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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

El yo en el budismo. Lo que va del Theravada al Vajrayana (3)

Emilio de Miguel Calabiael

Sería el mahayana el que encontraría la solución: recuperar el atman hinduista, pero sin reconocerlo abiertamente. El atman del mahayana se llamará “la naturaleza búdica”.

Parece que el primer texto en el que se habla de la naturaleza búdica es en el “Mahaparinirvana Sutra” (no confundir con el “Mahaparinibbana Sutta” del canon pali), que podría datar del siglo II d.C., aunque es posible que recoja teorías que ya andaban en circulación desde hacía tiempo. 

En el sutra Kasyapa le pregunta a Buda si existe el yo y Buda responde: “El yo es la naturaleza búdica. Todos los seres tienen la naturaleza búdica. Esto es el yo. Este yo ha estado desde el comienzo oculto por innumerables contaminaciones. Por esto las personas no pueden verlo”. La naturaleza búdica es eterna e indestructible. Es distinta del cuerpo-mente, como demuestra el hecho de que la destrucción del cuerpo-mente no implica su desaparición. La naturaleza búdica es lo que queda cuando lo no eterno se disuelve en el nirvana. 

¡Vaya! Esto se parece mucho al atman que el budismo primitivo había rechazado seiscientos años antes. El “Bhagavad Gita”, que es anterior a Buda, dice “el alma (el atman) es Dios que es inmortal e infinito, que no tiene comienzo y no tendrá fin y que existe y no existe.” El advaita vedanta caracteriza el atman como idéntico con Brahma y no individual (no hay un atman por persona). A este respecto el filósofo Sankara introduce una metáfora de sabor budista: igual que si vemos el reflejo de la luna en varios estanques podríamos pensar que hay muchas lunas, una por estanque, si miramos al cielo, observaremos que lo que veíamos no era sino los reflejos de la única luna que existe. 

El ambiente debía de estar preparado para acoger el concepto del atman-naturaleza búdica, porque, no sólo no fue rechazado, sino que surgió toda una literatura que retomó el concepto. En el “Tathagatagarbha sutra”, que es un poco posterior, se presenta a Buda diciendo: “… todos los seres vivos, aunque estén entre las contaminaciones del odio, la ira y la ignorancia, tienen la sabiduría de Buda (…) están dotados con las virtudes, siempre puras, y por ello no son diferentes de mí”. El “Srimaladevisimhanada Sutra”, posiblemente del siglo III d.C., elabora el concepto que ya existía de dharmakaya, que es la realidad última, el Dharma hecho realidad, y lo describe de la siguiente manera: “sin comienzo, no creado, no nacido, inmortal, libre de muerte; permanente, firme, calmo, eterno; intrínsecamente puro, libre de contaminaciones…” También este dharmakaya se parece enormemente al Brahman hinduista. El “Ratnagotravibhaga” distingue entre dos tipos de Talidad (“tathata”), una manchada y otra inmaculada. La manchada es el tathagatagarbha, nuestra naturaleza búdica oscurecida por las contaminaciones. La inmaculada es el dharmakaya. En último extremo ambas son la misma. Si donde dice “tathagatagarbha” dijéramos “atman” y donde dice “dharmakaya”, dijéramos “brahmán”, un hinduista lo entendería perfectamente. 

La pregunta del millón: ¿por qué el budismo, que había adoptado como una de sus banderas diferenciadoras del hinduismo la doctrina del no-yo, acabó recuperando el atman, después de un desvío de más de 700 años? Hay quienes han sugerido que fue en respuesta a la revitalización del hinduismo, pero cronológicamente las fechas no se corresponden. La aparición de la doctrina del tathagatagarbha fue anterior a la revitalización del hinduismo. Fue el advaita Sankara el que se vio influido por el budismo más que a la inversa. Pienso que es más probable que la naturaleza búdica emergiera debido a elementos internos al sistema. Posiblemente hubiera quienes pensasen que la doctrina del no-yo les había metido en un callejón sin salida filosófico y ético y, sin atacarla directamente, reintrodujeran el concepto del atman en el budismo.

 

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