“En la Tierra somos por un instante hermosos” (“On Earth We’re Briefly Gorgeous”) de Ocean Vuong es la historia de un refugiado survietnamita en EEUU, Perrito, y su infancia y adolescencia. Vuong presenta su vida en forma de pequeñas estampas, con mucho detalle y lirismo. Tiene mérito, porque mucho de lo que cuenta es sórdido y deprimente. Perrito y la gente que le rodea son perdedores: la abuela Lan, a la que la familia repudió porque huyó del marido que la triplicaba en edad con el que la habían casado, que fue prostituta en Saigón y que ahora demenciada vegeta, sin distinguir bien el presente del pasado; su madre, que nunca se adaptó a EEUU, ni aprendió inglés, y que malgasta la vida trabajando en un salón de belleza, donde la explotan; Trevor, su novio de adolescencia, pura “basura blanca” adicto a los opiáceos, que vive en una autocaravana dilapidada con un padre al que odia; el padre de Trevor, un antiguo miembro de las fuerzas especiales, que pasa los días derrotado, viendo la televisión y bebiendo cerveza. Desde luego no son el tipo de situaciones y personajes en las que uno esperaría encontrar belleza, pero Vuong las cuenta con una atención al detalle y una compasión que despiertan la simpatía del lector.
“No se ha escrito sobre las ruinas más verdaderas. La chica que la Abuela conoció en Go Cong, ésa cuyas sandalias estaban hechas de los neumáticos de un jeep militar quemado, la que fue borrada por un bombardeo tres semanas antes de que la guerra hubiese terminado, es una ruina a la que nadie puede señalar. Una ruina sin una ubicación, como un idioma.”
(…)
“Ese primer día, después de haberle encontrado en el campo, me volví a encontrar a Trevor en el granero. La luz crepuscular había lavado el interior con una luz difusa azulada. Afuera, las hachas de los trabajadores rechinaban contra sus cinturones a medida que subían la loma de vuelta a sus barracones en la linde del bosque. El aire era fresco, con un dejo de clorofila del tabaco recién cortado ahora suspendido de las vigas encima nuestro, algunas hojas aún goteando creando pequeños torbellinos de polvo en el suelo del granero.”
Una experiencia que está presente a todo lo largo de la novela es la de la incomunicación. Una noche, el protagonista, su madre y su abuela van al ultramarino a comprar rabo de buey para hacer un plato típico vietnamita. No consiguen hacerse entender y frustrados se compran unos anillos que cambian de color según el humor del usuario. Más adelante, Perrito, convertido en escritor, no sabe cómo llegar a su madre. El lenguaje no puede cruzar la barrera que les separa.
“Hay tanto que te quiero decir, Ma. Una vez fui lo suficientemente estúpido como para creer que el conocimiento aclararía, pero algunas cosas están envueltas con vendas de sintaxis y semántica (…) Cuando comencé a escribir, me odiaba por ser tan indeciso con las imágenes, las frases, las ideas, incluso la pluma o el diario que empleaba. Todo lo que escribía comenzaba con tal vez y quizás y terminaba con pienso y creo. Pero mi duda está en todas partes, Ma. Incluso cuando sé hasta el tuétano que algo es verdadero, temo que el conocimiento se disolverá, que no permanecerá real a pesar de mi escritura…”
Otras veces la incomunicación surge no por la barrera del idioma y los sentimientos, sino porque no nos escuchamos. Optamos por pretender que no hemos oído.
“De vuelta al granero aquella primera noche en la que nos tocamos, el juego de los Patriots a mitad de partido en la radio, le oí. El aire estaba denso o ligero o no había. Tal vez incluso nos dormimos un momento. Los anuncios estaban pasando, chisporroteando y zumbando por la radio, pero le oí. Estábamos simplemente mirando las vigas y entonces dijo como si cualquier cosa, como si nombrase un país en un mapa, “¿Por qué nací?”. Sus rasgos afligidos en la luz menguante.
Fingí no haberle oído.”
O acaso no digamos lo que hubiéramos querido decir, acaso nuestros sentimientos no encuentren el camino de salida de las palabras.
“Lo que quería decirles [se refiere a los trabajadores ilegales mexicanos con los que trabajaba en el secadero de tabaco], mientras me alejaba montado en la bici, y también la siguiente mañana, todas las mañanas, es lo que quiero decirte [está hablando con su madre] ahora: “Lo siento”. Siento que tuviera que pasar tanto tiempo antes de que vieran a sus seres queridos, que algunos acaso no pudieran hacer el camino de regreso vivos por la frontera del desierto, víctimas de la deshidratación y la intemperie o asesinados por los cárteles de la droga o por las milicias ultraderechistas de Texas y Arizona. Lo siento, quería decir. Pero no podía…”
Tal vez la comunicación entre los humanos sea absolutamente imposible y nuestros intercambios sean como la carta que recibe el protagonista de su padre que está en prisión. Buena parte del contenido de la carta ha sido censurado, igual que censuramos buena parte de nuestros intercambios con otras personas, porque hay cosas que no queremos decir o que no queremos oír, hasta que no queda nada verdadero y con contenido que comunicar:
“Me acuerdo de haber estudiado la carta de mi padre y de haber visto pequeños puntos negros diseminados: los puntos dejados sin tocar. Un idioma vernáculo de silencio. Me acuerdo de haber pensado que cada persona a la que había amado alguna vez era un sencillo punto negro en una página brillante. Me acuerdo de haber dibujado una línea de un punto a otro con un nombre en cada uno hasta que terminé con árbol de familia que parecía más una valla de alambre de espino. Me acuerdo de haberla roto en pedazos.”
Si se lee “En la Tierra somos por un instante hermosos” como una novela al uso, el lector queda entre decepcionado y confundido. La hilazón entre las distintas escenas es tenue. No se percibe una estructura novelística y la sensación es que el autor se ha dejado ir, enlazando escenas al buen tuntún. Es más tarde cuando el lector se da cuenta de que el libro hay que leerlo como un poemario. Cada escena es un pequeño poema en prosa, que debe ser degustado lentamente y por sí mismo. Y lentamente, poema-escena a poema-escena, de pronto todas las piezas encajan en una gran novela.
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