Durante la década de los 80 del siglo XIX escribió “La Sonata Kreutzer”, que finalmente publicaría en 1889. La novela indudablemente contiene muchos elementos de su matrimonio. La idea base es que el amor y el matrimonio son un error y que el estado preferible es el del celibato. Ataca el hecho de que un hombre y una mujer deban seguir unidos incluso cuando el amor ya se ha convertido en odio. Da la impresión de que Tolstoi no duda de que todo amor conyugal acaba convertido en odio. La posibilidad del tedio no se le pasa por la cabeza.
La novela cuenta la historia de Pozdnyshev, un hombre que solía ir con prostitutas, justo como Tolstoi de joven, y que se queja de que las mujeres con sus trajes y sus maneras buscan despertar el deseo de los hombres. Pozdnyshev se casa con una mujer bastante más joven, que por su inexperiencia es un desastre en la cama (¿hubiera podido decirse lo mismo de Sofía?). Después de que hayan tenido cinco hijos (¿le pareció exagerado a Tolstoi que sus protagonistas tuvieran trece como Sofía y él mismo tuvieron?), su mujer se procura métodos anticonceptivos, lo que indigna al protagonista. “La última excusa para nuestra vida de cerdos [se refiere a las relaciones sexuales]- los hijos- había desaparecido y la vida se volvió más vil que nunca.” La mujer se infatua de un violinista, el protagonista se convence de que están manteniendo una relación y la mata. Al violinista no le mata por la poderosa razón de que sale huyendo y él estaba en calcetines y hubiera sido ridículo perseguirle de aquella guisa, cuando quería aparecer terrible. El protagonista es absuelto del crimen por el presunto adulterio de su mujer.
Por si no estuviera claro el mensaje atroz de la novela, Tolstoi aún escribió en su epílogo: “Dejemos de creer que el amor carnal es elevado y noble y comprendamos que cualquier objetivo que merezca que lo persigamos- al servicio de la Humanidad, de nuestra patria, de la ciencia, del arte, de Dios- cualquier objetivo, en tanto podamos considerar como merecedor de nuestro esfuerzo, no se alcanza mediante la unión a los objetos [adviértase que reduce al cónyuge a la categoría de objeto] de nuestro amor carnal, en el matrimonio o fuera de él; que, de hecho, la infatuación y la unión con el objeto de nuestro amor carnal (digan lo que digan en contrario los autores de novelas y poemas de amor) nunca ayudarán a nuestros esfuerzos valiosos, sino que sólo los entorpecerán”. Resulta curiosa la idea de que el amor carnal entorpezca la búsqueda de objetivos más valiosos, cuando la defiende un hombre que utilizó a su mujer como a una suerte de secretaria y cuyos consejos, por ejemplo sobre puntos de la redacción de “Guerra y Paz” atendió. Por cierto, que Sofía copió siete veces “Guerra y Paz”; para que se quejen quienes la lean y la encuentren larga.
“La Sonata Kreutzer” causó una profunda impresión a Sofía, que se vio retratada en el personaje de la esposa. Lo peor es que no fue la única que encontró el parecido. Digamos que socialmente le resultó un poco embarazoso.
Tolstoi ejercería una poderosa influencia sobre Gandhi, el cual se obsesionaría aún más que Tolstoi con el celibato y la lucha contra la concupiscencia. Como en el caso de Tolstoi, su esposa, Kasturba, se vio privada de vida sexual a partir de los 37 años por decisión de su esposo que había decidido practicar la abstinencia sexual sin pedirle su opinión. Kasturba, como Sofía, fue un apoyo importantísimo para su esposo, en cuyas luchas le acompañó siempre. Kasturba afirmaba que era feliz en su matrimonio. Dado que Kasturba no dejó diarios, ¿la creemos o más bien sospechamos que, como mujer india, no podía actuar de otra manera ni decir otra cosa? Nunca lo sabremos.
La otra cuestión con la que Tolstoi se puso muy pejiguero fue con la de la pobreza. La austeridad está muy bien, siempre que no se la impongas a otros, a menos que te llames Angela Merkel. Sofía, como buena administradora y madre de trece hijos, siempre estuvo muy preocupada por maximizar los derechos de autor de su marido. Por cierto que, en un tono más desagradable, Tolstoi al tiempo que abrazó la pobreza, dejó de bañarse. Puede que haya algún versículo en los Evangelios que diga que los pobres tienen que ser sucios, pero todavía no lo he encontrado.
Por lo que cuenta Sofía, su abogacía de la pobreza debía de ser un poco como cuando las damas francesas del Antiguo Régimen jugaban a ser pastorcillas en un rincón apartado de sus inmensos jardines. Pintoresco, pero sé consciente de que estás jugando y no practicando lo que predicas.
José L. Gordillo en un artículo en el libro “Lev Tolstoi en el mundo contemporáneo” defiende su sinceridad a la hora de abrazar la pobreza y los argumentos son que traspasó la propiedad de la hacienda a su mujer y le cedió los derechos de sus obras anteriores a 1881, mientras que él renunció a los derechos posteriores. ¿Podemos creernos ese abandono de los bienes mundanos, cuando los legas a alguien que por carácter y por las convenciones de la época sabes que no te va a dejar tirado? No sé, no sé. Es más fácil jugar a ser pobre que serlo.
No entraré en los últimos años del matrimonio ni en la muerte patética de Tolstoi en una estación de tren. Voy a terminar con la única entrada que hizo Sofía en su diario en 1868:
“Me hace sonreír leer mi diario. ¡Cuántas contradicciones, como si fuese la más desgraciada de las mujeres! ¿Pero quién podría ser más feliz? Cuando estoy en el cuarto a veces me río de alegría y me santiguo y rezo a Dios por muchos, muchos más años de felicidad. Siempre escribo en mi diario cuando nos peleamos… ¿y no nos pelearíamos si no nos amáramos?… Llevo casada seis años, pero todavía le amo con el mismo amor apasionado, poético, enfebrecido, celoso…”
Quiero pensar que, a pesar de todos los conflictos, hubo años de mucha felicidad que hicieron que a la postre el matrimonio mereciera la pena. Lo quiero pensar, aunque sé que la realidad no siempre es como la pensamos
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