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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

El matrimonio de Tolstoi (1)

Emilio de Miguel Calabiael

Es famoso el inicio de “Anna Karenina”: “Todas las familias felices se parecen unas a otras; pero cada familia infeliz tiene un motivo especial para sentirse desgraciada”. La novela, efectivamente, gira en buena medida en torno a varias familias. En el segundo párrafo de la novela ya nos enteramos de que el príncipe Oblonsky, el hermano de Anna Karenina, le ha puesto los cuernos a su mujer Dolly con el ama de llaves. Debe de ser algo genético, porque más adelante será Anna la que se los ponga a su marido, el Consejero Karenin, un hombre bastante mayor que ella, seriote y aburrido.

Aunque el eje de la novela sean Anna y sus relaciones con su amante el Conde Vronsky, creo que el personaje que realmente le interesa es el de Konstantín Lyovin. Lyovin es un personaje sincero, que sigue los impulsos de su corazón. Se enamora de Kitty, la hermana de Dolly, y aunque al principio ésta le rechaza, su sinceridad y su honestidad acabarán ganándola.

Allí donde la relación adúltera de Anna y Vronsky es una relación de decadencia moral y social, la de Lyovin y Kitty es una de crecimiento amoroso y espiritual. Por ejemplo, en la quinta parte, mientras Lyovin y Kitty van a asistir a Nikolai, el hermano de Lyovin, que está muriendo de tuberculosis, y le cuidan hasta que fallece, Anna y Vronsky viajan a Europa, donde intentan codearse con los círculos de rusos de la élite que viven allí, pero no son aceptados por su condición de adúlteros y se ven condenados a estar permanentemente en compañía el uno del otro, aburriéndose juntos. Por cierto, que es una situación similar a la que sesenta años más tarde conocerá otra pareja de adúlteros,- Ariane y Solal en la novela “Bella del Señor” de Albert Cohen. Así, mientras buscando el placer y relacionarse con la alta sociedad, la relación de Anna y Vronsky naufraga, la de Lyovin y Kitty fructifica a través del amor puro y generoso y de un deseo de volver a una vida modesta en su hacienda, cerca de la naturaleza y del pueblo sencillo.

Lyovin no sólo crea un matrimonio perfecto, sino que también le da un sentido a su existencia, abrazando una vida sencilla y tratando de regirse por principios evangélicos. Recupera su fe cristiana y se reconcilia con la idea de que, a pesar de su fe y de sus anhelos por ser mejor, seguirá siendo simplemente humano y cometiendo errores:

Me sentiré irritado como antes contra Iván, el cochero, seguiré discutiendo lo mismo, expresaré inadecuadamente mis pensamientos, continuará levantándose un muro entre el santuario de mi alma y los demás, incluso entre mi espíritu y el de mi mujer. Seguiré culpándola de mis sobresaltos para luego arrepentirme de ello; mi razón no comprenderá por qué rezo y sin embargo seguiré rezando… Todo como antes…

Pero a partir de hoy mi vida, toda mi vida, independientemente de lo que pueda pasar, no será ya irrazonable, no carecerá de sentido como hasta ahora, sino que en todos y en cada uno de sus momentos poseerá el sentido indudable del bien, que yo soy dueño de infundir en ella.”

Son muchos los que han dicho que Lyovin es un trasunto de Tolstoi. Es cierto que comparte con éste muchas ideas y rasgos autobiográficos, pero yo creo que más que retratarse tal cual era, en Lyovin Tolstoi describe al hombre que quiere llegar a ser. Y esto nos lleva al matrimonio de Tolstoi.

Una visión amable del matrimonio Tolstoi,- por ejemplo la que ofrece Leah Bendavid-Val en “Song without Words: The Photographs and Diaries of Countess Sophia Tolstoy”- es la de que se trataba de dos personas con mucho temperamento que se casaron muy enamorados, llegaron a desarrollar una relación muy profunda, aunque cada vez chocasen más por sus fuertes caracteres, hasta que al final la relación se agrió del todo. Si se mencionaban los aspectos menos agradables del matrimonio, solía ser para compadecerse del pobre Tolstoy, que había tenido la desgracia de casarse con una mujer histérica y un poco loca. Otra visión idílica es la que presenta Alexandra Popoff en “Sophia Tolstoy. A Biography”, donde la presenta como una mujer que adoraba a su genial marido y que se sacrificó gustosa y trabajó como una mula llevada por esa adoración. Esta visión positiva de Tolstoy y su matrimonio predominó durante la etapa soviética. Tolstoy era uno de los grandes genios patrios y se quería mantener su imagen idealizada.

En los últimos años, a raíz de la traducción al inglés en 1985 de los diarios de Sofía Tolstoy, se ha procedido a una relectura del matrimonio de los Tolstoy y el resultado no deja en buen lugar ni al escritor ni al matrimonio en sí. William L. Shirer, sobre la base de esos diarios escribió en 1994 “Love and Hatred: The Stormy Marriage of Leo and Sonya Tolstoy”.

Parece cierto que Tolstoy y Sofía estaban muy enamorados. Ella tenía 18 años y debió de impresionarle ese ex-militar de 34, que ya se había creado una fama en los círculos literarios y que venía de muy buena familia. En cuanto a Tolstoy, sólo hay que transcribir lo que dejó escrito en su diario el 12 de septiembre de 1862: “Estoy enamorado de una manera que nunca pensé que fuera posible estar enamorado (…) ella es encantadora en todo.” Tolstoy deseaba sentar la cabeza después de una existencia muy agitada y pensó que Sofía era la persona ideal.

Lo malo es que en su deseo de pasar página, decidió ser salvajemente sincero con su mujer y pocos días antes de la boda quiso que ella leyera su diario. Era un diario que, por su contenido, bien hubiera podido escribirlo Charles Bukowski hasta arriba de alcohol y de porros. El diario hablaba de putas, de sirvientas, de mujeres casadas y hasta de un hijo con una de las campesinas de su hacienda; también había espacio para las borracheras, las enfermedades venéreas y noches de juego. Se me ocurren dos preguntas: ¿en qué estaba pensando Tolstoy cuando le dejó leer sus diarios a su prometida? Y ¿por qué Sofía no salió huyendo al momento? Misterios del corazón humano. Sofía escribiría en 1890, casi treinta años después: “No creo que me haya recuperado nunca del shock de leer los diarios de Lyovochka [el diminutivo afectuoso de Lev, el nombre de pila de Tolstoi], cuando era su prometida. Todavía puedo acordarme de los pinchazos lacerantes de los celos, del horror ante esta primera experiencia aterradora de la depravación masculina”. Bueno, eso era sólo el comienzo...

 

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