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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

Escribir. Una profesión de riesgo (1)

Emilio de Miguel Calabiael

 

Si vemos la lista de escritores que no murieron de muerte natural, tendremos que convenir que escribir es una profesión de riesgo. Una buena parte de aquellos escritores que partieron anticipadamente, decidieron hacerlo voluntariamente. Algo tendrá la escritura que incita tanto al suicidio.

Uno de los escritores suicidas más famosos del siglo XX fue Ernest Hemingway. A finales de la década de los 50, una enfermedad congénita, la hemocromatosis, que causa deterioro físico y mental, unida a un hígado bastante tocado después de una vida de abuso del alcohol, le llevaron a la depresión. A ello se unió la sensación de estar vigilado por el FBI, que tras su muerte se demostraría que no era una paranoia suya, sino una realidad, más la sensación de que su poder creativo estaba en declive. El 2 de julio de 1961 decidió poner fin a sus sufrimientos con algo tan apropiado para él como una escopeta de caza.

Más discreto fue el suicidio de su compatriota David Foster Wallace en 2008: se ahorcó en su casa. Sin embargo, en su caso, el sufrimiento espiritual duró más tiempo. Wallace llevaba más de 20 años sufriendo de depresiones, alcoholismo y adicción a la marihuana. A ello, como en el caso de Hemingway, se unía el temor a estar perdiendo sus poderes creativos.

Los escritores japoneses tienden a una cierta teatralidad en sus suicidios. El japonés echa pasión a todo lo que hace. Nunca hace las cosas a medias. Ni cuando se suicida.

A los 35 años Ryunosuke Akutagawa sentía que estaba perdiendo la razón, como su madre. Escribió entonces una carta a un amigo, haciendo una serie de consideraciones en torno al suicidio. La razón que daba para el suyo era “una vaga sensación de ansiedad sobre mi propio futuro”, que no debía de ser tan vaga cuando le empujó a matarse. Pero además del por qué, se preocupó mucho por el cómo y señala que ha descartado varios métodos por razones estéticas y prácticas, habiéndose decantado finalmente por los barbitúricos tomados en casa, que desde luego es una forma más agradable de quitarse de en medio que la de ponerte una escopeta de caza en la cabeza y apretar el gatillo.

Akutagawa fue un gran cuentista que ejerció una influencia muy importante sobre otros escritores japoneses, una influencia que no se limitó a lo literario. Es posible que su ejemplo influyera en otro escritor, amigo suyo, que también optó por quitarse de enmedio: Osamu Dazai.

Dazai era alcohólico e incapaz de encontrar un empleo estable o, simplemente, de llevar una vida estable. En 1947 abandonó a su familia por una viuda de guerra, Tomie Yamazaki. Es entonces que escribe su mejor obra, “Indigno de ser humano”, una novela depresiva en la que cuenta su propio declive. El 13 de junio de 1948 Dazai y Tomie se arrojaron al canal de Tamagawa y murieron ahogados, siguiendo una vieja tradición japonesa de amantes que eligen morir juntos al ver que su amor es imposible. Sus cuerpos fueron encontrados seis días más tarde, justo el día en el que Dazai habría cumplido 39 años.

Lo de que un suicidio lleva a otro, también ocurrió en el caso de Kawabata y Mishima. Puede decirse que Mishima llevaba ensayando su seppuku desde que era niño. Que yo recuerde, hasta en tres obras suyas se explaya sobre el seppuku: las novelas “Confesiones de una máscara” y “Caballos desbocados” y el cuento “Patriotismo”. En 1970, recién cumplidos los 45 años, después de varios lustros dedicado al cultivo del cuerpo y consciente de que el declive físico estaba a la vuelta de la esquina, se abrió el vientre. Al igual que Dazai, murió con su amante Masakatsu Morita, quien asumió la responsabilidad de cortarle la cabeza para acortar sus sufrimientos, y a continuación se hizo el seppuku. Hay que decir que el acto quedó un tanto deslucido por la torpeza de Morita. Después de tres intentos, fue incapaz de cortarle la cabeza a Mishima, al que le hizo una escabechina. Tuvo que ser otro de los camaradas de Mishima el que terminara la obra. Luego, su seppuku fue de chichinabo. Apenas se hizo un rasguño en el vientre. Viendo que no iba a terminar nunca, le cortó la cabeza el mismo camarada.

Dos años más tarde, Yasunari Kawabata que era el gran patriarca de las letras japonesas y había sido un buen amigo de Mishima, siguió sus pasos, pero de una manera menos sangrienta: se asfixió con gas. Tenía 72 años, una salud frágil y sabía que su poder creativo estaba en declive.

 

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