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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

La mujer infiel

Emilio de Miguel Calabiael

Cuando un escritor se pone a escribir una novela debe tomar dos decisiones clave, una consciente y la otra un poco inconsciente. La consciente es cómo abrirá la novela. El párrafo inicial es clave para enganchar al lector e incitarle a que siga leyendo. En el siglo XIX, cuando la gente disponía de más tiempo y no existían la televisión ni internet, el escritor podía permitirse el lujo de demorarse un poco en los primeros párrafos, describiendo la situación de partida. En el siglo XXI, donde todos vamos con prisas, el escritor tiene que ir directamente al grano. Sólo cuenta con las dos o tres primeras frases para atraer al lector. Si no lo consigue en ese breve instante, está perdido.

La segunda decisión un poco más inconsciente es el contrato que establecerá con el lector. Para que la novela funcione, necesita que el lector acepte una serie de premisas. Cervantes necesitaba que aceptásemos que, a base de leer novelas de caballerías, un hombre puede enloquecer y acabar creyéndose caballero andante él mismo. Orwell en “Rebelión en la granja” nos pide que creamos que los animales hablan y pueden concertar un plan. Si el lector no acepta las premisas de partida del autor, mal vamos: no conseguirá meterse en situación y la novela le parecerá un cúmulo de absurdos increíbles.

En “La mujer infiel” el francés Philippe Vilain arranca con una frase que engancha y da ganas de seguir leyendo: “Nunca olvidaré el dia en que me enteré que mi mujer me engañaba”. Me parece una frase muy buena para comenzar una novela. La pena es que inmediatamente después se ponga evocador y descriptivo y el impacto de la frase, que suena como un puñetazo al mentón, se pierda.

Donde falla Vilain es en el contrato con el lector. Nos pide que aceptemos dos premisas, que no me pude creer en ningún momento. La primera es que el personaje por aburrimiento se pone a cotillear en el móvil que su mujer se ha dejado olvidado y descubre dos sms que demuestran que le pone los cuernos. El protagonista opta por no decir nada cuando regresa su mujer y pasa los meses siguientes haciéndose pajas mentales y sufriendo mucho, esperando que su mujer se lo cuente.

Mi impresión es que al 99’9% de los hombres les faltaría tiempo para confrontar a su mujer y preguntarle de qué iban esos sms. Por otra parte, el tipo de hombre que se consideraría con derecho a violar la intimidad de su mujer de esa manera, no se corresponde con el perfil del protagonista de la novela: más bien débil, pasivo, con la autoestima un poco baja…

Una vez ideé un cuento que empezaba de una manera parecida. Los esposos están en la cama. Ella duerme. Él tiene insomnio. Suena un zumbido. Un sms ha entrado en el móvil de ella. Él, un poco por aburrimiento como el protagonista de Vilain, mira a ver quién ha podido enviar un sms a su mujer a esas horas. Así descubre que su mujer tiene un amante. Por un momento piensa en despertarla y pedirle que le cuente la verdad. Entonces recapacita. Quiere a su mujer, aunque ya no con la pasión del inicio. Se siente cómodo en su matrimonio, aunque ya no le excite. ¿Merece realmente la pena romper lo que ya tiene por un sentimiento de posesión? Entiende que no la quiere perder. Mejor aún: entiende que el que su mujer tenga un amante, le abre un mundo de posibilidades. Él también podría echarse una amante y salir un poco de la rutina en que se ha convertido su vida. Deja el teléfono donde lo encontró y vuelve a tumbarse en la cama.

Nunca escribí ese cuento. No sé si el lector aceptaría las premisas que propongo. Por otra parte, le falta drama. Un hombre descubre algo que le mueve el piso y opta por dejar las cosas como están. Su solución obviamente es muy sabia, pero a veces lo que en la realidad sería sabio, en la literatura representa un desastre para el escritor, que necesita que sus personajes hagan cosas más estúpidas. Por otra parte, la reacción sabia y ecuánime del hombre me parece que tiene algo de irreal.

Otra premisa de la novela es la pareja que forman Pierre Grimaldi y Morgan Lorenz. Él es un contable y nada en la novela nos hace pensar que sea especialmente brillante o hermoso. Ella es atractiva, es una consultora de éxito, se codea con abogados y profesionales de cierto nivel. Antes de conocerle, salió con algún profesor universitario y con algún abogado, pero sin embargo escogió a Grimaldi para casarse. El propio Pierre dirá: “Si tenía la certeza de formar una pareja sólida con mi mujer, siempre me había sorprendido que formásemos esa pareja.” Y a mí, como lector, me sorprende aún más que al protagonista. En la vida real una mujer de rompe y rasga como Morgan Lorenz se hubiera casado con un profesional de éxito, no con un oscuro contable.

La novela tiene al menos dos virtudes: una es que me ha hecho reflexionar sobre lo que funciona o no en literatura y la otra, que es breve, 154 páginas.

 

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