Para mediados de los noventa, cuando el debate empezaba a amainar, apareció Samuel Huntington a echar leña al fuego con su “Choque de civilizaciones”, que dividía a la Humanidad en una serie de civilizaciones irreductibles y enfrentadas. Aunque la preocupación fundamental de Huntington era el enfrentamiento entre Occidente y el Islam, no dejó de tocar Asia, apuntando al riesgo de una colusión musulmano-confuciana para hacer frente a Occidente. El “Choque de civilizaciones” no tuvo la misma influencia en Asia que en Occidente. Tal vez fuera así porque Asia no estaba en el centro del libro de Huntington y, sobre todo, porque al año de su publicación Asia tuvo que enfrentarse a problemas muchos más serios que las teorías desabelladas y sin fundamento de un profesor chocho: la crisis asiática de 1997.
En su momento la crisis asiática supuso un aldabonazo inmenso a las economías asiáticas, que llevaban 50 años de triunfo en triunfo. Tuvieron que soportar que los expertos del FMI a cambio de créditos vinieran a sermonearles y a decirles que el capitalismo a la manera asiática estaba muy mal hecho. Un libro de esos años que explica de manera mesurada y con mucho sentido común lo que había ido mal con el capitalismo asiático es “Asian Eclipse. The Dark Side of Making Business in Asia” de Michael Backman. Su tesis principal es que lo que había llevado a la crisis eran el capitalismo de amiguetes que se practicaba en el continente y la corrupción.
Resulta interesante que la crisis del 97 llevase a críticas a ciertas prácticas económicas asiáticas, pero no a un debate más general sobre la gestión de las economías asiáticas ni sobre los valores asiáticos. En todo caso, la rapidez con la que salieron de la crisis (para comienzos del siglo XXI ya se había superado y para entonces la crisis que arreciaba era la de las punto.com), fue un testimonio de la solidez de los países y las sociedades asiáticas.
Para comienzos del siglo XXI el debate sobre los valores asiáticos había amainado, pero algo quedó de aquello. La antorcha de Mahathir y Lee Kwan Yew fue recogida por los diplomáticos singapureños Kishore Mahbubani y Billahari Kausikan, que continuarían fustigando regularmente a Occidente en sus artículos y sus libros. En 2008 el presidente indonesio S.B. Yudhoyono creó el Foro de la Democracia de Bali, que, de alguna manera, me parece hijo de aquellos debates sobre los valores asiáticos. La idea de Yudhoyono era que el Foro sirviese para que los países de Asia-Pacífico compartiesen experiencias y mejores prácticas sobre el desarrollo de una sociedad democrática. Lo mejor que tiene el Foro es difundir la idea de que la democracia no es sólo un invento occidental, que es un sistema político que pueblos de otras latitudes pueden hacer suyo. Lo peor, es el riesgo de una democracia a la carta y de que con la excusa de adaptar la democracia a nuestras tradiciones culturales, la desvirtuemos. ¿A partir de qué número de adjetivos la democracia queda desvirtuada? “Democracia” suena bien; “Democracia popular trotskista ruritana” como que suena peor.
Yo viví la crisis de 2008 en Singapur, la patria de algunos de los diplomaticos más brillantes que me he encontrado y también la patria de los fustigadores más implacables de Occidente que me haya encontrado. Muchos en Asia vivieron esa crisis, que apenas rozó a las naciones asiáticas, como una suerte de revancha de la crisis del 97. Ahora era Occidente el que no había hecho los deberes económicos y había pinchado, mientras que las economías asiáticas seguían viento en popa. Occidente empezó a verse desde Asia como una cosa obsoleta que pertenecía al pasado, donde la gente se había dedicado a la buena vida en vez de a trabajar y que ya no estaba en condiciones de dar lecciones a nadie.
Aquí hubiera podido terminar esta entrada, señalando que Occidente empezó ganando por goleada, pero que Asia reaccionó en el segundo tiempo, hizo la remontada y ahora mismo vamos empatados, con los asiáticos presionando fuertemente. Pero me apetece introducir algunas notas sobre China.
El ascenso de China en las dos últimas décadas ha sido espectacular. La duda ya no es si la economía china superará a la norteamericana. La pregunta es cuándo.
Sin embargo, hay un aspecto de ese ascenso en el que China está un tanto rezagada: el poder blando. El poder blando es uno de esos conceptos un poco difusos, que se entiende mejor con ejemplos, que tratando de definirlo. Cuando los directores de cine de todo el mundo se mueren por un Óscar y los actores porque les inviten a trabajar en Hollywood, cuando un título en ingeniería por una universidad norteamericana te abre puertas que no te abriría un título chino, cuando los niños de medio mundo quieren ver “Disneychannel”, eso es poder blando. Poder blando norteamericano, más concretamente.
Los académicos chinos tomaron nota de la invención del concepto de “poder blando” por Joseph Nye casi desde el comienzo. Pero no fue hasta el 16º Congreso del Partido Comunista Chino en diciembre de 2002, que se pusieron en marcha medidas oficiales para promocionar la cultura en aras de los intereses estratégicos del país. Cinco años más tarde, en el 17º Congreso, el poder blando se convertiría formalmente en una política extratégica.
Desde entonces son muchas las iniciativas que China ha emprendido y que se podrían calificar como de “poder blando”. Becas para que estudiantes extranjeros se formen en China, creación de Institutos Confucio para difundir la lengua y cultura chinas, el esfuerzo porque las universidades chinas se conviertan en instituciones con estándares homologables a los de las mejores universidades estadounidenses (en 2017 fue el tercer país más solicitado por estudiantes que iban a cursar estudios universitarios en otro país), la promoción de foros alternativos a los occidentales como el Foro de Boao, que es la versión asiática del Foro de Davos, la promoción de sus medios de comunicación a nivel global (la agencia oficial de noticias Xinhua tiene 170 oficinas en el extranjero, la televisión estatal China Global Television Network tiene seis canales en inglés (2 canales), árabe, francés, ruso y español y tiene equipos en más de setenta países)… A lo anterior cabría añadir que China tiene figuras de talla internacional que pueden contribuir a promover su poder blando: el director de cine Zhang Yimou, Jackie Chan, el pianista Lang Lang, los atletas Yao Ming y Li Na…
Podría decirse que no hay faceta del poder blando que China no haya desarrollado y sin embargo uno siente que todavía está a años luz de EEUU y que su potencial de poder blando no acaba de despegar. Las razones podrían ser varias: su creciente asertividad sintoniza mal con sus esfuerzos por potenciar su poder blando; no basta con promocionar tus productos culturales, hace falta que te los quieran comprar. Tal vez el atractivo de la oferta del poder blando chino no iguale aún al atractivo del poder blando norteamericano; ya sea porque Occidente colonizó el planeta o ya sea por otros motivos intangibles, lo cierto es que los valores occidentales parecen tener un valor más universal. Confucio puede ser un gran pensador, pero cuesta imaginárselo suscitando entusiasmos más allá de los sitios donde la cultura sínica es fuerte. Zhu Xi fue uno de los filósofos neoconfucianos más sobresalientes, pero no parece que pudiera tener la universalidad de Descartes.
Pero el mundo cambia tan deprisa, que lo mismo dentro de cinco años tengo que comerme el párrafo anterior antes de entrar en una conferencia en la FNAC de Callao sobre la modernidad de Zhu Xi.
Mientras eso sucede, es posible que tengamos una nueva edición del debate sobre valores asiáticos/valores occidentales. El pasado mayo se celebró en Pekín la Conferencia sobre el Diálogo de las Civilizaciones Asiáticas a la que asistieron 1.352 participantes de 47 países asiáticos. El tema de la Conferencia eran los intercambios y el aprendizaje mutuo entre las civilizaciones asiáticas y el establecimiento de una comunidad asiática con un futuro compartido. El Consenso de Pekín, que se alcanzó en la conferencia recuerda la antigüedad y el brillo de las civilizaciones asiáticas y señala la necesidad de no descuidar el poder de la cultura y la civilización para afrontar los retos de nuestro tiempo.
Esperando a ver si volvemos a tener debate sobre valores orientales/valores occidentales, me despido con algo que está más allá de los debates y acaso sea más importante que todas las disquisiciones geopolíticas: una poesía de Bai Yuji, en la que lo permanente y lo impermanente danzan juntos:
“Las hierbas salvajes se extienden por la antigua llanura;
Con la primavera y el otoño vienen y se van.
Ni tan siquiera el fuego las puede quemar; de nuevo
Se alzan cuando las brisas primaverales soplan.”
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