(También tiene que dar rabia que no puedas disfrutar del momento supremo de tu existencia, que es cuando el Führer asiste a tu velatorio)
He mencionado a muchos de los personajes que fueron clave en la vida de Nietzsche, pero toda buena novela realista que se precie tiene que contar con un antagonista, un personaje negativo que sirva de catalizador de la acción. Ese personaje en la vida de Nietzsche fue su hermana Elisabeth.
Elisabeth era inteligente, perspicaz y muy obstinada. Si hubiera nacido en el siglo XXI, habría ido a la universidad y habría descollado en cualquier campo en el que hubiera entrado. En el siglo XIX y con una madre dominante y muy conservadora, sólo se esperaba de ella que tuviera una educación somera y modales que hicieran de ella una candidata plausible al matrimonio. Por efecto de la educación y de su carácter, rechazó todas las oportunidades que tuvo de formarse intelectualmente por medio de su hermano. Creció convertida en una snob y una trepa social a la que le encantaba codearse con la gente de las clases superiores.
En su infancia y primera juventud, los hermanos estuvieron bastante unidos. Nietzsche intentó que su hermana aprendiera y se cultivase. Franziska, la madre, se opuso a esos intentos formativos de Nietzsche y Elisabeth, imbuida ya de que su papel futuro era el de buena esposa, no aprovechó los esfuerzos de su hermano.
La Elisabeth odiosa comienza a dibujarse en 1878, cuando tenía 32 años. Sentía que el arroz se le estaba pasando. Comenzó haciendo una maniobra de aproximación a Cósima Wagner. Se convirtió en ese tipo de amiga servicial que se desvive por hacer favores supuestamente desinteresados. A ambas les unían el conservadurismo, el antisemitismo, la religiosidad y que ninguna de ellas entendía ni apreciaba el pensamiento de Nietzsche. No obstante, aunque tuviera acceso a Cosima, acabó comprendiendo que para ésta no era más que una doméstica ennoblecida, alguien que no estaba a su nivel y a quien nunca franquearía el paso a los salones de sus amigos ricos y poderosos.
El siguiente objeto del interés de Elisabeth sería Bernhard Förster. Förster era un maestro de escuela con un aspecto físico imponente, que se convirtió al antisemitismo más vulgar y soñó con crear una colonia puramente germánica en Paraguay, donde la sangre germánica se regeneraría. Elisabeth, que lo había conocido en 1876, entabló una correspondencia con él en la que, al tiempo que expresaba su entusiasmo por los planes de Förster, dejaba entrever que los héroes necesitan compañía y que ella poseía los dones precisos para convertirse en esa compañera. Y, hábilmente, acompañó su autopropaganda con una generosa donación para el proyecto de la colonia paraguaya. Incluso el obtuso Förster acabó dándose cuenta de que Elisabeth estaba por sus huesitos y ambos se casaron en 1885 y partieron a Paraguay para fundar la famosa colonia.
La experiencia de la colonia fue un desastre absoluto con tintes de estafa. La tierra no era tan fértil como les habían dicho, los paraguayos no eran los servidores tan dóciles y dispuestos a trabajar por migajas que se pensaban, el clima cálido y húmedo era insoportable, los mosquitos parecían palomas grandes y no daban tregua, había fiebres… Förster y Elisabeth gobernaban la colonia con mano de hierro e ignoraban los padecimientos de los colonos que ingenuamente les habían seguido. Peor todavía: les vendían lotes que no les pertenecían legalmente. Elisabeth no tuvo problemas de conciencia en hacer campaña en Alemania para atraer a colonos, contando inmensas mentiras. Finalmente, ni con su inmensa capacidad para la fabulación, Elisabeth pudo salvar la situación. Förster se suicidó y Elisabeth perdió todo control sobre la malhadada colonia. Para 1890 estaba de regreso en Alemania y la locura de su hermano le proporcionaría la gran oportunidad para medrar que llevaba toda la vida buscando.
Los últimos años de su vida Nietzsche los pasó al cuidado de su hermana, que lo trasladó a Villa Silberblick en Weimar. Posiblemente Elisabeth buscase remedar Wahnfried, la imponente mansión de los Wagner en Bayreuth, en la que nunca se la había tratado de igual a igual. Nietzsche vivía en la parte de arriba de la villa, desde la que en ocasiones emitía gemidos inarticulados. Elisabeth a veces lo exhibía a sus invitados tras una cortina semitransparente, que permitía entreverle más que verle. Uno de los invitados diría que más que un lunático o un profeta, Nietzsche parecía un sobre sin carta, un cadáver sin espíritu.
Elisabeth procuró hacerse con todos los papeles de Nietzsche y su correspondencia, convirtiéndose en la propietaria de los derechos y en la controladora del acceso al archivo de su hermano. Únicamente Cósima Wagner y Franz Overbeck se negaron a entregarle las cartas que tenían de Nietzsche; ambos sabían cómo las manipularía Elisabeth para tergiversar la verdad. Un ejemplo de las tergiversaciones que introdujo sobre la vida de su hermano es el relato de sus últimos momentos: “Cuando le di un vaso de refresco eran como las dos de la madrugada y apartó la pantalla de la lámpara para poder verme… Abriendo sus ojos magníficos, miró en los míos por última vez y gritó alegremente: “¡Elisabeth!” Entonces, inmediatamente, sacudió la cabeza, cerró los ojos voluntariamente y murió…” Por lo que sabemos por otros testimonios sobre los últimos años de Nietzsche, parece dudoso que mostrase tanta lucidez en el momento de la muerte.
Falsear la biografía de Nietzsche para quedar como la hermana a la que amaba con ternura y que le cuidó con devoción, no es lo peor que hizo Elisabeth. Lo peor fue la falsificación que hizo del pensamiento de Nietzsche. En 1901 publicó 483 aforismos de Nietzsche bajo el título “La voluntad de poder”; la edición de 1906 los incrementó a más de 1.000. Los aforismos los sacó de notas y cuadernos del filósofo, que no parece que tuviera intención de mostrar a nadie. Esta obra, de composición tan sospechosa y que no está claro que representase el verdadero pensamiento de Nieztsche, sirvió de libro de cabecera para muchos nazis (para los pocos de entre ellos que leían algo) y fue utilizado como título por Leni Riefenstahl para su documental sobre el congreso del Partido Nacionalsocialista que se celebró en Nürenberg en 1934.
A lo largo de los años, Elisabeth fue creando la imagen de Nietzsche como un profeta que clama en el desierto y que es rabiosamente nacionalista y darwinista. Un retrato hecho a imagen y semejanza de los nazis. Elisabeth habría estado feliz, si hubiera sabido que a su muerte en 1935, nada más y nada menos que Adolf Hitler asistiría a su velatorio con gesto apesadumbrado.
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