(D. S. Mirski, muerto por haberse fiado de Gorki y del bolchevismo)
Uno de los episodios más impactantes del libro no tiene que ver con la literatura, sino con un personaje, D. S. Mirski. Mirski procedía de una familia principesca, había sido un oficial zarista y en la guerra civil había luchado en el bando de los ejércitos blancos. Durante su exilio en Londres se convirtió al marxismo. La elaboración de un breve libro sobre Lenin le llevó a simpatizar con la Revolución soviética y a entender mejor cómo se había llegado a ella. La Gran Depresión le hizo pensar que el marxismo estaba en lo correcto sobre el capitalismo y que la URSS era el único país moderno no fundado sobre principios decadentes. La mezcla de patriotismo ruso y convicciones marxistas le llevaron a regresar a la URSS en 1929.
Wilson se reencontró con Mirski durante su visita a Moscú en 1935. Para entonces Mirski era un hombre incómodo para el régimen. Su independencia intelectual y sus antecedentes nobiliarios hacían que la sombra de la sospecha aletease sobre su cabeza. Era un hombre de grandes conocimientos, que abarcaban un amplio espectro de temas. En un ambiente donde se barruntaban las próximas purgas, Mirski ya tenía escrita en la frente las palabras “a purgar”.
Mirski vivía en un arrabal de Moscú. La conversación con él era difícil y estaba plagada de silencios. Posiblemente Mirski se lo pensase dos veces antes de emitir un juicio de valor. Aunque casi mejor, porque cuando hablaba a veces no hablaba el crítico literario, sino el ideólogo. Para él “Tierra baldía” de Eliot era un documento sobre la decadencia del capitalismo. Y el crítico de Pushkin y Gogol, Vissarion Belinski, un moralista que insistía en la responsabilidad de la literatura con la realidad social y al que Mirski había criticado en el pasado, ahora era un personaje intachable, al haberse convertido en el santo patrón de la crítica dogmática soviética. Preguntado en público sobre el Ulises de Joyce, para salir del paso se vio obligado a decir que era el producto de una sociedad completamente podrida.
Tantas precauciones no le sirvieron de nada y él seguramente lo sabía. Desapareció en las grandes purgas de 1936-37. Parece que murió en un campo a comienzos de 1939.
A Wilson le interesan bastante las opiniones políticas de los autores que estudia. Así, dedica unas páginas interesantes a Joseph de Maistre, uno de los pocos escritores franceses de cierto peso que habló en favor de la reacción católica durante el período posterior a la Revolución Francesa. Wilson, por cierto, no encuentra que sea un pensador tan extraordinario como algunos han pretendido.
Para juzgar el cariz del pensamiento de Maistre, tomemos esta afirmación: “ Uno de los grandes errores de un siglo que los profesó todos fue pensar que podría aprobarse una constitución política que hubiera sido escrita a priori, cuando la razón y la experiencia demuestran que una constitución es una producción divina…” Wilson piensa, – y no le falta razón-, que los reaccionarios [al menos los del siglo XIX añadiría yo] están muy influidos por la idea del pecado, que les lleva a la convicción de que el ser humano es malvado por naturaleza. A estos reaccionarios, más que la libertad, les importa el control; temen que una sociedad sin control caiga en el caos.
Otro personaje cuyas ideas políticas interesan a Wilson es Dostoyevski. Dostoyevski pertenecía a la clase rusa ilustrada. Aunque no perteneciera a las élites gobernantes, se había imbuido de sus ideas. Las clases gobernantes rusas hablaban francés y su brújula cultural apuntaba hacia Europa; consideraban a los campesinos rusos,- la mayor parte de la población-, como unos bárbaros. Su exilio en Siberia le mostró una realidad que no había percibido en San Petersburgo, donde se movía entre los círculos profesionales: los rusos de a pie desconfiaban de él y lo detestaban por su educación. Había una brecha entre el ruso de a pie que hacía imposible que los reformistas de las clases altas pudieran contribuir eficazmente al desarrollo nacional.
La experiencia de Siberia provocó un cambio radical en su pensamiento. Ahora su recomendación a las élites era que desaprendieran las ideas procedentes de Europa y trataran de aprender el carácter y el pensamientos rusos. Pero, cuando dejó de fijarse en Europa, se encontró enfrentado al zarismo ruso, al sistema feudal de los terratenientes y a la Iglesia ortodoxa. En mi opinión es en “Los hermanos Karamazov” donde Dostoyevski ahonda más en la espiritualidad y la Rusia tradicional. Parece que en la continuación, que no llegó a escribir por su muerte, habría analizado el ethos revolucionario, que a la postre sería el que destruiría la Rusia tradicional.
Una de sus bestias negras es Ezra Pound. Considerando que el texto en el que lo critica data de 1922, no puede decirse que su crítica estuviese influida por la conversión posterior de Pound al fascismo. Wilson piensa que en “Poems 1918-21” Pound se pasa las dos terceras partes del tiempo traduciendo y citando a otros poemas y la otra tercera parte, imitándolos. Su ideal estético es el más elevado de la poesía anglosajona contemporánea y contrasta con su falta de habilidad para plasmarlos. En el fondo, aunque huyera a Europa, no deja de ser “una criatura infantil y un incurable provinciano”. Wilson ironiza sobre lo que Pound querría decirles a sus compatriotas: “¡Miren qué culto y cosmopolita me he vuelto desde que abandoné América, qué diferente soy de los que quedaron allá! Apuesto a que ninguno de ustedes conoce a Pratinas y a Gaudier-Brzeska [yo creo que a estos dos ya no les conoce nadie]. Puedo leer media docena de idiomas. ¡Soy amigo de Francis Picabia!” En el fondo la historia perpetua [otros ejemplos fueron Henry James y Ernst Hemingway] del norteamericano que huye a Europa buscando en ella lo que ha leído en los libros.
Literatura