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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

Soy dinamita (2)

Emilio de Miguel Calabiael

Nietzsche era reservado y celoso de su intimidad, pero también era entrañable. A lo largo de su vida supo atraer a muchos amigos, que le fueron leales hasta el final. Uno de ellos fue Franz Overbeck, profesor de Nuevo Testamento e Historia de la Iglesia en la Universidad de Basilea, a quien conoció cuando era profesor y con quien formó un trío de librepensadores, cuyo tercer elemento era Heinrich Romundt, quien estaba escribiendo una tesis sobre la “Crítica de la razón pura” de Kant. Para Nietzsche fue devastador cuando Romundt decidió hacerse sacerdote católico. No entendía su conversión a la que consideraba como la más absurda de todas las denominaciones cristianas y llegó a sugerir si unas duchas de agua fría no ayudarían. El día que Romundt salió para el seminario, Nietzsche tuvo una jaqueca que le duró treinta horas.

Overbeck, en cambio, siguió con Nietzsche hasta el final. Ambos mantuvieron una correspondencia regular hasta que la locura afectó a Nietzsche. Éste valoraba tanto la amistad con Overbeck, que en una carta le escribió: “Mi querido amigo, ¿qué es esta vida nuestra? Un bote que surca el mar y todo lo que uno sabe de seguro es que un día volcará. Aquí estamos, dos viejos y buenos botes que han sido vecinos leales y sobre todo tu mano ha hecho lo mejor para impedir que yo volcase. Continuemos nuestro viaje”. Niezsche, que era un tanto descuidado con el dinero, encargó a Overbeck la gestión de sus finanzas, algo que éste hizo de manera irreprochable. Es más, fue Overbeck quien le insistió para que no invirtiese en la aventura de su hermana Elisabeth en Paraguay, salvándole de un negocio ruinoso.

Fue Overbeck quien primero reaccionó ante las cartas enloquecidas que Nietzsche comenzó a enviar en diciembre de 1888 a varios de sus conocidos. La carta a Overbeck decía entre otras cosas: “… Me propongo coser al Reich en una camisa de hierro y provocarle a una guerra de desesperación. No tendré las manos libres hasta que no tenga al joven emperador y a todas sus propiedades en mis manos…” Overbeck se precipitó hacia Turin, donde estaba Nietzsche, y llegó allí el 8 de enero de 1889. Overbeck se preocupó de poner en orden los libros y papeles de Nietzsche y de acompañarle hasta el psiquiátrico de Basilea. Aunque había hecho lo que debía y lo había hecho con la mejor de las intenciones, Overbeck siempre se sintió un poco culpable de haber condenado a Nietzsche a un futuro de psiquiátricos. No debiera haber sido tan duro consigo mismo: con él o sin él, dado el estado mental del filósofo, no cabía otra solución.

Un último servicio que Overbeck prestó a Nietzsche fue su negativa a entregar las cartas que le había escrito a su hermana Elisabeth. Los últimos años de locura de Nietzsche su hermana los pasó embelleciendo su biografía y subvirtiendo su pensamiento, convirtiéndolo en el filósofo racista y ultranacionalista que los nazis abrazarían con entusiasmo. Si Overbeck le hubiera entregado las cartas, sin lugar a dudas Elisabeth habría hecho desaparecer las que fueran incómodas y habría editado las restantes.

Otro gran y devoto amigo de Nietzsche fue Peter Gast. Antes de convertirse en Peter Gast, se había llamado Heinrich Köselitz y había sido un compositor sajón de 22 años. Köselitz llegó a Nietzsche a través de sus libros. “El nacimiento de la tragedia”, primero, y “Schopenhauer como educador”, después, le habían fascinado. Cogió un tren y se plantó a Basilea para conocer a su héroe. De su encuentro saldría una amistad peculiar, en la que Köselitz adoptaría más el papel del discípulo devoto que el del amigo que se trata de igual a igual. Köselitz siempre creyó en la obra de Nietzsche; éste, a su vez, apoyó con entusiasmo la carrera musical de su amigo, ensalzándole entre sus conocidos e incluso en ocasiones haciendo que recibiera dinero. Köselitz fungió a menudo como amanuense de Nietzsche y una suerte de secretario oficioso. En sus últimos años, la escritura de Nietzsche empeoró mucho y Köselitz era la única persona en el mundo capaz de descifrarla.

Nietzsche veía en Köselitz el compositor que le habría gustado ser. En su entusiasmo por la carrera de su amigo, fue Nietzsche quien le bautizó con el hombre de Peter Gast. La elección del nombre muestra lo enrevesado que podía ser Nietzsche. Peter venía de “Pedro”, el discípulo sobre el que Jesucristo dijo que era la piedra sobre la que edificaría su iglesia. “Gast” significa “huesped”. La combinación Peter Gast, si se entiende “Pedro” como “piedra” alude al “Convidado de Piedra”, el personaje del Comendador en la ópera “Don Giovanni” de Mozart.

De los amigos íntimos de Nietzsche otra sobre la que merece la pena detenerse es Malwida von Meysenburg. Malwida era una idealista adinerada, que es la mejor manera de ser idealista. Anarquista, al igual que Wagner tuvo que exiliarse tras el fracaso de los movimientos revolucionarios alemanes de 1848-49. Había conocido a Garibaldi y a Herzen. Un poco ingenua, sólo veía lo que quería ver. Era una buenista convencida de que podía cambiar el mundo. Prideaux dice cruelmente que Lenin la habría considerado “una tonta útil con dinero”.

Los dos se conocieron en Bayreuth en 1872. Ella era 28 años mayor que él y, sin duda, la modestia con la que vivía Niezsche le despertó el instinto maternal. En 1876 invitó a Nietzsche a pasar el invierno en Sorrento en asociación con otros “espíritus libres”. Malwida ya se veía presidiendo algún tipo de academia platónica, donde todo sería indagar los misterios del universo e idear fórmulas para cambiar la sociedad. Los otros dos espíritus libres que acompañaron a Nietzsche en aquella aventura fueron Albert Brenner, un estudiante de filología tuberculoso que moriría poco después, y Paul Rée, hijo de un millonario, diletante y filósofo. Fueron unas semanas de vida relajada y en contacto con la naturaleza, acompañada de lecturas y conversaciones. Paolo D’Iorio ha escrito sobre esos días en “El viaje de Nietzsche a Sorrento.”

Malwida pertenecía a la categoría de buenistas que, además, quieren arreglarles la vida a los demás. En el caso de Nietzsche, la solución preconizada por Malwida era casarle con una mujer buena, inteligente y con dinero; no sé en qué orden de prioridad tenían que ir las cualidades. Malwida adelantó los nombres de algunas candidatas. Parece que a Nietzsche le hizo gracia la idea, pero el tipo de gracia que nos hacen los proyectos curiosos que sabemos que no saldrán adelante. En sus palabras por aquellos días: “El matrimonio, aunque realmente muy deseable, es lo más improbable. Lo sé muy claramente.”

 

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