Los inicios de la ciencia-ficción en EEUU datan de la década de los 20 del siglo XX. Las influencias iniciales fueron muy diversas: H.G. Wells, Julio Verne, la fascinación por las nuevas tecnologías… Los primeros relatos aparecieron en revistas baratas que eran como un rastrillo, en el que se codeaban cuentos góticos, con cuentos de misterio, con relatos de terror y con los primeros relatos de lo que podía considerarse realmente ciencia-ficción. La calidad de estos relatos era muy variable. Muchos de ellos carecían de cualquier rigor científico (leí una vez la crítica de un cuento en el que el protagonista tardaba siete días en llegar a Venus y a continuación ponía rumbo a Próxima Centauri y llegaba allí ¡al amanecer!), otros eran novelas del Oeste ambientadas en Marte y unos terceros pensaban que si metías en tu cuento la frase “presionó el botón de los chirimbolos ultramagnéticos para crear un campo de ondas beta que protegiese su nave”, el cuento se convertía al momento en un relato de ciencia-ficción.
El valor de esas revistas baratas fue que empezaron a crear un público interesado por la ciencia-ficción y para mediados de los treinta el género parecía lo suficientemente aposentado como para que jóvenes escritores con talento decidieran hacer en él sus primeros pinitos. La eclosión del género se produjo en la segunda mitad de los años 30 y una buena parte de su éxito se debió a John W. Campbell, editor de “Astounding Science Fiction”. Campbell lanzó la carrera de varios de los mejores escritores de ciencia-ficción: Robert A. Heinlein, Theodore Sturgeon, Isaac Asimov y Arthur C. Clarke.
Muchos consideran que en la segunda mitad de los años treinta comenzó la Edad de Oro de la ciencia-ficción. La discrepancia está en cuando terminó esa era, si en 1946 o en 1960; yo soy partidario de la segunda fecha. Yo creo que más que hablar de Edad de Oro, habría que hablar de la Edad clásica. Fueron los años en los que se desarrollaron los grandes temas de la ciencia-ficción: los robots, los encuentros con alienígenas, el lado oscuro de la tecnología… Fueron también los años de un subgénero que literariamente se practica ahora mucho menos, pero que en cambio ha invadido las pantallas de cine: la “ópera espacial” (“space opera”, en inglés), que pone el énfasis en las batallas, la tecnología avanzadísima y los viajes a velocidad ultralumínica.
Robert Sheckley irrumpió en ese mundo literario en 1952 en la revista “Imagination”. Desde muy pronto se hizo un nombre con sus relatos imaginativos, inteligentes y llenos de un humor muy peculiar. Alex Abramovich y Jonathan Lethem han recopilado varios cuentos que escribió entre 1953 y 1969 en el libro “Store of the Worlds. The Stories of Robert Sheckley” publicado por New York Review Books.
La estructura de los cuentos de Sheckley es inmediatamente reconocible. Comienza planteando un escenario en el que predominan la extrañeza y lo surreal. En “La séptima víctima”, uno de sus relatos más conocidos, nos presenta una sociedad en la que, para evitar las guerras al tiempo que permite que el instinto de agresividad siga vivo, se deja que las personas voluntariamente se apunten a ser asesinos. A cada asesino se le asigna una víctima y tiene un tiempo determinado para matarla, si es que la víctima no le mata antes. La condición es que el asesino tiene que aceptar representar a continuación el papel de víctima. En “Caliente”, Anders, el protagonista, de repente oye una voz dentro de su cabeza que le pide ayuda y le hace ver el mundo de una manera diferente. Otro de sus cuentos más conocidos, “Peregrinaje a la Tierra” comienza de la siguiente manera:
“Alfred Simon había nacido en Kazanga IV, un pequeño planeta agrícola cerca de Arturo, y allí conducía una cosechadora por los campos de trigo, y en las noches largas y silenciosas escuchaba canciones de amor grabadas de la Tierra.
La vida era lo suficientemente agradable en Kazanga y las chicas tenían pechos grandes, eran alegres, francas y condescendientes, buenas compañeras para una caminata por las montañas o una nadada en el arroyo, compañeras incondicionales para la vida. Pero románticas, ¡nunca! Se podía tener mucha diversión en Kazanga, de una manera alegre y abierta. Pero no había más que diversión.
Simon sentía que algo faltaba en esta existencia insípida. Un día descubrió lo que era.”
Escribir el inicio de un relato de una manera que suscite la curiosidad del lector y le lleve a seguir leyendo es un arte que no todos dominan. Sheckley lo borda.
Sus cuentos tienen una estructura muy reconocible y que casi sigue al pie de la letra lo que decía Vladimir Propp sobre la estructura de los cuentos tradicionales. Los primeros párrafos nos presentan un mundo atípico y un problema a resolver. El resto del cuento se centra en ver cómo los protagonistas se enfrentan al problema.
En “Forma”, unos seres que se caracterizan porque pueden cambiar a placer sus formas corporales,- aunque siempre dentro de las que tienen disponibles en función de su casta-, viajan a un planeta con la misión de colocar un Desplazador en un reactor nuclear para crear un portal que permita la invasión del planeta. La cuestión es que ésta es la 21ª misión que se envía. Las anteriores 20 desaparecieron sin dejar rastro. ¿Habrá más éxito en esta ocasión o la misión sucumbirá a lo que quiera que les ocurriera a las precedentes?
En “Protección” un hombre es salvado de ser atropellado por un camión, gracias a una voz que le previene. Su salvador es un derg, cuya vocación es salvar a otras criaturas en peligro. El protagonista acepta que el derg se convierta en su protector y a partir de ahí empieza a recibir mensajes de alerta continuos. Un avión se va a estrellar en Birmania dentro de dos semanas; aunque el protagonista viva en Nueva York y nunca haya salido de EEUU, es preciso que lo sepa, porque hay un 0,000001% de probabilidades de que viaje en ese avión. El derg se convierte así en un fastidio continuo, pero pronto el protagonista descubrirá que ése no es el mayor de sus problemas…
En “La mañana después”, Piersen ha tenido la madre de todas las resacas y amanece en una extraña selva, en la que todos los animales y las plantas parecen empeñadas en matarle. Mientras lucha por sobrevivir, intenta recordar qué sucedió la noche anterior que le llevó a terminar en ese extraño lugar.
Los cuentos de Sheckley tienen un humor muy inteligente y cínico, que en ocasiones rozan lo macabro. En “El contable” una familia respetable de brujos se enfrenta al desafío de su hijo que, en lugar de aprenderse los sortilegios, quiere convertirse en contable y se pasa el día estudiando actuarios. El padre invoca al demonio Boarbas para que convenza a su hijo y éste invoca a un contable para que le proteja. Comienza una lucha desigual entre ambos:
“¡Zico Pico Reel! Cantó Boarbas, girándose para hacer frente al recién llegado. Pero el viejo delgaducho se rió y dijo: “Un contrato de una corporación que es “ultra vires” no sólo es anulable, sino plenamente nulo” Evidentemente gana el contable.
En “Los monstruos”, dos seres lagartoides están observando el aterrizaje de una nave espacial alienígena.
“- ¿Bajamos y lo vemos más de cerca?- pregunto Hum.
– De acuerdo. Creo que tenemos tiempo. ¡Espera! ¿Qué día es?
– Hum calculó en silencio y luego dijo: “El quinto día de Luggat”.
– Maldita sea- dijo Cordovir.- Tengo que ir a casa y matar a mi mujer.
– Faltan unas pocas horas antes de la puesta de sol- dijo Hum.- Pienso que tienes tiempo para hacer las dos cosas.
Cordovir no estaba seguro. “Odiaría llegar tarde”.
– Bien entonces. Sabes lo rápido que soy- dijo Hum.- Si se hace tarde, correré y la mataré yo mismo. ¿Qué tal?”
Para poner este diálogo en contexto, en esta raza nacen ocho hembras por cada macho. Para mantener el equilibrio, cada hembra se casa con un macho en un matrimonio que dura exactamente 25 maravillosos días, al término de los cuales él tiene que matarla y casarse con otra.
Este chiste, que hoy no sería admisible, muestra cómo Sheckley era hijo de su tiempo. Aunque es capaz ocasionalmente de crear personajes femeninos fuertes, las pocas mujeres que aparecen en sus cuentos son amas de casa muy femeninas y el contexto subyacente es el de la típica familia norteamericana de los años 50.
Los críticos dicen que lo mejor de la producción de Sheckley se concentró en los años 1952-57. Después de entonces comenzó a repetirse, pero cada vez con menor calidad, y no fue capaz de renovarse como lo hicieron otros autores de la época. No conozco lo suficiente de su obra como para saber si esto es cierto, pero sí que he apreciado que los cuatro últimos cuentos del volumen, que pertenecen a la década de los sesenta, son más flojos que los precedentes. El formato y la estructura son los habituales, pero falla la magia y hasta el humor parece un poco más pedestre. Aun así, merece la pena leer a Sheckley y recomiendo vivamente esta antología.
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