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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

Algún día tendrás edad suficiente para volver a los cuentos de hadas

Emilio de Miguel Calabiael

Hoy cambiaron el escaparate de la librería de la esquina. Había un montón de libros infantiles con portadas de color pastel y una pancarta que decía “Algún día tendrás edad suficiente para volver a los cuentos de hadas”.

Se equivocan. Desde que alcancé la pubertad no me ha parado de oír cuentos de hadas. “Nunca había conocido a una mujer tan cariñosa como tú. Encontrarte ha sido como que me tocase el premio gordo de la lotería.” “Un poco de paciencia. Ahora que acaba de morirse su padre, no puedo hablarle del divorcio. La destrozaría. Dejemos que pasen unos meses”. “No soy como los demás hombres. El sexo me importa, pero no es lo prioritario. Lo que busco es una compañera de vida, alguien con quien compartir las cosas.” “Puedes fiarte de mí. Nunca te haré daño.” Tantos cuentos y el mismo final siempre: “¿Nos tomamos la última en mi casa?”

Mi vida han sido cuentos de hadas, pero sin príncipes azules. Me ha pasado al revés que en los cuentos. En cuanto los besaba se convertían en lo que eran: sapos asquerosos. Los más honestos eran los que te abordaban en el pub a las tres de la madrugada un poco cargados de cubatas y desde el primer momento te querían llevar a su apartamento. Eran sapos también, pero no les importaba que se les vieran las verrugas. Te follaban y se olvidaban de ti a la mañana siguiente, pero no te tenían semanas enteras pendiente del teléfono, mareándote, dando vueltas en círculo, porque no te quieren decir que han conocido a otra mujer tan cariñosa como tú, que han decidido que no se divorciarán después de todo, que después de todo sí que son hombres como los demás, que tienen una polla en lugar de cerebro y que sólo les interesabas por el sexo, que hubieras hecho bien en desconfiar, porque al final del día tampoco les preocupaba tanto hacerte daño.

La librería es propiedad de dos lesbianas cincuentonas. Son gordas y feas y se las ve muy a gusto juntas. Seguro que a ellas nadie les ha contado nunca cuentos de hadas. Alguna vez me he acostado con mujeres. Quería saber si era posible tener sexo sin que te hieran ni te mientan. No funcionó. No estuvo del todo mal, pero me sentí como cuando se equivocan en la cafetería y me traen el capuchino descafeínado. Sí, es café también, pero le falta algo. Tal vez lo de que te atraigan personas de tu propio sexo, sea algo con lo que se nace o no se nace. Y yo he nacido para que se me acerquen todos los sapos verrugosos del mundo y me cuenten que son príncipes azules.

Debería haber aprendido; debería saber que no pasa nada por dormir sola una noche o mil noches; debería acordarme de que, si hace falta, se puede vivir sin amor, sin pareja, hasta sin sexo. Un consolador puede reemplazar a un hombre… no, no lo puede reemplazar. Lo sé, porque tengo uno. Un consolador no te acaricia ni te cuenta mentiras. Hay veces que me siento tan sola que hasta añoro las mentiras de los hombres y quisiera tener a uno metido en mi cama, diciéndome que soy especial, que no me dejará, que me quiere por algo más que por el sexo. Sí, que me dijera las cosas que me han dicho tantas veces y que siempre fueron mentira. Fueron mentira, pero durante un rato me las creí y fui feliz.

Llevo dos años yendo a una terapeuta. Me dice que aprenda a sentirme bien conmigo misma, que la soledad no es el problema, sino cómo yo la encaro. Le sorprende que conociendo tan bien a los hombres, siempre pique, que ningún cuento de hadas me parezca inverosímil, que siga pensando que en algún pub, en algún lugar de citas de internet, hay un príncipe azul al que besaré y no se convertirá en sapo. Yo también lo encuentro inverosímil, pero sigo buscando.

¿Llegaré algún día a tener edad suficiente para dejar de creer en los cuentos de hadas?

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