El periodista francés François Bougon ha escrito un libro muy revelador que se llama “Dentro de la cabeza de Xi Jinping”. En el trata de rastrear las influencias sobre el pensamiento de Xi Jinping y lo que éste quiere para China.
China es un Estado-civilización de más de cuatro mil años de antigüedad. Cualquiera que trate de gobernarlo, lo primero que tiene que plantearse es qué hacer con los grandes clásicos del pensamiento chino, que han modelado al país durante 2.500 años. Las cuatro grandes escuelas del pensamiento chino son el taoísmo, el confucianismo, el legalismo y el budismo. Podemos prescindir del budismo, en tanto que filosofía que llegó del extranjero y que no tuvo influencia sobre el pensamiento político chino. También podemos prescindir del taoísmo. Aunque habla mucho de la sociedad y de sus males, su punto de vista es demasiado anarquista para cualquiera al que le gusten el poder y mandar a sus semejantes, que es algo que les ha gustado a casi todos los que han sido algo en China; el taoísmo queda para los filósofos y para la intimidad. Así pues, las ideologías que realmente han gobernado China hasta la caída del imperio Qing fueron el confucianismo y el legalismo.
El pensamiento confuciano es un pensamiento conservador que en lo social busca la armonía, la moderación y la conservación de la tradición. Le preocupan la justicia, el orden y el equilibrio y defiende unas relaciones entre los hombres basadas en la benevolencia, la equidad y el deber. Su principal obra son las “Analectas”, que recogen máximas, conversaciones del maestro con sus discípulos y sus acciones en determinados momentos. Las “Analectas” no están sistematizadas y a menudo hay que excavar en ellas para extraer el pensamiento de Confucio, que no siempre está del todo explícito. Esto hace que el pensamiento confuciano sea fácilmente manipulable por gobernantes interesados solamente en el poder.
En todo caso el confucianismo siempre ha sido en China la fachada amable del poder. La ideología que realmente ha guiado el gobierno del Estado ha sido el legalismo de Han Fei. Han Fei partía de una visión negativa de la naturaleza humana. Los hombres tienden a dejarse arrastrar por sus deseos y su interés. La única manera de rectificar su conducta es mediante los castigos y las recompensas. La armonía y la estabilidad del Estado sólo se pueden conseguir mediante un régimen policial. Aquí no hay ni rastro de la benevolencia que predicaba Confucio.
¿Cómo se sitúa Xi Jinping frente a los clásicos? A Xi Jinping le gusta alardear de cultura literaria. Es el primer Presidente desde Mao al que le gusta citar a los clásicos con profusión, aunque ésta no es una peculiaridad suya; en la cultura china entre la gente educada citar a los clásicos es tan habitual como lo introducir citas latinas en nuestra cultura hace tres generaciones.
Xi Jinping afirma que los clásicos han ejercido una gran influencia sobre él y parece que su familiaridad con ellos va mucho más allá de la cita ocasional. Del “Dao de jing” habría aprendido el pragmatismo y la paciencia para dejar que las cosas se desarrollen gradualmente o al menos eso pretende. La realidad es que no hay un libro más anarquista y antiautoritario que el “Dao de jing”. A Mao le encantaban los legalistas, porque fue la escuela sobre la que se apoyó el emperador que unificó china, Qin Shi Huang. La idea de hacer borrón y cuenta nueva con lo antiguo le fascinaba a Mao como los chinos tuvieron la desgracia de aprender con ocasión de la Revolución Cultural. A Xi Jinping parece que también le encantan los legalistas. Una idea que parece que Xi Jinping ha adoptado de Han Fei es que “cuando quienes defienden la Ley son fuertes, el Estado es fuerte.” Al final, para Han Fei, gobernar consiste en controlar por la fuerza; bueno, no sólo la fuerza, también está el miedo…
Y, finalmente, está Confucio, que ha sido rehabilitado y colocado en su pedestal tradicional tras las décadas de eclipse que pasó durante la etapa de Mao Zedong. Xi Jinping ha vuelto a exaltar a Confucio por el profundo influjo que ha tenido sobre la civilización china; el confucianismo, dice, “proporcionó una fuente clave de nutrición para la supervivencia y el crecimiento continuo de nuestra nación.” Evidentemente el Confucio al que cita profusamente Xi Jinping es el Confucio moralista y conservador, que otorga primacía al orden (el orden es la armonía confuciana cuando pones a un policía en cada esquina). Confucio puede ofrecer un asidero ético a las nuevas generaciones que se han educado en un materialismo exacerbado.
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