que los políticos se comporten con mezquindad y egoísmo. Va en la profesión. Lo que uno no está acostumbrado es a científicos que se comportan como políticos y para los que la Ciencia con mayúsculas es bastante menos importante que su pequeño ego. Entre los malvados de la historia, hay un científico que sobresale: Robert Gallo. Temperamental, arrogante, impaciente, vengativo y controlador, rasgos tóxicos que parecen necesarios en muchas profesiones para ascender. Gallo tenía un importante logro en su haber: fue el primero que demostró que un retrovirus, el HTLV, podía producir cáncer. A Gallo le pasó lo que a muchos: como una vez había tenido éxito con un problema que tenía forma de clavo, cuando él tenía un martillo, asumió que el nuevo problema también tenía forma de clavo, o sea, que el causante del sida era su viejo amigo el HTLV. Ello le llevó a ningunear arrogantemente a los franceses del Instituto Pasteur, que mucho antes que él habían llegado al convencimiento de que estaban ante un nuevo virus. Ser arrogante es malo y que la arrogancia te lleva a ser deshonesto, es mucho peor. Gallo anunció en 1983 que había aislado el virus causante del sida. Lo malo es que lo anunció poco después de haber recibido unas muestras del virus aislado por los investigadores franceses. ¿Habían ambos llegado a los mismos resultados con pocas semanas de diferencia? Sería una posibilidad, si no fuera porque la secuencia de nucleótidos del virus aislado por Gallo era idéntica a la del virus de Montaigner. Algo muy notable cuando pensamos que el v.i.h. es un virus que muta a gran velocidad.

Y en este punto a la deshonestidad científica se sumó la política. En abril de 1984 la Secretaria de Salud de la Administración Reagan (sí, esa misma Administración que escatimaba los recursos para investigar el sida), Margaret Heckler, anunció a bombo y platillo que el norteamericano Gallo había descubierto el virus que causaba el sida. Ni palabra de Montaigner y los demás investigadores franceses. La apropiación del virus del v.i.h. tenía tres derivadas. La primera era la del orgullo patriótico de poder decir que un investigador norteamericano había descubierto el virus. La segunda era la de lavar un poco la cara a la Administración Reagan y mostrar que efectivamente estaba comprometida en la lucha contra el sida; por cierto, que la Secretaria Heckler se vino arriba y en el mismo acto anunció que dentro de dos años habría una vacuna contra el v.i.h. La tercera y última derivada era todo el dinero que podía sacarse de la patente del análisis para detectar el v.i.h.

 

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