En 1989 el economista John Williamson enumeraría cuáles eran esas políticas que ordenaban el Tesoro norteamericano y el FMI y las denominaría “el Consenso de Washington”, nombre irónico toda vez que muchos de los que las sufrieron no tuvieron ni voz ni voto. El Consenso era la respuesta que EEUU y el Reino Unido daban a los problemas económicos globales. Las políticas que preconizaban eran: 1) Disciplina fiscal, evitando los déficits. La manera preferida de evitar los déficits era recortando el gasto público (loable). Esto en general se conseguía adelgazando la Administración y recortando el gasto social (menos loable); 2) El gasto público en subsidios sociales se redirigía hacia inversiones productivas, que indirectamente y a medio plazo (infraestructuras, enseñanza, atención primaria) beneficiarían a los pobres. Sobre el papel la idea suena hasta brillante; 3) Reforma impositiva que pasa por ampliar la base tributaria y reducir los tipos impositivos. A la larga, los cambios introducidos favorecieron desmedidamente a quienes más tenían; 4) Tipos de interés determinados por el mercado y, a ser posible, moderados. A la larga los tipos de interés acabaron siendo tan bajos que las economías murieron de éxito: había demasiada liquidez en el mercado. Alan Greenspan, uno de los más firmes creyentes en el neoliberalismo, hablaría de “exuberancia irracional” en 1996 para referirse a las burbujas que empezaban a producirse ante la liquidez existente. En 2000-02 tuvimos la crisis de las punto.com, que no sería sino el aviso de la crisis mucho más fuerte que vino cinco años después; 5) Tipos de cambio competitivos; 6) Liberalización comercial, teóricamente destinada a beneficiar a los consumidores y a llevarse por delante a los productores ineficientes; 7) Eliminación de las barreras a la inversión extranjera directa. Puede tener efectos beneficiosos, como la llegada de capitales a sectores que lo necesitan, pero también efectos perjudiciales: entrada de empresas extranjeras en sectores estratégicos y la llegada de fondos de inversión cuyo único objetivo es revalorizar la empresa adquirida y revenderla sacándose los mayores beneficios posibles. Cero visión a largo plazo y cero preocupación social; 8) Privatización de empresas estatales. Si se hubiera hecho bien, nada que objetar. Pero en muchos casos hubo corrupción y empresas viables se vendieron a precios ridículos para beneficio exclusivo del comprador y del político que había autorizado la venta; 9) Desregulación, toda vez que los mercados omniscientes ya se encargaban de proporcionar los bienes que demandaba la sociedad y de castigar a los empresarios que se equivocaban. La verdad es que en la realidad a menudo no ocurrió ni lo uno, ni lo otro; 10) Garantía jurídica y seguridad de los derechos de propiedad.
Para Harvey, la implantación del neoliberalismo tuvo más de juego de poder que de recetas económicas. Su pregunta, entonces, es: ¿a quiénes beneficiaron las medidas neoliberales? Los primeros y más obvios fueron los CEOs de las grandes compañías, que además de percibir sueldos milmillonarios por el supuesto valor que aportaban, se vieron recompensados con stock options que hicieron que la barrera entre gestores y propietarios de las compañías se difuminara. En segundo lugar, se beneficiaron quienes trabajaban en el mundo de las finanzas internacionales. Fue el inicio de la ingeniería financiera. En lo sucesivo sería la economía financiera y no la real la que dirigiría la economía.
La financialización de la economía trajo varias consecuencias importantes: 1) Se rompió el compromiso entre capital y trabajo, que ya andaba herido de muerte. El capital no necesitaba llegar a acuerdos con el trabajo, cuando resultaba tan fácil mover la producción a países con salarios bajos; 2) Con los sindicatos derrotados y la creciente codicia de los financieros, que eran quienes tomaban las principales decisiones, llegaron las deslocalizaciones de empresas y la desindustrialización de las economías avanzadas. ¿Por qué seguir produciendo en EEUU, cuando podías mover la producción a China, donde pagarías a los trabajadores la décima parte de lo que cobraban tus obreros norteamericanos?; 3) Con tanto dinero fácil circulando, fue inevitable que lo financiero penetrase en lo político. De pronto los financieros se vieron en disposición de ejercer una influencia sobre los asuntos globales como no se había visto antes en la Historia.
Pero muchos países avanzados adoptaron el neoliberalismo por razones endógenas; no tanto a la fuerza como ocurrió en muchos países de Latinoamérica y África Subsahariana, sino voluntariamente, porque se trataba de una tendencia global. La mayoría de esos países eran democracias. Harvey se pregunta cómo se hizo para crear un consenso en torno a las recetas neoliberales como las únicas posibles.
Ante todo hay que mencionar la presión que hubo desde las empresas, los medios de comunicación, el mundo académico, think tanks, para promover el neoliberalismos. Muchos lo hicieron convencidos y algunos otros movidos por intereses menos confesables. Todas estas voces presentaron al neoliberalismo como al sistema que mejor defendía la libertad y no como lo que era, un sistema para que una pequeña élite se hiciera con el control de la economía. La famosa frase de Margaret Tatcher, “no hay alternativa”, caló. Daba a entender que el neoliberalismo era imparable, que no había ningún otro modelo que se le pudiera enfrentar. La resistencia era futil, como habían probado los fracasos de la huelga de los controladores aéreos en 1981 en EEUU y la de los mineros en el Reino Unido en 1984-85.
Harvey considera que el Estado neoliberal era inherentemente inestable. Se le pedían ante todo tres cosas incompatibles: 1) Que se sentase en el asiento de atrás y no interfiriese en el funcionamiento de los mercados; 2) Que promoviese un buen clima de negocios (¿cómo? ¿no habíamos quedado en que no tenía que interferir?); 3) Que operase en la política global, defendiendo las recetas neoliberales. Desgraciadamente la política global es mucho más que la mera economía, como el mundo descubriría dos décadas más tardes. En el más difícil todavía, el Estado tenía que conseguir esas tres cosas contradictorias al tiempo que se aseguraba el apoyo de los ciudadanos, que entretanto habían visto cómo sus intereses eran preteridos frente a los de las grandes compañías.
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