No llevo mal lo del confinamiento. Ahora me doy cuenta de que siempre he sido una persona muy solitaria. Las relaciones humanas me cargan un poco. Bastante tengo con aguantarme a mí misma, con mis rarezas y mis manías. ¿Por qué debería aguantar las de otro? Por eso cada vez que he vivido con alguien la cosa ha terminado mal. Enseguido siento que están invadiendo mi espacio. Sí, sé que exagero, pero me molesta no encontrar el cepillo de dientes exactamente a la izquierda de la repisa, donde lo dejé, o ver que el cojín del sofá está aplastado, porque otra persona se sentó allí a ver la televisión. Mi madre, que en paz descanse, siempre me decía: “Toñi, eres muy rarita. Te vas a quedar para vestir santos.”. Mi madre era una santa. Nunca entendió que me gustara tanto la soledad. Yo tampoco entendí que a ella le gustara vivir con el imbécil de mi padre, siempre medio bebido y con esa sonrisa bobalicona que tenía. Sí, mamá, si me vieras ahora, te dirías que tuviste razón y que me he quedado sola. Pero es como quería estar.
Estar confinada no es tan duro. Hay gente que está peor. Pienso en un tretapléjico en un hospital. Ni tan siquiera puede moverse. Su mundo se reduce a lo que puedan ver sus ojos en ese momento y eso depende de la dirección que haya decidido la enfermera que debe de tener la cabeza. Una de mis amigas de la universidad se quedó tetrapléjica después de un accidente de tráfico. Fui a verla una sola vez. “Ya ves cómo estoy”, fue todo lo que me dijo. Me eché a llorar. Salí de la habitación. Me puse a correr por el pasillo y no paré hasta que no salí a la calle. No volví a saber de ella. Posiblemente esté muerta. He oído que los tetrapléjicos tienen una esperanza de vida muy reducida. ¿Fui cruel? No. Hay que vivir. El mundo tiene ya demasiada tristeza y sufrimiento como para que nos echemos más a los hombros. Me da mucha pena lo que le sucedió, pero yo también tengo mi vida, con su dolor y su sufrimiento y no soy Dios. No hubiera podido ayudarla. La vida no es un lugar agradable para estar. Siempre están pasando cosas desagradables. Mejor quedarse en casa.
Leo en las redes sociales que mucha gente encuentra duro el confinamiento. Yo, no. El día se me pasa volando. Siempre hay algo que hacer. Las traducciones que me encargan, las videoconferencias con los clientes, clasificar los papeles que me dejó mamá, que es una pena que con lo que le gustaba escribir y lo bien que lo hacía, nunca pudiera publicar, limpiar el cuarto de baño, que parece que siempre oliera un poco, ir deshaciéndome lentamente del cadáver de Pilar, pintar esa vista desde la terraza, que llevo ocho meses con ella y nunca la termino, salir a las ocho a aplaudir a los sanitarios, que son unos héroes, cantar “Resistiré” con los vecinos, golpear la cacerola si esa noche toca cacerolada, que creo que las hacemos contra el gobierno, pero no estoy segura, hay tanta gente que se merece una cacerolada, la humanidad se merece una cacerolada, por impresentables, por habernos cargado el planeta, por ser maleducados, por… ¡Tantas cosas!
Por eso llevo también el confinamiento. No tengo que salir, ni pararme a saludar a nadie, ni fingir que me cae bien la panadera, ni cruzarme con niños acompañados de abuelos, que sonríen embobados, porque no saben todavía que la vida es cruel y el mundo es una mierda. Para ver todo eso, mejor quedarse en casa.
Mis cuentos Emilio de Miguel Calabiael