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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

El pueblo y los libros (4)

Emilio de Miguel Calabiael

Aldous Huxley en “La filosofía perenne” decía que toda religión tiene tres componentes: intelectual, ritual y místico. Hay fieles a los que llena lo primero, otros más aptos para lo segundo y unos terceros que vibran con lo tercero. Una de las cumbres de la mística judía, que daría origen al pensamiento cabalístico, es el “Zohar” de Moisés de León, un libro que, por cierto, fascinó a Jorge Luis Borges.

El “Zohar” le da una vuelta de tuerca a la lectura alegórica de la Torah. La Torah es mucho más profunda y misteriosa de lo que una lectura superficial sugeriría. La Torah oculta verdades cósmicas sobre la verdadera naturaleza de Dios. El “Zohar”, afortunadamente, permite penetrar en esos misterios y nos advierte que estudiar la Torah es una manera de compartir el poder de Dios. No sólo eso. Mientras que Maimónides y otros filósofos habían dicho que sólo podemos conocer a Dios por la vía negativa, o sea, sabemos lo que no es, aunque no sepamos lo que positivamente es, el “Zohar” dice que si este mundo es el espejo de Dios,- no solo su creación-, leyendo el libro del mundo, podremos conocer a Dios. La originalidad del “Zohar” es que señala que Dios necesita al hombre tanto como el hombre necesita a Dios. Corresponde al hombre completar la creación.

Desde comienzos de nuestra era, distintas tradiciones (cristianismo, maniqueísmo, zoroastrismo, gnosticismo…) se habían preguntado como era posible que un Dios bueno y misericordioso hubiese creado un mundo tan imperfecto e impregnado del mal como el nuestro. El “Zohar” da una de las respuestas más ingeniosas que nunca se hayan dado a esa cuestión.

Dios es incognoscible, es el infinito. Es como el océano que no puede ser asido; sin embargo, el océano adopta una forma según la tierra que lo limita. La tierra define al océano, al contenerlo. Lo mismo ocurre con Dios y los “sefirot”. Los “sefirot” son los nodos por los que Dios transita de lo incognoscible a este mundo. Los “sefirot” se estructuran en un árbol que baja desde arriba y están entrelazados entre sí de una manera peculiar. Éste árbol, al que yo le encuentro concomitancias neoplatónicas, explica el desenvolvimiento de Dios hasta llegar a la creación y explica la existencia del mal en el mundo.

Todo arranca con Keter-la Corona, que es la voluntad divina que comienza a desplegarse dirigida hacia la creación. La sigue Jojmah-el Pensamiento que se despliega en Binah-el Entendimiento, la fuente de la que fluye el universo. Estos primeros tres sefirot son sutiles y difíciles de aprehender. Se diría que aún están tan cerca de la fuente, de la infinitud de Dios, que se nos escapan. Son los siguientes tres sefirot los que nos ponen en contacto con aspectos de Dios a los que sí que podemos acceder: 1) Jesed- el Amor de Dios, es la generosidad sin límites e incondicional; 2) Gevurah- el Poder de Dios cuando castiga e impone leyes; 3) Tiferet- la Misericordia, que equilibra Jesed y Gevurah.

Aquí se produce la primera ruptura. Gevurah no siempre se queda satisfecha con quedar sometida a Tiferet y desea manifestarse sin restricciones, violentamente. Cuando esto ocurre, se convierte en “el otro lado”, la fuerza del mal en el mundo, de la que los demonios extraen su fuerza. La explicación de la existencia del mal en el mundo es un desequilibrio en los poderes de Dios. De alguna manera esto me recuerda a las disquisiciones sobre la Fuerza y su lado oscuro en “La Guerra de las Galaxias”. Ignoro si George Lucas se inspiró en la Cábala, pero no me extrañaría.

Tiferet es el principio masculino y se une al principio femenino, Malkut- el Reino, por medio de Yesod- la Fundación. Dado que el árbol cabalístico es un trasunto del ser humano, analógicamente podemos interpretar que la esencia divina se transmite de Tiferet a Malkut, de la misma manera que el semen se transmite del hombre a la mujer. Cuando Tiferet y Malkut se unen como hombre y mujer, el árbol cabalístico está en armonía y el mundo es bendecido.

Otro nombre de Malkut es Shejinah, la Divina Presencia que mora en el Pueblo de Israel. Shejinah es la mediadora entre el árbol de los sefirot y este mundo. Cuando Adán comió del árbol del bien y del mal, separó Shejinah de Tiferet. Moisés de León compara a Shejinah con la luna, que recibe la luz del sol y pasa por fases de oscurecimiento y luminosidad. Es posible reunir a Shejinah con Tiferet y ésta es la misión del Pueblo judío. El objetivo último de la Ley es armonizar a Dios consigo mismo. La conclusión es que Dios necesita tanto del ser humano como éste necesita de Dios.

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