Gil de Biedma no sólo fue un gran poeta; también fue alguien que pasó su vida dándole vueltas a lo que es la poesía. Y esa condición de pensador de la poesía se mantuvo viva por más tiempo, porque el Gil de Biedma escritor de poesía fue poco productivo y dejó de escribir relativamente pronto. He estado rebuscando en la recopilación de sus ensayos titulada “El pie de la letra”, para tratar de entender cómo veía él la escritura poética.
Yo diría que en su poesía Gil de Biedma parte de la experiencia de la realidad y apenas la quiere contar al lector, le viene la pregunta: ¿quién está diciendo esto? La poesía moderna es una poesía en primera persona, la poesía de un yo e inevitablemente el lector quiere saber quién es ése que le habla.
El problema para Gil de Biedma es que, como poeta, tiene dos identidades la de unigénito hijo de Dios y la de hijo de vecino. En la primera de las identidades, es el centro de un universo de cosas, hechos y significados, la vara de medir el mundo. Pero también es un hijo de vecino, un ser humano que ha llorado, ha reído, se ha enamorado y ha odiado como cualquiera de sus semejantes. El secreto está en narrar la experiencia única del primero en el lenguaje del segundo para que sea entendible por el lector, para que el lector se identifique con el poema y pueda decirse: “Pues sí, a mí también me ha pasado esto”.
La voz que canta el poema, no es la del poeta en sí, sino la de la máscara con la que se disfraza. Escribir un poema es inventarse una identidad, porque el punto de partida es una persona a la que le ha pasado algo.
¿Y qué es ese algo, esa experiencia que el poeta quiere transmitir? Parece que Gil de Biedma esté pensando en ese tipo de experiencia inmediata, anterior al divorcio entre las cosas y los pensamientos, entre las cosas y sus significaciones, cuando somos y hacemos sin pensar en lo que somos y hacemos. Es la experiencia del niño que juega ensimismado con sus coches, el niño que aún ve la realidad como una totalidad, sin distinguir entre acciones, pensamientos y emociones. De hecho, Gil de Biedma dice: “Quien no sepa en algun modo salvar su niñez, quien haya perdido toda afinidad con ella, difícil es que llegue a ser artista, casi imposible que pueda nunca ser poeta (…) la sensibilidad infantil constituye, por así decirlo, un campo continuo, y la poesía no aspira a otra cosa que a lograr la unificación de la sensibilidad.”
Gil de Biedma previene contra la tentación de suprimir lo contingente de nuestra experiencia para obtener una suerte de experiencia universal con la que cualquiera se pueda identificar. Suprime del poema lo contingente y lo que obtienes es algo insincero y poco convincente.
Un ejemplo (éste es mío, no de Gil de Biedma). Tomas el “Canto a Teresa” de Espronceda y te emociona.
“Aun parece, Teresa, que te veo
Aérea como dorada mariposa,
Ensueño delicioso del deseo,
Sobre tallo gentil temprana rosa,
Del amor venturoso devaneo,
Angélica, purísima y dichosa,
Y oigo tu voz dulcísima, y respiro
Tu aliento perfumado en tu suspiro.”
Puede que a nuestra sensibilidad del siglo XXI se le haga un poco cursi, pero uno se imagina a la Teresa de carne y hueso que inspiró el poema y la desesperación del poeta. En cambio, uno coge “La corporeidad de lo abstracto (Mujer)” de Juan José Domenchina y lee:
“Mujer. Palabra rubia, de miel. Vaso de oro. Persistencia monótona, de lluvia. Silencio puro. Balbucir sonoro. Mármol o bronce. Simulacro. Corporeidad rotunda. Lanza de emoción. Fuego sacro. Cumbre de todos los instintos. Danza. Médula de lo ignoto. Áurea vedija inoercible. Vientre de los nombres.
Arca de la eternidad. Hija del Hombre. Madre de los hombres.”
Me he quedado como frío. Si me encontrara a una mujer de carne y hueso que se describiera de esa manera en su perfil de Meetic, la bloquearía al instante.
Y abundando sobre los riesgos de la abstracción, Gil de Biedma recuerda que no pensamos conceptos, sino imágenes. Oímos “mesa” y no se nos viene a la cabeza un ente abstracto, sino la mesa de comedor que tenemos en el salón. Sensación y abstracción son dos polos. Cuando más nos encaminamos hacia uno de ellos, más nos alejamos del otro.
Inventarse una voz para hablar de nuestra experiencia. Parecería que escribir poesía fuera fácil y sin embargo…
Literatura Emilio de Miguel Calabiael