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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

Describiendo siempre al mismo protagonista

Emilio de Miguel Calabiael

Hay unos cuantos autores que me da la impresión de que siempre describen al mismo protagonista en sus novelas y sospecho que ese protagonista se les debe de parecer mucho a como son en la vida real.

La primera vez que me di cuenta de ese fenómeno fue con Alfredo Bryce Echenique. El protagonista de “No me esperen en abril”, Manongo Sterne, procede de una familia de la élite limeña y, ¡hombre, qué casualidad!, Bryce también procede de una familia de la élite limeña. Manongo es despistado, sentimental, ingenuo, bueno, tiene su puntita de inadaptado y no quiere realmente crecer.

Tal vez el gran acontecimiento de la novela sea el amor entre Manongo Sterne y otra hija de la élite, Teresa Manzini. Será un amor tan apasionado como trágico. Manongo es demasiado romántico para un amor carnal al uso y mantendrá con Teresa ese amor idealizado que sólo pueden tener los adolescentes y los ingenuos. En fin, el tipo de amor en el que el miembro de la pareja más maduro suelta inesperadamente la gomita de la relación y le da al otro en la nariz.

Más tarde leí su autobiografía “Permiso para vivir” y hete aquí que me encontré a un tipo que se parecía mucho a Manongo Sterne, solo que aquí se llamaba Alfredo Bryce Echenique. Este Alfredo procede de la élite limeña y es despistado, sentimental, ingenuo, bueno, tiene su puntita de inadaptado y no quiere realmente crecer. Este individuo también tuvo un romance de adolescencia apasionado y trágico con una tal Teresa, que le dejaría marcado para siempre.

Aunque lo leí mucho más tarde, de estos tres libros que cito, el primero es “La exagerada vida de Martín Romaña”. El título no puede ser más apropiado. Martín Romaña es despistado, sentimental, ingenuo, bueno, tiene su puntita de inadaptado y no quiere realmente crecer (esta frase me suena, ¿dónde la habré leído antes?). A Martín Romaña le pasan siempre sucesos fabulosos y tremebundos, un poco como años después le pasarán al Bryce Echenique de “Permiso para vivir”, que dedicará meses a escribir una tesis sobre Henri de Montherlant, cuando en realidad quería haberla escrito sobre Maeterlink que suena tan parecido que…

Martín Romaña, al igual que un escritor peruano llamado Bryce Echenique, sobrevolará por el París de mayo del 68 sin enterarse mucho de lo que sucede, se emparejará con una mujer de carácter y mucho más práctica que él y la relación terminará en una ruptura que le dejará devastado.

Puede que Bryce Echenique se repita un poco con este protagonista, pero es alguien que cae bien y con el que el lector puede empatizar. Más difícil resulta empatizar con los Watanabes (en Japón, apedillarse Watanabe es como apedillarse López en España) de Haruki Murakami.

El protagonista más característico de Murakami es un hombre solitario, inadaptado, con pocas ganas de socializar, que no acaba de entender el mundo que le rodea y, tal vez porque no lo entiende, el mundo no para de sorprenderlo con todo tipo de sucesos extraños. A menudo Watanabe es dueño de un bar y es un amante del jazz. Como el propio Murakami, por cierto.

Como a los personajes de Bryce Echenique, las mujeres le importan mucho a Watanabe, aunque vaya de hombre por encima del bien y del mal. Watanabe tiende a despertar el amor de mujeres igual de raras que él, a las que su distanciamiento pone cachondas. Por cierto, que suelen ser ellas las que empiezan las relaciones con él.

Resulta difícil empatizar con Watanabe, pero a uno no le importaría ir a su bar, pedirle un güisqui y quedarse acodado a la barra oyendo jazz.

Lo de la empatía, en cambio, resulta imposible con los protagonistas de Houllebecq. El protagonista tipo de Houllebecq es un hombre misántropo, cínico, desengañado de todo, amargado y muy interesado en el sexo.

Ese tipo de personaje, en una novela descarnada como “Las partículas elementales”, encaja bien. Lo importante de la novela no es tanto lo que les sucede a los personajes, como el retrato que ofrece de la sociedad: un lugar comercializado y artificial, donde la autenticidad ha desaparecido. El sexo es lo único que de una manera imperfecta y efímera nos puede proporcionar un poco del contacto humano que buscamos. Pero hasta el sexo falla al final. Estamos condenados al fracaso en la búsqueda de la relación con el otro.

En “Plataforma”, una novela sobre el turismo sexual, Houllebecq repite personaje. Esta vez se llama Michel. Es un funcionario cuarentón, misántropo, hastiado, desilusionado, cínico, solitario y de vuelta de todo. Sí, no hay ningún adjetivo un poco positivo con el que poder describirle.

Lo malo de escribir sobre un protagonista que se te parece es que puedes caer en la tentación de ponerle en situaciones que ya querrías que a ti te sucedieran. Así es cómo a mitad de novela, Valerie, una ejecutiva de éxito, diez años más joven que él y con un cuerpo de delirio, se enamora de él. Sí, el tipo de romance que vemos todos los días. A partir de ese momento mi interés por la novela decayó.

Más tarde leí “Sumisión”, donde también aparece un personaje misántropo, cínico y solitario, con una novia con la que tiene un sexo alucinante… Terminé el libro renqueando y dificultad. He terminado un poco harto de escritores autorreferenciales, que siempre repiten el mismo protagonista. Para repeticiones ya me tengo a mí mismo.

 

 

 

 

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