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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

El ascenso y la caída de las naciones (1)

Emilio de Miguel Calabiael

Existe una línea de libros muy en boga en los últimos años que consiste en explicar que es lo que las naciones hacen bien o mal para triunfar o hundirse en el escenario internacional. El libro más exitoso dentro de esta línea es “¿Por qué fracasan las naciones?” de Daron Acemoglu y James Robinson, que yo calificaría de manual de autoayuda para estadistas, por aquello de intentar reducir un tema muy complejo a unas pocas recetas fáciles.

En una línea similar va “El ascenso y la caída de las naciones. Diez reglas de cambio en el mundo post-crisis” de Ruchir Sharma. Aunque el título es grandilocuente y parece que promete mucho, lo que realmente hace Sharma, que no es poco, es identificar qué parametros nos pueden indicar que un país va camino del crecimiento economico o que se encamina hacia una recesión.

En la introducción habla de cuál es su metodología y realmente me ha gustado. Parte de la base de que es imposible realizar pronosticos económicos fiables más allá de un horizonte de diez años. Más allá de ese horizonte, lo que hacen muchos analistas es meramente extrapolar tendencias, imaginándose que todo seguirá según los cauces habituales. Es decir, se imaginan lo que pocas veces ocurre en la realidad, donde hay más imprevistos y cisnes negros de los que el 90% de los economistas y casi todas las instituciones financieras internacionales se imaginan. Otro de sus puntos de partida es que vivimos en el mundo d.C., o sea, después de la Crisis. La Crisis ha introducido un nuevo paradigma. La globalización ha echado marcha atrás. El comercio crece anémicamente por debajo del crecimiento economico global. Los flujos de capital circulan con menos alegría entre los países, prefiriendo los capitales invertir en los mercados domésticos en vez de salir al duro mundo internacional a estrellarse. La esperanza de que la prosperidad traería aparejada la democracia se ha quebrado; según Freedom House, de entre 110 países analizados, en más de la mitad la democracia y las libertades han retrocedido en la última década y no parece que una China emergente vaya a convertirse pasado mañana en un paladín de la democracia. Los niveles de crecimiento global del período a.C. (antes de la Crisis) ya no parecen alcanzables y nos conformamos con niveles mucho más discretos.

Tal vez en la introducción no explicite dos presupuestos ideologicos con los que se mueve. El primero es el paradigma neoliberal: los mercados siempre tienen razón y más vale que el Estado los deje tranquilos. El segundo es la idolatría del crecimiento económico. Es buenísimo que crezca, con independencia de que vaya acompañado de crisis medioambientales, de conflictos sociales, de pérdida de valores o de distribución desigual de la riqueza. No hay criterios de justicia social o de solidaridad que atemperen esa idolatría.

Los parámetros que Sharma ha escogido para determinar si un país se encuentra en la senda del sacrosanto crecimiento son:

1) El crecimiento demográfico. A mayor tasa de natalidad, el país tiene más trabajadores y menos envejecimiento. La mala noticia para Sharma es que las tasas de natalidad globales están cayendo. Frente a aquéllos que advierten de las amenazas de la superpoblación, Sharma replica que “lo que todas esas alarmas no advierten es que mientras que 10.000 millones de personas parecen un montón de gente, el ritmo de crecimiento a la baja es lo que le importa a la economía…” Ésa es la filosofía que permea todo el libro: lo que importa para el crecimiento es bueno para el planeta. Yo humildemente me pregunto: ¿qué ocurriría si todos los países a una escuchasen a Sharma y tuviesen tasas de natalidad del 2,7%? Seguro que estaríamos muy apretaditos y que consumiríamos más recursos de los que tiene el planeta, pero creceríamos a la velocidad del rayo.

2) ¿Está un reformista a los mandos? Normalmente un líder reformista y con un claro mandato puede impulsar la economía. Ha ocurrido con Putin en Rusia, con Erdogan en Turquía y con Suharto en Indonesia. Sharma advierte que no es raro que el líder, que empezó siendo un reformista, se envalentone con el éxito y quiera perpetuarse en el poder, convirtiéndose en una rémora para el país. Curiosamente, esta regla funciona mucho más en los países en vías de desarrollo que en los desarrollados. La razón sería que en estos últimos las instituciones son más fuertes y pueden atenuar los efectos de un mal líder. Otra peculiaridad es que los regímenes autoritarios suelen conseguir tasas de crecimiento mayores, pero cuando se la pegan, se la pegan con mucho más entusiasmo que las democracias. Es más, los regímenes autoritarios son más proclives a los movimientos pendulares acusados: período de gran crecimiento, seguido de aguda recesión.

3) Buenos y malos millonarios y la desigualdad. Sharma distingue entre buenos millonarios, que son los que hacen su dinero de una manera limpia y legítima y malos millonarios, que son los que se han enriquecido a base de corruptelas y de contactos con el liderazgo político, gente que ha prosperado por sus relaciones, no por su genio empresarial. Hay sectores como la construcción o el petróleo que parecen proclives a generar malos millonarios. En general, una elevada proporción de malos millonarios es mala para el crecimiento económico.

Sharma se pregunta si la desigualdad amenaza a la economía. La respuesta es que sí, cuando lleva a que la población se vuelva susceptible sobre la manera en que se crea la riqueza. Los malos millonarios generan mucha más insatisfacción que los buenos y un efecto perverso es que la opinión pública puede centrarse más en redistribuir la riqueza que en crearla. Por otra parte, está el efecto que los economistas conocen desde antiguo que dice que las clases pobres y medias tienen mayor propensión marginal al consumo que los ricos. Una distribución más equitativa de la riqueza es buena para fomentar la demanda interna. No deja de llamarme la atención que en todas sus disquisiciones sobre la desigualdad, en ningún momento conceptos como la solidaridad o la justicia social consiguen abrirse paso.

4) La intervención del Estado en la economia. Sharma acepta que hay cosas que sólo el Estado puede hacer como construir infraestructuras, lo cual es un problema en Estados en vías de desarrollo donde una pobre recaudación de impuestos hace que el Estado carezca de medios suficientes para hacer esas inversiones. Otras tareas del Estado son contener la corrupción, los monopolios y el crimen. El papel que Sharma contempla para el Estado es el de “un sensato Leviathan que gasta sus recursos limitados de una manera estratégica y actúa con consistencia y predicibilidad, basado en un pensamiento economico claro”. Sharma reconoce que ha habido casos en los que el Estado ha podido desarrollar un país mediante políticas industriales iluminadas que han sabido aprovechar las fuerzas del mercado. Ha sido el caso de Alemania, Japón o Corea del Sur. No obstante, Sharma advierte que en las últimas décadas ninguna economía emergente ha conseguido este éxito.

Un área donde la actividad estatal puede ser especialmente dañina es la bancaria. Los bancos estatales son una tentación demasiado fuerte para los empresarios con conexiones políticas. En los casos de crisis bancarias, han sido los bancos estatales en general los que han acumulado mayor número de créditos fallidos.

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