La novela « Las cruces de madera » de Roland Dorgelès hubiera debido de ser la ganadora del Premio Goncourt de 1919. Era un relato lleno de empatía sobre los soldados franceses que habían combatido en la I Guerra Mundial, escrito por uno de ellos. Lo tenía todo a su favor, salvo que tuvo que competir con « A la sombra de las muchachas en flor » de un tal Marcel Proust. Aun así Proust ganó por un estrecho margen : 6 contra 4. Más tarde, ese mismo año Dorgelès ganaría el Premio Femina. No está mal, pero es como ganar el Premio Planeta cuando has tocado con los dedos el Premio Nóbel de Literatura. Algo parecido debieron pensar Dorgelès y su editor, porque el libro apareció con el encabezado : « Premio Goncourt- 4 votos sobre 10 ». El encabezado no debió de hacerles mucha gracia a los del Premio Goncourt, que se querellaron. El editor fue condenado a pagar 2.000 francos de indemnización. Lo lamento por Dorgelès, pero la causa de la literatura salió ganando con el triunfo de Proust.
« Las cruces de madera » son estampas de un estilo periodístico (el autor era periodista) sobre la vida de los soldados en el frente. Dorgelès se muestra objetivo, al tiempo que empático. Le encantan las descripciones y presta especial atención a la caracterización de los soldados individuales. Dorgelès inventó la fórmula de « Band of Brothers » con casi cien años de anticipación.
« Cuidadosamente, como hacía todo, el pequeño Belin preparaba su lecho. Extendía primero su tela de tienda de campaña, después, a modo de almohada, metía su morral en la paja. Para tener calor en los pies, los deslizaba por las mangas de su chaqueta, después se enrollaba en su manta ancha doblada en dos y diestramente, como un pescador lanza la red, echaba el capote sobre las piernas. Entonces no se veía más que un pedacito de rostro satisfecho por el tragaluz de su verdugo tejido. Belin se había acostado ». Aquí tenemos un buen resumen de su estilo : la descripción objetiva y detallista, que además sirve para caracterizar al personaje. Ahora ya sabemos que Belin es un hombre meticuloso y de rutinas fijas.
Ese estilo para la descripción de una batalla deja un poco que desear :
« … La ametralladora tiraba todavía, exasperante, como si clavase clavos. Y de repente vimos sobre quién tiraba.
– ¡Poilus [« poilu » era la designación afectuosa de los soldados franceses de infantería. Significa « peludo » y se les dio por las barbas que llevaban. ¡Como para pensar en afeitarse en las trincheras estaban !] que salen!… Atacamos por el otro lado del arroyo…
Todos habíamos gritado juntos, después enseguida, nos habíamos callado, ansiosos, pegados al suelo. Una compañía acababa de salir de las trincheras, a nuestra izquierda, y como fusileros, sin mochilas, a la bayoneta, los soldados corrían por los campos desnudos. El regimiento vecino intentaba un golpe de mano y era a ellos a los que buscaba la maxim [marca de ametralladora alemana] con el tap-tap regular de la máquina de coser. El tiro, habiéndose fijado, pareció que hacía en la línea de hombres un desgarro amplio.
– Les han segado.
– No, se esconden.
Los soldados reincorporados corrían, se tumbaban, volvían a correr, pero a pesar del fuego de artillería que machacaba su línea, los alemanes se habían puesto a disparar y veíamos en el gran terreno vago a los hombres darse la vuelta, caer derribados. Los había que, tumbados, se movían todavía, se arrastraban hacia los agujeros de los obuses. Otros, caídos pesadamente como un paquete, ya no se movían…”
No me acaba como descripción de una batalla. La encuentro demasiado racional, demasiado fría. El narrador o mismo podría estar relatando un partido de fútbol.
Yo me quedo con “Tormentas de acero” que Ernst Jünger, del bando contrario, publicó al año siguiente. La obra de Jünger es todo lo contrario que la de Dorgelès. “Tormentas de acero” es pura subjetividad. Un hombre joven se ve lanzado a un mundo dantesco y trata de habituarse al horror y al mundo dislocado al que le han arrojado. Un ejemplo:
“El intercambio de granadas de mano me recordó a la esgrima con florete; tenías que saltar y estirarte, casi como en un ballet… En esos momentos, podía ver a los muertos- saltaba sobre ellos con cada zancada- sin horror. Allí yacían con la actitud relajada y suave que caracteriza a esos momentos en los que la vida se ausenta.”
Creo que esta descripción absurda, en la que lanzar granadas es como practicar la esgrima y los muertos tienen un aspecto relajado, describe mucho mejor una batalla que los párrafos periodísticos de Dorgelès.
Me alegro de que Proust le quitara el Premio Goncourt.
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