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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

El simpatizante

Emilio de Miguel Calabiael

“El simpatizante” de Viet Thanh Nguyen es de las novelas que más me han gustado últimamente. Cuenta la historia de un comunista infiltrado en los servicios de inteligencia de Vietnam del Sur y su posterior marcha al exilio a EEUU, donde sigue espiando a la comunidad de exiliados. Voy a intentar escribir sobre ella sin destriparla demasiado, porque realmente merece la pena leerla.

Lo primero que destacaría es la fuerza de las descripciones y de la reacción de los hombres ante ellas. Por ejemplo, ¿cómo te sentirías si un compañero pisase una mina en la noche en medio de la selva y le volase una pierna? ¿cómo serían esos primeros segundos de desorientación, de terror?

“Hola, dijo.- Yo…”

Un fogonazo de luz y ruido me encegueció y ensordeció. Me llovieron encima tierra y gravilla y me encogí. Tenía un pitido en los oídos y alguien estaba chillando, mientras me acurrucaba en el suelo, con los brazos sobre la cabeza. Alguien estaba chillando y no era yo. Alguien estaba maldiciendo y no era yo…”

Esas descripciones tan vívidas van acompañadas de los comentarios irónicos y desengañados del protagonista, cuyo nombre nunca se nos dice y que es un hombre tan lúcido como escéptico. Ni tan siquiera parece que acabe de creerse del todo el sistema comunista en favor del que trabaja. Así, en la última gira por Saigón, poco antes de partir al exilio, pasan por delante de la Asamblea Nacional y la estatua que tiene enfrente de tres heroicos marines y el protagonista comenta: “Mientras Bon saludaba a la estatua, junto a los demás hombres del autobús, todo lo que se me ocurrió fue si estos marines estaban protegiendo a la gente que paseaba bajo su mirada en los días soleados o, igual de probable, si estaban atacando la Asamblea Nacional a la que apuntaban sus fusiles. Pero, mientras sollozaba uno de los hombres del autobús y mientras, yo también, saludaba, me di cuenta de que el significado no era tan ambiguo. Nuestra fuerza aérea había bombardeado el palacio presidencial, nuestro ejército había disparado y apuñalado hasta matarlo a nuestro primer presidente y a su hermano y nuestros generales peleones habían instigado más golpes de estado de los que podía contar. Después del décimo golpe, acepté la situación absurda de nuestro Estado, con una mezcla de desesperación e ira, junto con una pizca de humor, un cóctel bajo cuyo influjo renové mis votos revolucionarios.”

Precisamente la fuerza de la novela viene de su protagonista y narrador, un hombre que parece no involucrarse cien por cien con nada, ni con la vida misma, y que viene definido por la división: hijo de un cura francés, que nunca le aceptó, y de una adolescente vietnamita; nadie le reconoce como uno de los suyos: asiático para los occidentales y bastardo para los vietnamitas; agente comunista infiltrado en la organización más anticomunista, los servicios de inteligencia de Vietnam del Sur patrocinados por la CIA. Y esa dicotomía de ser dos cosas al mismo tiempo, de tener un pie en dos mundos permea toda la novela.

Esa división interna del protagonista es la misma que la de los vietnamitas exiliados. El comandante crápula, que en Vietnam del Sur pedía sobornos y asistía de buen humor a la violación grupal de una agente norvietnamita, es también el buen padre de familia que se coloca de asistente en una gasolinera para sacar adelante a los suyos. Y como la justicia cósmica tiene un sentido del humor muy peculiar, acaba muriendo por un crimen que no cometió, cuando había salido indemne de los muchos crímenes que sí que había cometido.

En el exilio los vietnamitas viven una vida real en la que son “autobuseros, camareros, jardineros, operarios, pescadores, obreros” y otra vida de ensoñaciones en las que siguen siendo los guerreros que eran y que aspiran a recuperar algún día su país. El General, que era el jefe del protagonista en Saigón, los representa: “Como sus hombres, el General estaba vestido con uniforme de camuflaje, comprado en una tienda de excedentes del ejército y arreglado por Madame para que le cupiese. En su uniforme, el General ya no era el propietario tristón de una licorería y un restaurante, un pequeño burgués que contaba sus esperanzas mientras calculaba el cambio en la caja registradora. El uniforme, la boina roja, las botas de reglamento pulidas, las estrellas en su cuello y el emblema de las fuerzas aerotransportadas en la manga le habían devuelto la nobleza que una vez había tenido en nuestra patria.”

Mientras los asiáticos de la novela, bien exiliados survietnamitas, bien asiáticos de segunda generación, están escindidos, los blancos americanos de la novela están muy seguros de sí mismos. Tanto que les cuentan a los asiáticos cómo tienen que ser. Así, tenemos al catedrático orientalista blanco e integrado, que le explica al exiliado vietnamita lo que es sentirse escindido: “Ah, el americano-asiático, ¡por siempre cogido entre mundos y sin saber nunca adónde pertenece! Imagínate que no sufrieses la confusión que debes de experimentar continuamente, sintiendo en tu interior y sobre ti el pulso constante entre Oriente y Occidente (…) En Occidente muchas cualidades orientales toman desafortunadamente un carácter negativo. Esto lleva a los problemas severos de identidad que sienten los americanos de origen oriental, al menos los nacidos y criados aquí…”

También está el intelectual anticomunista de éxito Richard Hedd, autor del libro “El comunismo asiático y el modo oriental de destrucción”, que es la Biblia de todos los que luchan contra el comunismo en Asia; piensan que por haberlo leído ya saben todo lo que hay que saber sobre ese fenómeno elusivo. Una de las muchas citas de ese libro ficticio que aparecen en la novela y que muestran el tono: “El campesino vietnamita no objetará el uso del poder aéreo, ya que es apolítico y está interesado únicamente en alimentarse a sí mismo y a su familia. Bombardear su aldea desde luego que le trastorna, pero el coste está contrapesado al final por cómo el poder aéreo le persuadirá de que se colocará en el sitio equivocado si elige el comunismo, que no le puede proteger.”

Nguyen es un artista manejando la ironía a varios niveles. Por un lado ése libro tan venerado por los anticomunistas norteamericanos, será el que utilice el protagonista para escribir en clave a sus jefes de la inteligencia norvietnamita. Por otro, en la página de agradecimientos, Nguyen dice que ese libro inventado recoge consideraciones sobre los vietnamitas que el General Westmoreland hizo en el documental “Mentes y corazones”del director Peter Davis. Resulta irónico que las opiniones de Westmoreland, un zoquete que no leía y que perdió la Guerra de Vietnam se pongan en boca de un intelectual.

Y el epítome del blanco norteamericano que explica con aplomo y seguridad en sí mismo lo que son los asiáticos es el Director de cine megalómano, que va a rodar una película sobre la Guerra de Vietnam titulada “El poblado” que contendrá todos los tópicos, pero que se venderá al público como una experiencia real: “Con esto basta, piensa el Sargento Bellamy, solo en su torre de vigía a medianoche. Abandonó Harvard y se fue lejos de su hogar en St. Louis, su papá millonario y su madre envuelta en pieles. Con esto basta, con esta jungla pasmosamente hermosa y esta gente humilde y simple. Aquí es donde yo, Jay Bellamy, hago mi primer puesto y tal vez mi ultimo- en EL POBLADO”. Me encanta la crítica sarcástica de Nguyen a ciertas películas patrioteras e ideologizadas de la Guerra Fría. Estas líneas lo tienen todo: joven idealista que reniega de las comodidades de su hogar y campesinos tercermundistas humildes que han de ser protegidos por el joven idealista; faltan únicamente los comunistas muy malos que, aunque no se mencionen, el público sabe que están acechando en la espesura. Aunque pensé por el tono que “El Poblado” aludía a la malísima “Boinas verdes”, que interpretó y dirigió John Wayne, resulta que la película que Nguyen tenía en la cabeza es “Apocalipsis now” de Francis Ford Coppola.

Y aquí paro, que me da la impresión de que, como siga escribiendo, voy a acabar destripando la novela.

 

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