La dramaturgia de Lorca tiene algo de poema, como si antes hubiera sido una copla y sólo más tarde Lorca la hubiera convertido en teatro. Con Raymond Carver ocurre al revés. Escribe poesía como si escribiese uno de sus cuentos. En serio, uno lee sus poemas sin rima ni ritmo y creería estar leyendo uno de sus cuentos y no le importa, porque sus cuentos son magníficos.
Un ejemplo de uno de mis favoritos (“No sabéis lo que es el amor. Una tarde con Charles Bukowski”): “You don’t know what love is Bukowski said/ I’m 51 years old look at me/ I’m in love with this young broad/ I got it bad but she’s hung up too/ so it’s all right man that’s the way it should be/ I get in their blood and they can’t get me put/ They try everything to get away from me/ but they all come back in the end/ They all came back to me except/ the one I planted…” (“No sabéis lo que es el amor dijo Bukowski/ Tengo 51 años miradme/ estoy enamorado de esta pibita/ Me dio fuerte pero ella también está colgada/ así que perfecto tío así es como debía ser/ Me meto en su sangre y no me pueden sacar/ Lo intentan todo para alejarse de mí/ pero todas acaban volviendo/ Vuelven todas menos/ una a la que dejé tirada…”). Es un monólogo muy bueno, aspero, desagradable, con una voz marcada, pero consigo ver poesía en él.
Mi poema favorito de la antología es “A mi hija”. Es tan fuerte, que no me voy a molestar en transcribir el original inglés. Es castellano me basta: “Es demasiado tarde para maldecirte, para desearte,/ digamos, la fealdad, como Yeats hizo con su hija. Cuando/ la vimos en Sligo vendiendo sus cuadros, había funcionado:/ era la mujer más fea y más vieja de Irlanda./ Pero estaba a salvo./ Durante mucho tiempo no entendí/ sus motivos. En cualquier caso, es demasiado tarde,/ como dije. Ya eres mayor, y preciosa./ Eres una borracha preciosa, hija./ Pero una borracha. No puedo decir que se me parta/ el corazón. No tengo corazón cuando se trata/ de la bebida. Es triste, sí. Solo Dios lo sabe./ Tu amigo, ese al que llaman Silo, ha regresado/ a la ciudad y el alcohol ha vuelto a correr de nuevo./ Llevas tres días borracha, me dices,/ cuando sabes jodidamente bien que la bebida es veneno/ para nuestra familia. ¿No te servimos de ejemplo/ tu madre y yo? Dos personas/ que se querían a golpes, que acabaron a golpes con el amor que se tenían, vaciando vaso tras vaso,/ maldiciones y golpes y traiciones./ Debes de estar loca. ¿No fue todo eso suficiente para ti? (…) “… Pero puedes cambiar las cosas ahora./ Simplemente, debes, ¡eso es todo!/ Hija, no puedes beber./ Te matará como hizo con tu madre y conmigo./ Como lo hizo.” El poema va precedido por una cita de Anna Ajmátova, que me encanta: “Todo lo que veo me sobrevivirá.”
Me gusta en la poesía de Carver la combinación de momentos de felicidad, instantes efímeros en los que podría decir como Jorge Guillén: “El mundo está bien/ hecho. El instante lo exalta…”, y otros de hastío, cuando parece que la vida nos golpea con todo lo que tiene de desagradable. Un ejemplo de lo primero: ve a dos chicos repartiendo el periódico exultantes a primera hora de la mañana y tiene una epifanía sobre la felicidad: “… El cielo empieza a cubrirse de luz,/ aunque todavía cuelga pálida la luna sobre el agua./ Tanta belleza que durante un minuto/ la muerte y la ambición, incluso el amor/ no tienen cabida./ Felicidad. Llega/ de forma inesperada. Y sigue su camino, realmente,/ cualquier mañana temprana te lo dice.”
Los momentos desagradables son más abundantes en la antología y muchos de ellos tienen que ver con su madre, su primera mujer y sus hijos. Hay un poema, “Qué puedo hacer”, que retrata uno de esos momentos en los que parece que la vida te está dando puñetazos por todas partes. “Todo lo que quiero hoy es quedarme mirando a esos pájaros/ tras la ventana. El teléfono está desconectado,/ así mi querida familia no podrá echarme el lazo./ Les he dicho que el pozo se ha secado./ No se dan por aludidos. Siguen intentando/ conseguirlo de todas formas. Simplemente ahora no puedo soportar enterarme/ de que al coche se le rompió otra junta de culata./ O que el remolque, que creía que lo había pagado hace mucho tiempo,/ lo han embargado. O en mi hijo en Italia/ que amenaza con acabar con su vida allí/ a menos que siga pagando las facturas. Mi madre quiere/ hablarme también. Quiere recordarme otra vez cómo era entonces./ Toda la leche que bebí, acunado en sus brazos./ Eso debería valer algo ahora. Necesita/ que le pague su nueva mudanza…”
Literatura