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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

Genio y ansiedad

Emilio de Miguel Calabiael

“Genio y ansiedad. Cómo los judíos cambiaron el mundo 1847-1947” es un libro de Norman Lebrecht que va justo de eso, de pasar repaso a todo lo que aportaron los judíos al mundo en ese siglo y cómo sus condiciones de vida y su papel en Occidente fue cambiando hasta la fundación del Estado de Israel. El marco temporal está muy bien escogido. Pienso que el mundo cambió más en esos cien años que en los 74 años que han transcurrido desde entonces, aunque hablemos ahora de cambios acelerados. Mucho de lo que vivimos ahora tiene su raíz en invenciones e ideas que aparecieron en el período delimitado por Lebrecht. Pasemos revista a algunas y a los judíos que contribuyeron a su invención:

Sin lugar a dudas el pensador que ha marcado el siglo XX, ha sido Karl Marx. En su momento de mayor auge (1980), 16 países (y creo que me quedo corto) tenían regímenes inspirados por el marxismo en cualquiera de sus vertientes y algo más del 40% de la población mundial vivía bajo uno de estos regímenes. Allí donde se impuso cambió para siempre a las sociedades que lo adoptaron, a menudo al precio de mucho sufrimiento como podrían testimoniar los 3,5/5 millones de campesinos ucranianos que murieron en la Gran Hambruna provocada por Stalin y que luego sería mejorada por Mao en el Gran Salto Adelante. En lo que se refiere a porcentajes tal vez el ejemplo más dramático sea el de Camboya, donde se estima que los khmeres rojos pudieron asesinar a la tercera parte de la población.

Incluso en donde no se impuso, el marxismo dejó su impronta en numerosos pensadores: Gramsci, Sartre, Marcuse, Althusser, Hobsbawm, Adler… Los que he mencionado son claramente marxistas, pero hay otros que no se suelen etiquetar como tales, pero en los que la influencia del marxismo fue muy importante: Foucault, de Beauvoir, Weber, Durkheim…

¿Qué tenía el pensamiento de Marx para ejercer una influencia tan grande? Lebrecht no lo dice, así que intentaré aventurar una respuesta. Lo atractivo del marxismo es que presenta una cosmovisión, que apoya en mecanismos y procesos que se quieren científicos y, por tanto, irrefutables. Marx desmenuza la sociedad y los mecanismos de poder, que a veces están ocultos en la cultura, en la religión. Pero lo más importante, es que promete una vía hacia un futuro mejor en el que no habrá clases y el hombre no será explotado por el hombre. “Gilipolleces”, habría dicho mi difunto tío Ricardo, que nunca se fió de nadie que le prometiese que iba a cambiar a la Humanidad y a traer el paraíso a la tierra ni de quien le ofreciese un crecepelo milagroso que le fuese a devolver la melena de sus veinte años. La Humanidad se habría ahorrado muchos disgustos si hubiese escuchado a mi tío Ricardo.

El marxismo tuvo la fortuna de llegar en un momento en el que la fe había comenzado a declinar en Occidente y la gente necesitaba una nueva cosmovisión que le explicase el mundo y le ofreciese un ideal por el que luchar. Y si esa nueva cosmovisión se envolvía en un ropaje seudocientífico, mejor que mejor.

Si Marx introdujo una nueva manera de ver las relaciones de poder en el seno de la sociedad, Freud introdujo una nueva manera de vernos a nosotros mismos. Igual que el mesiánico Marx quería ofrecer una visión global de la sociedad, Freud quería dar una vision omnicomprensiva de la personalidad humana. Ambos se parecían en lo seguros que estaban de sus ideas y lo poco que les gustaba que les contradijeran.

Allá donde los ilustrados habían pensado que éramos espíritus racionales y los románticos que éramos espíritus encarnados llenos de pasión y de una verdad que nos era propia, Freud vino a bajarnos los humos. La neurosis es nuestro estado natural y somos presa del inconsciente, una parte de nosotros que nunca podremos domeñar, pero que influye poderosamente sobre nuestras acciones. El sexo se convierte en algo muy serio, una energía que lo invade todo y que está en el origen de todos nuestros complejos.

Aunque Freud tuvo una relación complicada con su legado judío, del que tendió a renegar, Lebrecht enumera algunos temas freudianos que pueden encontrarse en el Antiguo Testamento y en el Talmud. Son: la libre asociación, el inconsciente, la interpretación de los sueños, la transferencia, la asociación de palabras y los juegos de palabras. Cabría preguntarse si Freud era consciente de esas similitudes, si pudo haberlas aprendido de pequeño a través de su educación religiosa y luego haberlas olvidado y creer que él las había inventado, o si se trata de puras casualidades.

El tercero del trío que cambió nuestra manera de ver el mundo fue otro judío, Albert Einstein. La influencia de Einstein sobre la física moderna ha sido tan grande que no sé por dónde empezar. Primero está la idea genial de que vivimos en un universo espacio-temporal. Hasta ese momento, no habíamos advertido que el tiempo es una dimensión más del cosmos. Más difícil es la idea de que todo, empezando por el tiempo es relativo, si me muevo a la velocidad de la luz, el tiempo transcurre distinto para mí que para mi hermano que se quedó en la Tierra. Un corolario de esto es que no existe un tiempo universal. Mi presente en la Tierra se corresponde con -1.000.000 de años en la galaxia de Andrómeda, el tiempo que ha transcurrido desde esa galaxia emitió la luz que hoy veo. Newton nos había dejado un universo que funcionaba como la maquinaria de un reloj, que era predecible y aburrido. Einstein y luego la física cuántica nos han dejado un universo que todavía no entendemos bien y que a menudo va en contra de nuestra lógica.

Pasemos al terreno de las artes.

La influencia judía en el tránsito de la música clásica a la música contemporánea ha sido enorme. Empecemos por Felix Mendelssohn, el principal compositor alemán de su tiempo. Lebrecht subraya como rasgos de su música su perfeccionismo, su estilo, su sinceridad angustiada, su transparente vulnerabilidad. Esos rasgos, más su judaísmo no asumido del todo, harán que la siguiente generación, la de Wagner, Schumann y Liszt le rechace. Alguién dirá de él que es como “una enfermedad infantil”, que conviene pasar pronto.

El siguiente compositor judío en quien hay que detenerse es en el austro-húngaro Gustav Mahler. Mahler siente que el modelo sinfónico ha alcanzado sus límites y no le basta para decir lo que desea. Mahler desea la expresión total, transmitir un afán de trascendencia. Formado en el romanticismo alemán, lo trasciende y hace una música que responde a la sensibilidad del nuevo siglo. Poco entendido en su tiempo, con los años se convertirá en el compositor más mencionado por todos los snobs que quieren mostrar su sensibilidad superior en materia musical.

La tradición musical a comienzos del siglo XX necesitaba ser renovada. El principal responsable de esa renovación y de un nuevo modo de hacer música es Arnold Schoenberg, otro judío austriaco. Schoenberg tomó la atonalidad, que ya estaba en el ambiente, y le dio el desarrollo más osado y más influyente. En la atonalidad, cada nota es independiente de lo que vino antes y de lo que vendrá después. Desaparece la idea de un sonido convertido en el eje central de la obra. Supone una ruptura total con la manera en la que se había venido componiendo la música en Occidente desde comienzos del siglo XVI. Con Schoenberg nace el modernismo y ya no hay vuelta atrás.

Por esos años, al otro lado del Atlántico, judíos y afroamericanos unen sus músicas idiosincráticas y dan lugar al jazz. El compositor más destacado de este nuevo estilo es George Gershwin, que supo combinar jazz y música clásica. Alguien dijo que si hubiera que escribir la lista de los diez principales compositores occidentales, el único norteamericano que entraría en la lista sería Gershwin.

En literatura, tenemos a Heinrich Heine, Isaac Babel, Elías Canetti, Paul Celan, Franz Kafka, Stefan Zweig, Isaac Deutscher, Borís Pasternak, Primo Levi, Gotthold Ephraim Lessing, Osip Mandelstam, Joseph Roth, Isaac Bashevis Singer y el que es mi favorito en esta lista y que sospecho que es también el favorito de Lebrecht, dado el número de páginas que le dedica: Marcel Proust.

Todos los escritores que he enumerado son notables, pero Proust juega en otra liga a la que como mucho se aproxima Kafka. La obra de Proust tiene una riqueza que cada relectura (algo que muy pocos son capaces de hacer) aporta algo nuevo. Me encantan sus reflexiones sobre el pasado cambiante, que influye sobre nuestro presente; las motivaciones contradictorias y a veces desconocidas hasta para nosotros mismos, que influyen sobre nuestras acciones; la importancia de lo aparentemente nimio, cuando se lo observa de cerca; el único tiempo que existe es el tiempo subjetivo. Dicho en palabras de Proust: “Una hora no es simplemente una hora. Es un recipiento lleno de perfumes y sonidos y proyectos y climas”.

Me he puesto a escribir sobre los personajes que aparecen en el libro y no he hablado sobre el estilo de Lebrecht. Lebrecht presta especial atención a la psicología de sus personajes, a sus orígenes familiares y a su relación con el judaísmo. Los describe con una atención al detalle y una habilidad para el manejo de los datos que casi se leen sus historias como una buena novela. Voy a poner un ejemplo y voy a plantear un acertijo. El ejemplo:

“… Tiene un historial de depresión y ha amenazado varias veces con suicidarse, la más violenta cuando su primera esposa quiere tener un bebé. X informa a Z que un niño le distraería de sus deberes hacia él, su esposo, y le prohíbe concebir. Se rumorea que tiene hábitos sexuales peculiares. Su ego es monstruoso, equiparable solo a su necesidad de respirar el aire del genio, de confraternizar con los grandes músicos, artistas y escritores, hombres que ocupan un panteón al que él no puede aspirar…”

El acertijo: ¿a quién corresponde esta descripción?

 

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