Juan Manuel de Prada suele ser un escritor muy prolijo, que tiende a contar en 700 páginas lo que hubiera podido contar en 300. En “Mil ojos esconde la noche” se ha superado. En esta ocasión la novela, que se ubica en el París ocupado por los alemanes y cubre el período 1940-44, tiene una extensión de 1.600 páginas. Su editor, Espasa, ha optado por publicarla en dos volúmenes. La buena noticia es que me ha gustado lo suficiente como para pedirle a mi quiosquero favorito que me encargue el segundo volumen.
El hilo conductor de la novela es el “camisa vieja” Fernando Navales, un hombre al que el siniestro Perico Urraca, agregado policial en la Embajada de España en París, encarga que se infiltre en los círculos artísticos “rojillos” [terminología que utiliza Navales a lo largo de toda la novela] para atraerlos al régimen de Franco. La idea es que se comprometan con el régimen franquista de tal manera que queden marcados para siempre.
Tengo un problema con Fernando Navales. Cuando escribo me gusta crear protagonistas con los que el lector se pueda identificar, protagonistas que de alguna manera caigan bien. Es difícil identificarse con Fernando Navales. Es un resentido que no cree en la Humanidad [“perdón por la mayúscula”, que diría el propio Navales] y que sofoca los atisbos de compasión que de tarde en tarde le surgen. Le gusta humillar y manipular. Y para tenerlo todo, es un poco guarrete. Así para vengarse del meapilas y mediocre Velilla “utilicé a discreción el retrete reservado a los invitados de postín, regando el asiento de la taza con orina y dejando la loza con unas zurrapitas primorosas, para finalmente limpiarme esta vez el culo con las toallas…”
Lo que sí me agrada es que de Prada se haya atrevido a poner en boca de Navales juicios que hoy nos llevarían a ser cancelados, pero que corresponden a lo que un camisa vieja fanatizado podía pensar. Navales es fieramente antisemita y no muestra ninguna compasión hacia los judíos, cuya suerte le resulta indiferente. Eso no le impide calificar a la película “El judío Suss”, que los alemanes le proyectan en la Propagandastaffel, de “bodrio aplanante y terriblemente zafio” [“El judío Suss” es una película de 1940 que había encargado el Ministerio de Propaganda que dirigía Joseph Goebbels. Pertenece a un género de películas rabiosamente antisemitas que se produjeron en aquellos años. Otras películas del mismo jaez son “El judío eterno” y “Los Rotschild”).
Navales no soporta a Franco ni al “nacionalseminarismo” que está implantando en España y que no tiene nada que ver con los ideales originarios de la Falange. En la “Hoja de Campaña de la División Azul”, obra de Javier Fernández Aparicio que comenté aquí el pasado junio, se recogen esos esfuerzos de los camisas viejas para imponer su ideario, esfuerzos que estarían encaminados al fracaso.
“¿A qué partido?- prosiguió.
– Falange…- contesté, todavía enmarañado en disquisiciones mentales.
– ¿Española Tradicionalista y de las JONS?- preguntó, con toda la retahíla impuesta por el Decreto de Unificación [en 1937 Franco impuso la unificación de carlistas y falangistas. Ahí comenzó el adocenamiento y aburguesamiento de la Falange, que los camisas viejas llevaron fatal].
Pero a mí le retahíla se me antojaba tripudita, culonceta, como hecha de molde para el retaco de Franco, y yo pertenecía a la guardia pretoriana y apolínea de José Antonio:
– Ponga Falange Española a secas, se lo ruego.”
Otra de sus bestias negras es la monarquía y muy especialmente Alfonso XIII, al que siempre se refiere como el Orejas.”… venía de familia de banqueros y agentes de bolsa, todos gentilhombres o mayordomos de honor del Orejas, todos anglófilos y muy gentlemen para mayor gloria de la infiltración monárquica que Franco había diseñado para desvirtuar el Movimiento y convertirlo en un aguachirle entre la adoración eucarística y el tiro al pichón en el Club de Campo.”
Los ocasionales momentos en los que saca su humanidad a pasear, se le quedan grabados al lector por lo raro e inusitado. “Me ablandé imperdonablemente…” “La abracé tiernamente, de un modo que pensé que se me había olvidado, o que nunca había aprendido. Lo sabía, claro que lo sabía; y por eso la abrazaba, como si fuese mi hermana pequeña y descalza [se refiere a la poetisa lesbiana Ana María Segi, tal vez el personaje en la novela que es más capaz de despertar en él un sentimiento de ternura]” Una mujer que estuvo enamorada de él y a la que ahora él desprecia da en la clave. “Perdonar, eso es lo que debes hacer, Fernando- dijo sin vacilación. El perdón es la mejor obra de arte que podemos completar en esta vida. Pero hace falta mucho valor para acometerla. Y más todavía para concluirla (…) No todos podemos ser genios, y tal vez sea mejor así, porque no siempre la genialidad, o lo que el mundo entiende por genialidad, nace del bien (…) En cambio todos podemos elegir el bien, si nos lo proponemos.”
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