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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

Mil ojos esconde la noche (y 2)

Emilio de Miguel Calabiael

 

(Este Gregorio Marañón no se parece nada al que retrata Fernando Navales)

La novela está portentosamente investigada y muchísimos de los personajes que aparecieron en ella existieron de verdad. La visión que nos ofrece de ellos Navales es tan ácida e inmisericorde, que en la primera página de Prada se ha visto obligado a advertir: “Ésta es una obra de ficción: incluso los personajes históricos que aparecen en ella están tratados de forma ficticia.”

Hay unos pocos personajes que se salvan de la quema. Una es Ana María Sagi. Wikipedia la presenta como “poeta, sindicalista, periodista y atleta española”. Es de las pocas personas capaces de despertar la compasión de Navales, que la presenta como una mujer íntegra y compasiva. Otro es José Félix de Lequerica, el Embajador de España, primero en París y luego en Vichy, cuando Petain estableció allí su lamentable gobierno. Más tarde, en agosto de 1944 le nombrarían Ministro de AAEE. Lequerica es un buscador de cargos y un sibarita. Le gusta comer bien y le gustan las mujeres opulentas. Tiene un cierto diletantismo y bonhomía y posee el don de contar chistes. Un ejemplo de sus chistes: Hitler cita a Churchill y a Stalin para parlamentar en un muladar que está lleno de estiércol. A Churchill y a Stalin la mierda les llega casi hasta la boca, mientras que a Hitler apenas le roza las botas. Maravillados, le preguntan cómo puede ser eso. Hitler les responde que está sabido a hombros de Mussolini. Otra heroína en la novela es María Casares, hija del político Santiago Casares Quiroga. Navales la retrata como una grandísima actriz en ciernes entregada a su vocación. No se equivoca Navales. María Casares, que posteriormente se nacionalizó francesa, llegó a ser una de las grandes trágicas de la escena francesa.

Una persona peculiar en este elenco de personajes que no salen tan mal parados es el que entonces fuera Cónsul General en París Bernardo Rolland. Rolland se puso el mundo por montera y, sin instrucciones de su Ministerio, estiró las normas lo indecible para salvar a judíos, expidiéndoles pasaportes y salvoconductos. Navales le considera un anglófilo y un monárquico y no aprueba su apoyo a los judíos. Eso es Navales. De Prada lo retrata con simpatía y creo que aquí su opinión personal sobre Rolland ha contado más que la de Navales.

Y ahora empecemos con sus bestias negras.

El primero, que tiene una presencia destacada en la novela, es el periodista César González Ruano. En los años 50 y 60 fue uno los periodistas más aplaudidos y leído. La Fundación Mapfre instituyó el premio César González Ruano, que se otorgó entre 1975 y 2014. El premio fue cancelado tras la publicación por Rosa Sala y Placid García-Planas del libro “El marqués y la esvástica. César González-Ruano y los judíos en el París ocupado”. El libro presenta a González-Ruano como un sinvergüenza amoral que se aprovechó de las desgracias de los judíos y los engañó sin ningún escrúpulo. El retrato que de él hace Navales es idéntico. Lo presenta como un canalla alcoholizado y con el fetiche sexual de contemplar cómo a su mujer se la cepilla otro.

“Ruanito había triunfado con su escritura fluente, con su lirismo de bisutería sentimental, con su mundo interior canijo en donde no había más que media docena de lecturas y un cierto regusto por el coleccionismo de bohemias trasnochadas. A Ruanito, de joven, le gustaba coleccionar todo tipo de quincallas, empezando por el vello público de sus amantes, de sus novias formales, de sus criadas, de sus niñeras y de sus putas de ocasión (…) De Ruanito se contaba que la embajada alemana en Madrid le pagaba unas propinas suculentas, cada vez que colocaba en el ABC un artículo alabancioso del Tercer Reich [de Ruano, como se recuerda en la novela, es el apelativo para Hitler de “Ángel con gabardina y bigote”]” Más tarde, cuando se lo reencuentra en París, lo describe de esta manera: “Seguía con su delgadez asquerosa de siempre, demacrado y cesarísimo, con la misma frente femenina y las mismas facciones afiladas de la juventud, de las que no había desertado el bigotillo mosquetero, ahora algo más recortadito y hitleriano (…) a Ruanito, al menos al Ruanito juvenil, le gustaba el masoquismo, con su parafernalia de férulas y de abrigos de visón, así que unas vacas lecheras repartiendo ostias como panes debían de ser para su retorcida sexualidad como una visión del Paraíso…”

Otro que sale muy mal parado es Picasso. Picasso ni se enteró de la ocupación alemana. Arno Brecker, escultor y arquitecto que ejercía mucha influencia sobre Hitler en cuestiones artísticas, aconsejó que no se le tocara un pelo por la repercusión internacional que podría tener. Picasso se dejó querer e hizo pingües beneficios en aquellos años. Aún más, le pillaron haciendo contrabando de divisas, un delito penadísimo en la Francia ocupada, y se fue de rositas.

Navales tilda a Picasso de pintamonas y eso es lo más suave que dice de él. Navales lo retrata como un maltratador de mujeres, un ser perverso al que le divierte ver cómo sus amantes se pelean entre sí, un aprovechategui y un marrano. Hay una escena en la novela en la que Picasso se mete la mano en la bragueta, la saca y se la huele con fruición.

A Picasso como genio artístico nadie le discute. Otra cosa es Picasso, la persona. En los últimos años aparecido varios libros que le cuestionan seriamente, especialmente en sus relaciones con las mujeres. Paula Izquierdo publicó en 2004 “Picasso y las mujeres” donde lo retrata como una persona machista, celosa, posesiva, tiránica con sus parejas, a las que anulaba. Dos frases suyas son: “las mujeres son máquinas para sufrir” y “las mujeres deben ser pasivas y sumisas”. Por cierto, muchas de sus parejas terminaron muy mal.

Un tercer personaje que sale muy mal parado es Gregorio Marañón. Yo siempre había tenido a Marañón por un hombre culto y honesto de un saber vastísimo. Navales lo presenta como un hombre con muchos dobleces, tímido, meapilas y acomodaticio, dispuesto a renunciar a algunos de sus ideales con tal de que le dejen volver a la España de Franco y le reinstauren en su cátedra universitaria. De Prada relata una conversación acre entre Marañón y Navales, en la que el primero abjura del liberalismo por las consecuencias que trajo a la postre. Dado lo mucho que se ha documentado De Prada, no me extrañaría que algunas de las manifestaciones de Marañón hayan sido extractadas de sus obras.

“- Los liberales no queríamos bajarnos de la burra- murmuró contrito-. Queríamos disfrutar del aplauso y el ensalzamiento que nos procuraba el apoyo a la República. Y despachábamos con un desprecio suicida a quienes nos señalaban los desórdenes continuos, la persecución religiosa, las huelgas inmotivadas… Negarlo sería faltar absurdamente a una verdad evidente. Los liberales éramos unos petulantes que sólo condenábamos el antiliberalismo negro de los clericales, pero no el antiliberalismo rojo (…) Estábamos ciegos- continuó Marañón su descargo de conciencia, derramándose de lágrimas-. No fuimos capaces de distinguir el despotismo teñido de rojo, acostumbrados a combatir el despotismo monárquico. Y teníamos miedo de no parecer suficientemente liberales, para lo que nos desmarcábamos de cualquier propuesta que nos oliese a sacristía. (…) Los comunistas supieron explotar con inmensa habilidad nuestro pecado- zanjço Marañón, abrumado-. Los liberales vendimos nuestra alma al diablo. Pero nuestro castigo ha sido proporcionado a nuestro error. El liberalismo, como fuerza política, ha muerto para las nuevas generaciones. Y quienes profesamos aquellas ideas nefastas penamos nuestras culpas lejos de la amada patria.”

Como dije, por la novela circula toda una caterva de personajes y mi gran sorpresa vino cuando descubrí que muchos de ellos habían existido realmente. Emilio Grau Sala fue un pintor que tuvo gran éxito con sus cuadros inanes y pastelones de temática burguesota. Ana de Pombo fue muchas cosas, entre ellas bailarina y estaba muy afectada por el asesinato de uno de sus hijos por los republicanos en la Guerra Civil; el retrato que hace de Prada de ella se queda corto en lo relativo a sus talentos. José de Zamora, “Pepito en la novela”, fue un figurinista de éxito en la España de finales de los XX. Menudo y amanerado, su retrato se parece mucho al que de Prada traza de él. Tórtola Valencia, de la que Navales presume de haberse beneficiado en su juventud, era una bailaora de raza que en la fecha de la novela se acercaba a unos 60 muy bien llevados. Lo de que Navales se acostara con ella no es descabellado, ya que se la conoció por su gran número de amantes. Podría seguir con la nómina de personajes que parecían ficticios, pero fueron reales, pero creo que la dejo aquí.

En resumen, una novela muy bien escrita e interesante, pero que no es para todos los públicos.

 

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