Bueno, todas las reflexiones anteriores sobre que el amor no lo inventaron los trovadores provenzales y que no es un invento occidental, vienen a cuento para hablar del libro “Love, Money and Obligation. Transnational Marriage in a Northeastern Thai Village” de la antropóloga tailandesa Patcharin Lapanun.
Patcharin analiza en el libro un fenómeno que se da en la región de Isarn en Tailandia, que es la mayor y más subdesarrollada del país, y que consiste en los matrimonios entre mujeres de la región y extranjeros. Para su estudio se centró en la aldea de Na Dokmai, una población de 4.300 habitantes dedicada a la agricultura. Lo sorprendente es que para una población tan pequeña, 159 de sus mujeres estaban casadas o habían tenido relaciones de larga duración con extranjeros de 21 países diferentes. Patcharin analiza qué es lo que hay detrás de esas relaciones, que es lo que mueve a las mujeres de Isarn a buscar maridos extranjeros.
Un primer motivo es una desconfianza hacia los hombres tailandeses del medio rural, que son vistos como poco de fiar: tienden a tener otras amantes, son poco responsables hacia sus familias, se emborrachan y les gusta el juego, y algunos de ellos son maltratadores. La idea de que uno no se puede fiar de los hombres, que son aves de paso, está muy arraigada en la cultura tailandesa. Es el retrato que ofrece la obra clásica “Khun Chang Khun Phaen” y es la descripción que hace el holandés van Vliet, que vivió en Ayutthaya en el siglo XVII: “… los hombres son en general vagos y lentos, de forma que las mujeres (que son proporcionadas y bonitas), hacen la mayor parte del trabajo en los campos. Estas mujeres también reman en los ríos [dada la importancia de los mercados flotantes en el país, seguramente además de remar, comerciarían] y hacen muchas otras cosas (y al contrario que en otras naciones) hacen el mismo trabajo que sus esclavos y cuidan de sus familias con mucha diligencia…”
Más gráfico que van Vliet y más contemporáneo también, es el testimonio de una de las entrevistadas, cuyo marido tailandés se fue a trabajar al extranjero con dinero que ella había pedido prestado: “No enviaba nada de dinero a casa. Cuando le telefoneaba, decía que no tenía trabajo. Cuando le pedía que enviara dinero, me decía que no tenía nada de dinero porque no tenía trabajo (…) No le preocupaba lo que nos ocurriera a mí o a nuestros hijos. No le preocupaba que nos pudieran arrebatar la casa. Yo no podía llegar a fin de mes, y mucho menos pagar la inmensa deuda para salvar la casa.”
En comparación, con los occidentales todo son ventajas. Como dice una de las tailandesas entrevistadas en el libro: “La mayor parte de los hombres farang [“farang” es la denominación de todos los occidentales; proviene del persa “barran” que a su vez es una adaptación de “franco”] aceptan y apoyan a los hijos de relaciones anteriores [en el medio rural de Isarn es muy normal que las chicas se queden embarazadas muy pronto e igual de normal que los padres tailandeses de las criaturas se desentiendan], pero los hombres tailandeses, no. No está en nuestra cultura… Las mujeres pueden también disfrutar de una vida mejor y tener nuevas experiencias, especialmente cuando viven en el extranjero.”
Uno de los componentes de la fascinación por los occidentales es que tienen dinero y es aquí donde los conceptos del amor occidental y tailandés chocan. Desde los trovadores provenzales y las películas de Hollywood estamos convencidos en Occidente de que el amor tiene que ser algo puro, desprendido e inmaterial. Si entran consideraciones crematísticas, malo. Pero en la concepción del amor en Isarn, si el hombre realmente ama a la mujer, tiene que ayudarla financieramente. ¿Suena interesado? En muchas partes del mundo y hasta en Occidente hasta hace poco las mujeres esperaban que los maridos fueran buenos proveedores. “Quiero un buen hombre que sea generoso y cálido, que se responsabilice de su familia, acepte y ayude a mis hijos y cuide también de mis padres. Mi relación anterior [con un hombre del pueblo] muestra cómo la vida sería si el hombre no se toma a su familia en serio [realmente parece que la chica más que un marido, busca un asistente social].” En Isarn amor y dinero se solapan y el dinero que el farang entrega a la chica de Isarn genera un vínculo emocional; en Occidente, amor y dinero son incompatibles. “Mi relación con Sven comenzó por el dinero. Yo necesitaba ayudar a dos mis hijos y devolver un préstamo (…). [La relación] terminó en amor.”
Las mujeres de Na Dokmai casadas con farangs forman una suerte de casta aparte. Viven en casas modernas, pagadas por sus maridos, contribuyen al templo y a otras obras de beneficencia. A veces no se las acepta del todo, porque vienen de baja extracción, pero el dinero siempre allana el camino.
Abriendo tantas vías la boda con un farang, no es de extrañar que muchas jóvenes del pueblo piensen en cómo ponerse a tiro de los farangs. Para muchas de ellas, la vía más obvia, sobre todo cuando no tienes muchos estudios ni hablas bien inglés, es irse a un gogo-bar en la localidad costera de Pattaya, que allí fijo que se conocen farangs. Lo interesante es que en algunos casos son sus propios padres los que les sugieren esa “salida profesional”.
Que sea una profesión que pueda llevar al sueño dorado de un matrimonio con un farang, no implica que sea una profesión prestigiosa. De hecho, cuando las chicas referían a Patcharin sus relaciones con sus clientes, tendían a enfatizar el lado amistad (por ejemplo, que iban juntos a atracciones turísticas) y dejaban de lado el aspecto sexual. No era raro que se convirtiesen para el turista que había ido por quince días a Tailandia en una mezcla de acompañante, guía turística, gestora y compañera sexual, lo que en la cabeza de ambos tendía a borrar la distinción entre chica normal y prostituta. Una vez conseguido el objetivo del marido farang, todas dejaban la profesión y muchas se encontraban en su pueblo en una posición ambigua. Se las respetaba porque se habían casado con un farang y tenían dinero, pero no se olvidaba del todo su antigua profesión.
Patcharin se centra más en ellas que en ellos, pero no deja de ser interesante saber lo que puede llevar a un farang a casarse con una chica con la que apenas sí tiene un lenguaje en común y que pertenece a una cultura alejadísima de la suya. Basándose en estudios de otros autores y en algunas entrevistas, Patcharin apunta que, viniendo de sociedades feministas en las que la masculinidad tradicional está amenazada, estos farangs encuentran en las mujeres tailandeses un modelo de femineidad y de cuidados y de retorno a unos valores familiares que en Occidente están desapareciendo. A ello se añadiría una cierta fascinación por la mujer oriental, que es vista como un epítome de sensualidad. Richard Berstein en la magnífica “The East, The West and Sex” ha explorado todo el imaginario occidental desde el tiempo de los romanos sobre un Oriente femenino y sensual.
Lo que echo de falta en el libro es una estadística de cuántas de estas relaciones entre hombres farangs y mujeres tailandesas triunfan. En tiempos yo era bastante escéptico y pensaba que la mayor parte fracasaban. Puede que eso fuese cierto en los noventa, pero creo que la sociedad tailandesa se va abriendo y que la tasa de éxitos aumenta, al tiempo que la tasa de matrimonios fracasados aumenta en nuestros países. Al final va a resultar que es más fácil tener un matrimonio exitoso si te casas con una mujer que vive a 10.000 kilómetros de distancia que si lo haces con la vecina del quinto.
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