Parece que la idea de que el sexo mueve el mundo está tan extendida que cuando he intentado guguelear para ver a quién se le atribuye, me he encontrado con el nombre de la mitad de los personajes históricos que conozco e incluso con el nombre de varios conocidos míos (y yo que creía que mi amigo José no se interesaba por el sexo, sobre todo desde que supe que lleva cinco años sin tocar a Lupe, su mujer. Lo mismo lo que no le interesaba era el sexo con Lupe). Yo, que soy un romántico, pienso que el sexo está sobrevalorado y que al final lo que mueve el mundo es el amor. Yo le daría la vuelta al título de aquella película: “No lo llames amor cuando quieres decir sexo” y diría: “No lo llames sexo cuando quieres decir amor”.
¿Por qué se fue Napoleón a invadir Rusia? Pues seguramente para ganarse el cariño de María Luisa, que era un bombón, 22 años menor que él, a la que su familia había casado a la fuerza con el corso a ver si en los ratos en que se la follase, se olvidaba de atacar Austria. Me imagino que Napoleón sabía que María Luisa estaba con él a regañadientes y hasta puede que sospechase que Alejandro de Rusia le ponía más que él. Si Napoleón hubiera sido poeta, le habría escrito sonetos a María Luisa para ganársela. Como era Emperador y soldadote, pensó en conquistar algo.
Pushkin desarrolló el lenguaje literario ruso, exploró todos los géneros, desde la poesía lírica hasta la novela, pasando por el ensayo crítico, condujo a la literatura rusa hacia el romanticismo, estuvo comprometido con la reforma social de su país. Pushkin murió en un duelo. ¿Se batió por sus ideas políticas con algún barón ultramontano partidario del absolutismo? ¿Fue una querella con algún crítico neoclásico que no entendía sus ideas literarias lo que le llevó a poner su vida en juego y a perderla? Pues no. El duelo que le costó la vida fue por un asunto de cuernos; el otro duelista era el presunto amante de su mujer. Nuevamente, es el amor rigiendo el mundo.
La biografía de Raymond Chandler por Frank MacShane ha hecho que me interese por lo que pensaba Chandler sobre el amor. Lo más aburrido en el amor son aquellos que todo lo ven en blanco y negro, como si el amor fuera un ordenador, que o está en “on” o está en “off”. El amor tiene muchos más matices y solo merecen la pena como amantes aquéllos que los han explorado. El que no entienda que el amor es estar continuamente en el trapecio sin una red de seguridad, se merece tener un matrimonio sin amor que le dure lo menos cuarenta años. Lo mismo que una dictadura.
Chandler era ante todo un ROMÁNTICO (en su caso hay que ponerlo en mayúsculas). Escribió: “Los románticos feroces como yo nunca se conforman con nada. Exigen lo imposible y en muy raras ocasiones lo logran, con gran sorpresa por su parte. Yo fui uno de éstos, me encontré entre ese dos por ciento bendecido con un matrimonio que es un noviazgo constante. Mi esposa y yo nos fundimos en nuestros respectivos corazones sin necesidad de palabras.” Puede que suene un poco cursi, pero me ha emocionado.
La contradicción esencial de Chandler es que estaba profundamente enamorado de su mujer Cissy y al mismo tiempo le puso gigantescos cuernos tanto cuando fue directivo en una compañía petrolera como cuando más tarde trabajó para Hollywood. Mac Shena apunta a la posible tensión que le podía causar el estar casado con una mujer 18 años mayor con la que tal vez no pudiera hacer el mismo género de actividades que sus amigos hacían con sus esposas más jóvenes. Puede, pero a falta que argumentos convincentes, que MacShena no aporta, yo me quedo con la hipótesis de que Chandler era como el 90% de los hombres que conozco: fieles, hasta que alguien les pone al alcance de la mano la oportunidad de no serlo. Y Chandler como directivo petrolero y luego como escritor en Hollywood tuvo muchas oportunidades de no serlo.
Y sin embargo, todas esas aventuras, que debieron de ser tan irrelevantes que a menudo MacShena no da ni los nombres de las protagonistas, no fueron nada comparadas con el amor que sentía por Cissy. Algunas de las cosas más tristes que he leído sobre el amor, son las cartas y reflexiones que Chandler hizo tras la muerte de Cissy:
“Me paso media noche escuchando discos para olvidar mi tristeza, y no puedo emborracharme lo suficiente para aliviarme… Mañana será o hubiera sido nuestro trigésimo primer aniversario de boda. Llenaré la casa de rosas rojas e invitaré a un amigo a beber champaña, que es lo que hacíamos siempre. Un gesto inútil y probablemente necio porque mi amor perdido está perdido para siempre y no tengo fe en una vida ulterior.”
“Durante treinta años, diez meses y cuatro días fue la luz de mi vida, toda mi ambición. Todo cuanto hice fue sólo el fuego para que se calentara las manos. No hay nada más que decir.”
Aunque era ante todo un prosista, en ocasiones escribió algún poema memorable, como éste, que escribió un mes después de la muerte de Cissy:
“Hay un momento después de la muerte cuando el rostro es hermoso
Cuando los ojos cansados se cierran y el dolor termina,
Y la larga, larga inocencia del amor aparece suavemente
Para revolotear un momento más en el silencio.
Hay un momento tras la muerte, apenas un momento
En que los vestidos alegres del armario perfumado
Y el sueño perdido que se desvanece lentamente
Y los frascos de plata, y el cristal, y el espejo vacío
Y los tres largos cabellos en un cepillo y un pañuelo doblado,
Y la cama recién hecha y las almohadas limpias y mullidas
Sobre las que nunca reposará una cabeza.
Es todo cuanto queda del largo y salvaje sueño…”
Si la fuerza de un amor se puede medir por cómo reaccionamos cuando lo perdemos, Chandler realmente amó a Cissy. A los dos meses y medio de la muerte de Cissy intentó suicidarse y desde entonces hasta su muerte algo más de cuatro años después, su vida fue una sucesión de visitas a clínicas de desintoxicación para intentar salir del alcoholismo y de tirar los tejos a todo lo que se movía, tanto para sacar a pasear por última vez a una líbido que parece que finalmente se había liberado tras la muerte de Cissy de la educación castrante recibida en el internado británico, como para buscar una nueva compañera de vida. Porque Chandler es uno de los pocos hombres que conozco que, después de haber probado el matrimonio, sigue pensando que es el mejor estado posible (también he conocido a gente que afirma que los saltamontes son exquisitos para comer; ya no me sorprende ninguna opinión).
A un amigo que estaba a punto de casarse, le escribió: “… Te deseo la revelación (aquí me pongo un poco agresivo) de que los matrimonios no tienen lugar, se hacen a mano; de que siempre se necesita un momento de disciplina, de que, por muy perfecta que sea la luna de miel, llegará un momento, por breve que sea, en el que desearás que ella se caiga por las escaleras y se rompa una pierna (…) Pero el momento pasará, si le das un poco de tiempo. (…) Sobre todo, no olvides que un matrimonio es en cierto modo muy parecido a un periódico. Tiene que renovarse cada maldito día de cada maldito año.”
En otra ocasión, también tras la muerte de Cissy, explicó porqué no le bastaba con echarse una amante: “… cuanto más envejezco, más desesperadamente anhelo la presencia de alguien a quien pueda amar, abrazar, tocar y mimar, y que ninguna otra cosa me sirve de sustituto (…) Lo que un hombre quiere y necesita, y seguramente una mujer también, es la sensación de una presencia querida en un hogar, la sensación intangible e inefable de una vida compartida.”
Con un sarcasmo, que seguramente habría apreciado Chandler, podría responderle: Sí, eso es lo que todos queremos. Por eso nos divorciamos.
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