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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

El tiempo pasa…

Emilio de Miguel Calabiael

Una de las maneras que el budismo tiene de incitar a sus fieles a que practiquen y no pierdan el tiempo, es hacerles meditar sobre la impermanencia. Ahora estás muy bien, disfrutando de la vida, tienes un cuerpo joven y saludable y todo te sonríe, pero eso pasará.

El budismo es menos original de lo que se piensa. Lo de que la vida pasa, ya se le había ocurrido a un egipcio del Imperio Nuevo, hace 3.500 años:

“Desde el tiempo del dios, los cuerpos son creados para pasar; otros los sustituyen.

Los que construyeron casas y pirámides reposan en su tumba (…)

¡Festeja un día feliz, Paser! (…)

Olvida cuanto es malo, sueña en la felicidad, hasta que llegue el día de la partida (…)

¡Festeja un día feliz!

Porque el destino no cesa de contar sus días. Y a los que han sido calculados para ti, nada hay que añadir.

De los que se han ido, ninguno ha vuelto jamás…”

1.500 años después, en China, una noche Wang Hsichih estaba festejando con unos amigos, cuando se acordó de todos aquellos poetas que habían festejado en el pasado y ahora estaban muertos. Lo mismo que él ahora los recordaba esa noche de fiesta, llegaría el día en que él también estaría muerto y otro le recordaría a él. Hoy yo soy ese otro, pero no puedo expresarlo mejor de lo que lo dijo Wang Hsichih en “El pabellón de las orquídeas”:

“Nos agrupamos en orden, sentados junto al agua, y bebemos en sucesión de una copa que flota por el curvo arroyo; y aunque no hay música de los instrumentos de cuerda y de los de viento en madera, con este alternado beber y cantar nos sentimos bien dispuestos a gozar cabalmente una íntima conversación en calma. Hoy es claro el cielo, fresco el aire y dulce la buena brisa. En verdad placentero es mirar el inmenso universo que nos cubre (…)

En un abrir y cerrar de ojos, los objetos de nuestros previos placeres pasan a ser cosas del pasado, que nos obligan a tener momentos de pesaroso recuerdo. Además, sean largas o cortas nuestras vidas, todos terminamos eventualmente en la nada (…) A menudo estudio los júbilos y los pesares de la gente de antes, y al inclinarme sobre sus escritos y ver que se sentían conmovidas tal como nosotros, me veo frecuentemente vencido por un sentimiento de tristeza y compasión y me gustaría aclarar las cosas para mí. ¡Bien sé que es mentira decir que la vida y la muerte son la misma cosa, y que la longevidad o la muerte temprana no hacen diferencia alguna! Así como los del presente miramos a los del pasado, así nos mirará la posteridad a los del presente. Por tanto, he fijado un esbozo de mis contemporáneos y sus palabras en esta fiesta, y aunque cambien el tiempo y las circunstancias seguirá siendo igual la forma en que evocarán nuestros estados de felicidad y de pena. ¡Qué sentirán los lectores del futuro cuando fijen sus ojos en este escrito!”

Otro poeta chino, éste de la dinastía T’ang, Kao Shih, lo expresó de esta manera:

“… disfrutando de tus canas y de días ociosos,

las nubes azules se levantan antes que tú.

¿Cuántas veces todavía dormirás

Con una jarra de vino junto a tu cama?”

El príncipe mexica Nezauahlcoyotl encontraba un triste consuelo en la idea de que el tiempo pasa igual para todos y la muerte es el destino común:

“¿A dónde iremos

donde la muerte no exista?

Mas, ¿por esto viviré llorando?

Que tu corazón se enderece:

Aquí nadie vivirá para siempre.

 

Aún los príncipes a morir vinieron,

los bultos funerarios se queman.

Que tu corazón se enderece:

Aquí nadie vivirá pasa siempre”.

A veces el pensamiento de la muerte futura no es tan terrible como el recuerdo de las personas y las cosas que fueron y ya no son, que se desvanecieron en las arenas del tiempo. El francés François Villon tiene la “Balada de las damas de antaño”, en el que pasa revista a beldades del pasado y se pregunta dónde están ahora. Cada estrofa termina con el estribillo:

“Mas las nieves del año pasado,

¿adónde se han ido?”

Aunque me gusta mucho François Villon, me quedo con las “Coplas a la muerte de su padre” de Jorge Manrique, que bien podrían servir para una meditación budista sobre la impermanencia:

“Recuerde el alma dormida,

avive el seso y despierte

contemplando

cómo se pasa la vida,

cómo se viene la muerte

tan callando;

cuán presto se va el placer;

cómo después de acordado

da dolor;

cómo a nuestro parecer

cualquiera tiempo pasado

fue mejor.”

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