(Wittgenstein)
De los filósofos del siglo XX, Magee se detiene en tres: Wittgenstein, Russell y Popper.
Ludwig Wittgenstein, partiendo de las reflexiones de Schopenhauer, pensaba que tiene que haber algo en común entre la realidad y la representación que nos hacemos de ella. Ese algo en común era la estructura lógica. La lógica impone límites que la realidad no puede transgredir; por ejemplo, una cosa no puede estar y no estar ahí al mismo tiempo (la física cuántica diría que eso sí es posible). La lógica también impone límites a lo que puede ser dicho con sentido. Así, Wittgenstein llega a determinar tres posibilidades: 1) Afirmaciones que no se corresponden con nada que exista en la realidad. Se trata de afirmaciones sin sentido; 2) Afirmaciones que podrían corresponderse con algo que existiera en la realidad, pero ese algo no existe. Se trata de afirmaciones con sentido, pero no verdaderas; 3) Afirmaciones que se corresponden con la realidad. Son verdaderas.
Años después, Wittgenstein publicó “Investigaciones filosóficas”, en la que repudió su sistema anterior, expuesto en el “Tractatus Logicus-Philosophicus”. Aquí afirmó que el significado de una palabra consiste en lo que podamos hacer con ella y, por tanto, su significado es la suma de todos sus posibles significados. Ya no se trata de hablar de una realidad a la que el lenguaje pudiera corresponderse. El lenguaje ha de entenderse dentro del contexto en el que los hombres lo utilizan. Los problemas filosóficos no son más que confusiones conceptuales que surgen cuando las palabras son utilizadas de manera inadecuada, es decir, en un contexto inadecuado.
La cuestión que muchos filosofos se han planteado es: ¿cuándo estaba Wittgenstein más en lo cierto, en su obra temprana o en la posterior? Ha habido opiniones para todos los gustos. La de Magee, como la de Popper, es que ni el joven ni el maduro Wittgenstein, dejaron un pensamiento perdurable o con significado. Magee estima que en la transición del joven Wittgenstein al Wittgenstein maduro se perdieron muchas cosas valiosas, especialmente el reconocimiento de la realidad no-lingüística del mundo y la intuición de que hay algo místico en ese mundo. El Wittgenstein maduro dejó escapar muchas de las verdades intuidas por el joven Wittgenstein y se hundió en consideraciones lingüísticas, como si fueran lo único que existiese, desligadas de los objetos a los que hubieran debido referirse.
Lo malo es que Wittgenstein marcaría la vía que desembocaría en el positivismo lógico de Oxford. Un callejón sin salida al que me referiré más tarde.
El segundo de los grandes filósofos del siglo XX para Magee es Bertrand Russell. Russell comenzó su carrera filosófica por las matemáticas. Su interés era descubrir los fundamentos de las matemáticas. Las premisas y los procedimientos matemáticos no pueden ser arbitrarios; deben de tener una fundamentación lógica. Pero al tratar de encontrar esa fundamentación lógica, o bien caemos en la tautología (las premisas matemáticas nos indican que los fundamentos son correctos y sabemos que las premisas son buenas, porque nos lo dicen los fundamentos) o en una cadena infinita de “los fundamentos a, tienen que fundamentarse en b, que a su vez…” Lo irónico es que estas cuestiones que se planteó Russell habían sido respondidas 50 años antes por un oscuro profesor alemán, Gottlob Frege. Igual que Russell descubriría más tarde, Frege había llegado a la conclusión de que todas las verdades matemáticas son deducibles en última instancia de puras premisas lógicas. Esto implica que las matemáticas son una parte de la lógica. Durante dos mil años la lógica aristotélica había reinado suprema; no había nada más que añadirle. Ahora resultaba que la lógica aristotélica no era más que una provincia de una región lógica mucho mayor.
A continuación Russell quiso aplicar sus descubrimientos sobre la lógica al lenguaje ordinario y a analizar cómo formulamos afirmaciones verdaderas sobre el mundo. Con él comenzó el análisis de las afirmaciones para ver la estructura lógica subyacente, que a veces puede no resultar muy obvia. A diferencia de sus sucesores, Russell no veía ese análisis como un fin en sí mismo, sino como un método para esclarecer lo que realmente quieren decir nuestras afirmaciones y a qué nos comprometen. El análisis lo limitaba a aquellas afirmaciones importantes, afirmaciones sobre la realidad y las cosas, por ejemplo. Asimismo estimaba que la filosofía no podía consistir únicamente en el análisis. La razón de ser de la filosofía era la misma que había sido desde Platón y Aristóteles: la comprensión de la verdadera naturaleza de la realidad, nosotros incluidos.
Otro aspecto interesante de Russell como pensador era su relación con la ciencia. Russell entendía que la ciencia no puede explicar la naturaleza última de la realidad. Lo que puede hacer es reducir sus contenidos a explicaciones de base. La física, por ejemplo, reduce los fenómenos con los que trata a ecuaciones que tienen que ver con la energía, la velocidad, la masa, la temperatura, la gravedad… pero no puede ir más allá y explicarnos la esencia de los fenómenos. Pensar que la ciencia puede explicar la totalidad es materialismo y el materialismo no es una teoría científica, sino una hipótesis metafísica. El problema es que en nuestra sociedad moderna creemos que las explicaciones científicas sirven para explicar la naturaleza de la realidad. No, los filósofos siguen siendo necesarios.
Para Magee, el principal filósofo del siglo XX es uno con el que tuvo mucho trato y compartió muchas discusiones filosóficas: Karl Popper.
Popper afirmaba que desde Newton la tarea fundamental de la ciencia había sido la búsqueda de las leyes de la naturaleza. La cuestión crucial es: ¿cómo sabemos que son ciertas? La respuesta habitual es que mediante la observación, que luego hemos corroborado por medio de experimentos. Los científicos acumulan gran número de datos y observaciones y de ellos infieren patrones que acaban llevándoles a formular hipótesis de leyes generales. Esas hipótesis se someten a continuación a experimentos que las confirmarán o las desmentirán. Lo anterior sería una descripción comunmente aceptada de cómo funciona el método científico.
Pues bien, Popper demostró en “La lógica del descubrimiento científico” que las leyes científicas no son verificables empíricamente. Tomemos, por ejemplo, un lápiz. Observamos que si lo soltamos, cae al suelo. Podemos deducir que todo lápiz no sustentado, cae al suelo. Pero, dice Popper, esto es una conclusión psicológica, no lógica. La lógica no dice que todo lápiz no sustentado tenga que caer al suelo, a menos que yo cambie la definición de lápiz para que incluya la característica de caer al suelo cuando no está sustentado. Pero entonces habré caído en una tautología que no me dice nada sobre la realidad.
El ejemplo típico que se pone es el de los cisnes. Durante miles de años en Europa la idea de cisne había ido asociada a la blancura. Cuando los europeos llegaron a Australia y descubrieron cisnes negros, tuvieron que aceptar que la aseveración de que todos los cisnes son blancos era falsa, por más que durante miles de años hubiera habido miles de millones de observaciones de cisnes blancos. La implicación es que ninguna afirmación general es empíricamente verificable y esto se aplica también a las leyes científicas. Basta una sola observación que no se corresponda, para que la afirmación se desmorone. El principio de verificación descarta que pueda haber leyes científicas. Pero esas leyes sí que pueden ser “falsadas”, esto es demostrar que son falsas. Toda teoría es siempre transitoria, porque puede haber una observación que no la corrobore. En cambio, una teoría que no pueda aducir observaciones que la corroboren, no es falsable y, por tanto, no es científica.
Un resumen del pensamiento de Popper sobre la ciencia sería: el mundo existe independientemente de nosotros, pero nuestro conocimiento del mismo, no, ya que lo creamos nosotros. Nuestro conocimiento del mundo siempre se basa en conjeturas, que pueden ser corregidas o refinadas a partir de nuevas experiencias y observaciones. Nunca podremos mirar una teoría como definitiva, pero sí que podemos descartar una teoría en favor de una mejor.
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