José “Pepín” Bello es una de las personalidades más singulares de la Historia cultural española del siglo XX. Pasó por la Residencia de Estudiantes, donde se hizo amigo de Lorca, de Dalí y de Buñuel. Era un hombre culto, con talento, cuyo ingenio y creatividad atraían y ejercían un influjo sobre sus amigos. Todos parecían estar esperando la gran obra que escribiría algún día. Pero no la escribió. Los últimos años de su vida los pasó dedicado a representar un papel que le encantaba y para el que estaba muy dotado. Los dedicó a ser Pepín Bello, el último superviviente de la Residencia de Estudiantes, el hombre que contaba con gracia anécdotas de un mundo desaparecido.
A mi amigo Pedro Herrasti, que acaba de publicar “Madrid era una fiesta”, que está ambientada en la Residencia de Estudiantes y que tiene a Pepín Bello como uno de sus personajes, le pregunté por la razón de ese silencio. Su respuesta fue muy sencilla: “Era vago, muy vago. El hombre más vago del mundo”.
Con su mutismo, Pepín Bello ha conseguido que se fijen en él casi más que si hubiese escrito una buena novela, y además lo ha conseguido de una manera mucho más cómoda. Enumero a quienes le dedicado obras o le han utilizado en las suyas. Ya he mencionado a Pedro Herrasti. Enrique Vila-Matas lo mencionó inevitablemente en “Bartleby y compañía” su libro sobre todos aquéllos que, como el personaje de Melville, “preferirían no hacerlo”, esto es, preferirían no escribir. Vila-Matas habla de “la pulsión negativa o la atracción por la nada que hace que ciertos creadores, aun teniendo una conciencia literaria muy exigente (o quizás precisamente por eso), no lleguen a escribir nunca; o bien escriban uno o dos libros y luego renuncien a la escritura; o bien, tras poner en marcha sin problemas una obra en progreso, queden, un día, literalmente paralizados para siempre”. Vila-Matas apunta muy alto. A mí sigue pareciéndome una explicación muy convincente de la agrafia de Pepín Bello la de su vaguería.
José Antonio Martín Otín publicó hace unos años “La desesperación del té (27 veces Pepín Bello)”. El original título proviene de cómo describía Lorca a las tertulias poéticas que a la hora del té organizaban en el cuarto de Juan Vicens en la Residencia de Estudiantes. El libro narra de manera muy amena anécdotas e historias que Pepín le fue contando al autor a lo largo de sus seis años de amistad, hasta su muerte.
Álvaro Merino le dedicó en 2015 un documental que lleva el muy apropiado título de “Pepín Bello, el hombre que nunca hizo nada”. Es un vídeo de 29 minutos en el que Pepín Bello, centenario y lúcido, habla de su vida y sus recuerdos. El documental tiene un aire de nostalgia y estoicismo. La vida es lo que vivimos, no lo que hubiéramos querido vivir. Tal vez la clave del documental venga al final, cuando Pepín dice que no se arrepiente de nada.
David Castillo y Marc Sardá publicaron en 2007 “Conversaciones con José “Pepín” Bello”, un volumen de entrevistas con Pepín. Es un volumen entrañable, imprescindible para conocer a Pepín Bello. Como otros entrevistadores, le hacen contar anécdotas sobre el pasado, pero se preocupan por revelar al personaje. Y es en esas últimas páginas, cuando Pepín hace un balance de su vida, donde nos regala estas perlas de sabiduría:
+ Le hacen la pregunta que todo el mundo le hacía: ¿cómo se siente uno cuando se ha codeado con genios y él mismo no ha conseguido ese reconocimiento? “… nunca me he sentido discriminado. Ellos tuvieron su talento, lo supieron expresar y llegaron donde debían llegar. Lo que no sé es si fueron capaces de pasárselo tan bien como lo hice yo.”
+ “El amor es lo más sublime de su vida. Es lo que mueve el mundo. Todas las artes están inspiradas en el amor. El amor es divino y también es dolor…” (Esto dicho por un hombre que amó mucho y que estuvo a punto de casarse dos veces, pero ambas veces las cosas se torcieron. Terminó siendo buen amigo de las que hubieran podido ser sus esposas).
+ Le preguntan lo que es la felicidad y responde: “Todo lo que es inalcanzable. La vida tiene destellos de alegría, pero la felicidad plena no existe. A lo largo de mi vida nunca me he encontrado con alguien completamente feliz…” Y, por si quedaran dudas, remata: “Sin dudarlo ni un solo momento les digo que preferiría no haber nacido (…) Ya se irán dando cuenta a lo largo de sus vidas de que la felicidad no existe.”
Acaso la felicidad plena no exista, pero Pepín Bello supo sacarle a la vida de lo mejor que tiene para ofrecer. Acaso la felicidad plena no exista, pero la bondad sí que existe y Pepín Bello fue ante todo un hombre bueno.
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