“Paris-Austerlitz” es una novela que Rafael Chirbes terminó poco antes de morir. La novela cuenta la historia de un pintor madrileño que, peleado con su familia, se traslada a Paris. Una noche, en que las cosas le van mal, en un barucho de las afueras conoce a Michel, un obrero sin ambiciones y veinte años mayor, con el que empieza una historia de amor que, como tantas otras, terminará con dolor y decepción. La historia tiene algo de sordidez, que se acrecienta cuando uno ha leído los diarios de Chirbes y se da cuenta de que Michel no es otro que François, el obrero con el que mantuvo una relación tormentosa y que acabó muriendo de sida.
Estamos demasiado acostumbrados a los amores excelsos que se desarrollan en ambientes glamourosos, por eso choca cuando en las primeras páginas descubrimos un nido de amor descrito de la siguiente manera: “Así, ventana única en húmedo patio interior y retrete en el descansillo, era la vivienda de Michel. Aunque no, exagero un poco, no era tan patético el apartamento, es verdad que el retrete estaba en el descansillo, pero era de uso individual, la escalera no llevaba a ninguna otra vivienda: en aquella especie de hangar trasero, por encima sólo quedaba el tejado, en invierno placa frigorífica y en verano parrilla.”
La personalidad de Michel se corresponde perfectamente con ese apartamento. Es un hombre generoso y bueno, pero con “una falta de ambición, e incluso de ausencia de orgullo (…) un tipo cuyas aspiraciones habían sido llegar a la jubilación en el mismo puesto de trabajo; que el sueldo alcanzara a fin de mes y diese para ir de paseo con el amigo los fines de semana…”
Michel ofrece protección, da la impresión de ser un baluarte en el que el protagonista se puede refugiar. Pero el precio a pagar es aceptar una vida rutinaria que no va encaminada hacia ninguna parte, compartir un ideal de vida que consistía en “envejecer juntos chapoteando en el pequeño estanque de los hábitos”. No parece una perspectiva muy halagüeña, pero, cuando estamos enamorados, lo aceptamos todo. Más tarde, cuando el amor haya pasado, el protagonista se dará cuenta de cuál era la verdadera propuesta de Michel: meterle en la misma jaula en la que él estaba atrapado.
La historia empieza por el final, cuando el protagonista ya ha roto hace años con Michel y va a visitarle al hospital donde convalece de sida. Estas dos primeras páginas ya hablan de la futilidad del amor. El amor no cambia el mundo, ni salva a quienes amamos. El protagonista lo reconoce: “ni el mal [el sida] renunciaba a su trabajo, ni mis visitas le producían consuelo”. Jeanine, la amiga lúcida que desde el comienzo supo que la pareja se rompería y que Michel quedaría devastado, lo expresa de la siguiente manera: “Sufre cuando te ve, le traes recuerdos, echas sal en la llaga.” Siempre, en las relaciones, hay un tercero que las ve con desapasionamiento, que es consciente de quién traicionará a quién y de cómo se romperá. Ese amigo es como una Casandra que opta por callarse, porque sabe que, como a la Casandra original, no le oirán.
La historia tiene muchas lecturas y tal vez yo me quede con la más desoladora. Es el relato de un superviviente. Alguien que sobrevivió a una historia de amor excesivo que hubiera podido aniquilarle. En lectura egoísta,- que es una lectura a la que se prestan muchísimas historias de amor,- el subtexto de la historia sería: el amor duele y puestos a doler, prefiero que sea a ti.
La novela se lee con angustia y cuando uno la termina, lo que le pide el cuerpo es leerse un cómic de Tintín.
Literatura