Existía un género literario dirigido a los que entraban en la adolescencia que eran los libros sobre internados ingleses. Su principal cultivadora era Enid Blyton que escribió sendas series, una en torno al internado de Santa Clara y la otra sobre Torres de Mallory. Eran libros amables que incluían todos los tópicos que cabía esperar: la protagonista, inteligente, decidida y carismática; la mejor amiga de la protagonista, leal y esforzada; la niña rica y estirada, que no para de quedar en evidencia y que al final se reforma; la niña traviesa que hace reír a todas; la profesora terrible con muy mal genio a la que todas tienen miedo; la profesora amable, que empatiza con las niñas…
Con la serie de Harry Potter, J. K. Rowling no hizo más que coger el género de la literatura de internado y adobarlo con magia. El resultado en términos de ganancias y de fama ha sido espectacular. A otros se les había ocurrido también utilizar la fórmula del internado y cruzarla con algún otro genero, sobre todo el policiaco, pero comparados con Rowling son meros aprendices.
En 2010 Paul Murray escribió una excelente novela del género de internado, “Skippy muere” (“Skippy dies” en inglés), pero, como los tiempos han cambiado, tuvo que meter algunos personajes que habrían estremecido a Enid Blyton: el profesor pederasta de educación física; el sociópata que vende pastillas; el cura inquisidor, que pasó muchos años en África, haciendo muchas más cosas con sus catequistas que la mera evangelización; el profesor trepa y sin escrúpulos que aspira a hacerse con la dirección del colegio… O bien el género de la literatura de internados ha cambiado mucho o es la sociedad la que ha cambiado y no para bien.
Hay varias cosas de la novela que me parecen realmente notables. La primera es comenzar con la osadía de matar a uno de los principales protagonistas en las primeras dos páginas y, encima, proclamarlo en el mismo título de la novela. Daniel Juster, alias Skippy, es quizás el personaje más simpático de la novela y aquél que muestra que éste no es un mundo hecho para los que son demasiado buenos. Entre la puta manipuladora de Lori, de la que se enamora perdidamente, las atenciones del profesor de educación física y del cura inquisidor, la madre muriéndose de cáncer y el padre que le tiene medio olvidado y le ha aparcado en el internado, casi que morirse es lo mejor que puede hacer. Y los problemas que no dio en vida, los dará de muerto, porque lo principal para todos es que su muerte no enturbie la imagen del colegio ni altere su ritmo.
Una tradición en este tipo de literatura es introducir al amigo gordito que aporta la nota de humor. “Skippy muere” lo tiene, pero, como todo en la novela, no se trata del típico amigo gordito. Ruprecht Van Doren es un superdotado, cuyo deporte favorito son las competiciones de deglutir dónuts. Le entusiasman la física y la cosmología y da pie a que Murray se explaye sobre cuestiones como la posibilidad de un universo con once dimensiones o la teoría de las supercuerdas. Un privilegio de los escritores es poder colocarles de vez en cuando a los lectores ladrillos con sus obsesiones favoritas. Los buenos escritores, como Murray, consiguen además que el ladrillo sea entretenido. Además, Van Doren guarda un secreto que se revelará hacia el final de la novela.
Generalmente me molestan las novelas en las que los personajes se comportan de manera incoherente y sin una motivación clara. Y sin embargo, es así como muchas veces nos comportamos en la vida real. A Murray no le importa que a veces sus personajes sean incoherentes y su genio está en que consigue que al lector tampoco le importe, sino que lo acepte, porque la vida sin incoherencias sería muy aburrida.
Un ejemplo de lo que quiero decir: hay una profesora suplente de Geografía, Aurelie, que es muy guapa y proviene del mundo de las finanzas. Sin que quede muy clara su motivación, seduce al profesor de Historia, Howard, un perdedor cuyo nada atractivo apodo entre los estudiantes es “the Coward” (el Cobarde), y tienen un encuentro en la tercera fase una noche. A Howard le obsesionará ese encuentro, pero a ella parece que no le deja huella alguna.
También, como en la vida real, pero no como en las novelas, Murray deja muchos hilos de la historia sueltos. Puede resultar un poco frustrante para el lector, pero mejor eso que las novelas que dedican sus últimas páginas a ir cerrando apresuradamente las distintas tramas. En las novelas, como en la vida, acaso sea mejor que algunas cosas queden sin aclarar.
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