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Shenzhen. La vida del náufrago

Emilio de Miguel Calabiael

Fue leyendo “Pyongyang” del canadiense Guy Delisle hace muchos años, que me di cuenta de que la novela gráfica es una manera atractiva de contar una historia y que no tiene nada que envidiar a las novelas tradicionales. La apoyatura de la imagen permite crear ambientes que quedan fuera de las capacidades de un escritor tradicional normalito. Aún más, las novelas gráficas son capaces de contar historias profundas. A quien lo dude le invito a leer la serie de “El Incal” de Alejandro Jodorowsky, ilustrado por Jean Giraud, alias Moebius.

En diciembre de 1997 Delisle se desplazó a Shenzhen por tres meses para atender a un proyecto de animación que había sido externalizado por su compañía. En aquel entonces Shenzhen era una ciudad que se estaba construyendo aceleradamente a las puertas de Hong Kong. Estaba pasando de ser el pueblecito de pescadores de 30.000 habitantes de 1980 a convertirse en la megaurbe industrial de 10 millones que es hoy.

Me encanta el inicio del libro, cuando Delisle se pregunta cómo pudo haberse dejado embarcar y aceptar trabajar en China por segunda vez. “Vuelvo a encontrar lo que había olvidado: los olores, la suciedad, el ambiente grisáceo. Me doy cuenta de que mi memoria no había retenido más que el lado bueno… el exotismo… ya que, con el tiempo, que se encarga de borrar los malos momentos, la memoria guarda para siempre lo ingenuo y estúpidamente positivo.”

El relato de su estancia es el relato de pequeñas incomodidades: el pitorro del termo de la habitación del hotel, mal diseñado y que hace que lo ponga todo perdido; el coste de mandar a lavar un modesto par de calzoncillos en el hotel que equivale al precio de una comida en la calle; encontrar una tienda que venda Rólex es más sencillo que encontrar una que venda cuchillos de cocina para pelar las manzanas en la habitación del hotel; una clínica de dentista con aire de vestíbulo de estación de trenes en la que hay hasta paseantes que deambulan entre las papeleras llenas de algodones ensangrentados y los pacientes que gimen de dolor…

Montar en bicicleta se convierte en un deporte de riesgo; es lo más parecido a adentrarse en un rio embravecido. Algunos principios que descubre: 1) Todo espacio libre es susceptible de ser ocupado. Corolario: te pueden cortar el paso en todo momento sin mayor problema; 2) El prójimo no existe; 3) Intentar anticipar los movimientos de otro ciclista es imposible. Montar en bicicleta en Shenzhen es un buen recordatorio de que el caos existe.

Prácticamente a todo se hará el protagonista salvo a la sensación de incomunicación y a los malentendidos que provoca. De alguna manera Delisle me recuerda a la profesora autista que sale en el capítulo “Un antropólogo en Marte” del libro del mismo título de Oliver Sacks y que dice que es así como se siente entre los seres humanos, cuyas emociones no consigue entender. En el caso de Delisle los malentendidos son bidireccionales; la única diferencia es que a los chinos les causan hilaridad y a él irritación.

Un ejemplo. A través de su intérprete, da instrucciones a los animadores para que rehagan unos planos. Sigue lo que a él le parece una discusión larguísima y bronca. Tras cinco minutos de discusión entre la intérprete y el animador, Delisle pregunta a la intérprete “¿Entonces? ¿Lo entiende?” y ella le responde sin parpadear: “Sí, sin problema”. Me recuerda a una escena de “Lost in translation” en la que una parrafada larguísima en japonés, le es traducida a Bill Murray como “dice que sí.”

Delisle se encuentra en la calle con un joven chino, deseoso de practicar el poco inglés que sabe. La ¿conversación? Transcurre tal que así: “Where American? Do you much”, “No, Canadá”, “Me wolk market of course stock copper yes you from where business exchange yes American?”

Otras veces lo que falla no es el idioma, sino una distinta visión de la sociedad. “Al día siguiente visito una cadena de TV, acompañado del director y de algunos ejecutivos. En un momento dado, la conversación gira en torno a los sueldos… Les explico que en mi país, técnicos como los que acabamos de cruzarnos cobran el doble los domingos. Carcajada general. En toda mi estancia en China dudo que alguno de mis chistes haya hecho reír tanto.”

Shenzhen es un epítome del desarrollismo asiático de las últimas tres décadas. Barrios y ciudades construidos aceleradamente, con materiales baratos y nula preocupación por el futuro a largo plazo de las construcciones. Las consideraciones estéticas son mínimas, así como las medioambientales. En los últimos años, ha ido surgiendo una leve conciencia ciudadana de que ésa no es una vía sostenible, pero es raro que cale entre las municipalidades y los constructores que tanto dinero hacen con este modelo.

Shenzhen es la ciudad que conoce la mayor tasa de crecimiento del mundo. Grúas por doquier. Obreros que trabajan día y noche. Algunos edificios crecen un piso por día …“

En medio de la nada, se erguían enormes edificios en construcción… Siluetas gigantescas como palacios de congresos [advertencia: una visión muy asiática es la del palacio de congresos descomunal, con mucho color rojo y largos pasillos enmoquetados] sin la ciudad que ha de ir alrededor. Obras… descampados… obras… Así durante horas…”

Aunque el comic es divertido y resalta el choque cultural que uno sufre en Asia, sobre todo cuando no tiene manera de superar la barrera lingüística, en momentos tiene destellos de comentario-jocoso-de-hombre-blanco-superior, que pueden llegar a irritar. Por ejemplo la descripción de un compañero del estudio que “era la caricatura misma del chino. Pobrecillo… con gafas y todo, la panoplia al completo. Y era tan pequeño que se engominaba el pelo en vertical para ganar altura.”

Aun con esa salvedad, merece la pena leerlo.

 

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