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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

Al este del Edén

Emilio de Miguel Calabiael

Uno sabe que ha leído una gran obra, cuando cierra el libro y la historia no se le va de la cabeza. Hace poco leí “Al este del Edén” de John Steinbeck y aún me estoy reponiendo. Aparentemente, John Steinbeck tenía la misma impresión sobre su libro. A un amigo le escribió: “Terminé mi libro hace una semana (…) Con mucho el más largo y seguramente el más difícil que haya hecho nunca (…) He puesto todas las cosas que había querido escribir toda mi vida. Éste es “el libro” (…) Siempre había tenido este libro esperando que lo escribiera.”

La novela podría considerarse que retoma el mito de Caín y Abel y no sólo una, sino dos veces, en dos generaciones consecutivas. Para que quede claro, los hermanos rivales en cada una de las generaciones llevan nombres que empiezan por A y C (Adam y Charles; Aron y Caleb). La novela, desde este ángulo, podría resumirse de esta manera: dos hermanos, hijos de un impostor, rivalizan por el amor de su padre. Se quieren y se odian al mismo tiempo; o más bien Charles odia a Adam, el cual siente una mezcla de temor y amor por su hermano, que va dando paso a la indiferencia. El conflicto fraterno no se resuelve en esa generación, sino que pasa a la siguiente. Son los hijos de Adam, los mellizos Aron y Caleb quienes reproducen ese conflicto. Aron es el ser angelical, que suspira por la pureza y que sin hacer nada, consigue que todo el mundo le ame. Caleb es el hermano atormentado, que quiere ser amado y que es consciente de las semillas de maldad que lleva dentro.

Es sobre todo una novela de personajes y de relaciones humanas. En la caracterización de los personajes, Steinbeck se mueve entre el arquetipo y estereotipo. A un escritor menor le habrían salido unos personajes de tebeo y de dos dimensiones, pero Steinbeck es Steinbeck e incluso cuando cae en los estereotipos, al final hay un algo indefinible que lo redime.

Como escritor, me ha llamado la atención que uno de los personajes clave, Adam, sea un personaje desdibujado y al que cuesta entender. Y sin embargo, acaso sea el personaje más redondo, porque es el que tiene las mayores contradicciones. Se intuye que tiene una vida subterránea a la que no consiguen acceder ni los demás personajes, ni el lector. Si tiramos por el terreno de la teología, diríamos que Adam es el “Deus Absconditus”, el Dios que se oculta y que guarecido en su torre no quiere saber nada de su creación.

Adam es un hombre apático, que parece no saber lo que quiere en la vida. Es honesto y soñador, aunque nunca quede claro qué es lo que sueña y qué pretende. Es un hombre que roza la grandeza, pero nunca la alcanza. Personajes como el hiperactivo Samuel Hamilton o el arribista Cyrus Trask son más agradecidos para un escritor, porque hacen que la trama se mueva. Sólo un gran escritor como Steinbeck se atrevería a colocar a Adam en el centro de la trama y saldría airoso.

Pero el personaje más inolvidable de la novela es Cathy Ames, alguien que es incapaz de ver la bondad en nadie, alguien que sólo vive para salirse siempre con la suya y a quien nadie le importa. Resulta curioso que los personajes malvados den en las novelas mucho más juego que los personajes buenos. El mal tiene más aristas, más complejidad; se puede ser malo de muchas maneras, pero bueno sólo de una. Al final de la novela, justo antes de suicidarse, una duda empieza a surgir en Cathy: ¿y si los demás tuvieran y supieran algo que a ella le falta y que está relacionado con el bien?

Junto a los personajes principales, hay numerosos secundarios y resulta interesante el cuidado que pone Steinbeck en caracterizarlos. Está Joe Valery, el alcahuete amargado y no muy listo, que se ha creado un código de conducta que merece la pena transcribir por lo bien que sirve para retratar al personaje: “1. No creas a nadie. Esos hijos de puta tratan de engañarte; 2. Cierra el pico. No asomes demasiado la cabeza; 3. Ten siempre los oídos bien alerta. Cuando los demás den un resbalón, apúntatelo y espera; 4. Todos son unos hijos de perra y, hagas lo que hagas, ellos lo ven venir; 5. Ataca siempre dando un rodeo; 6. Nunca confíes nada a una mujer; 7. Ten fe sólo en el dinero. Todos lo desean, y venderían su alma al diablo por él.” Está Tom Hamilton, que es como una copia empobrecida de su carismático padre; un hombre con más sueños que seguridades y objetivos concretos. Está Alice Trask, la madrastra de Adam y la madre de Charles. Es una pobre mujer que sólo aspira a pasar desapercibida y a no molestar. Está Dessie Hamilton, una mujer con una gran alegría de vivir a la que una ruptura amorosa devasta. Intentando ocultar su tristeza y fingiendo una alegría que no siente, se arrastra por la novela. Hay una descripción patética de su intento de reencontrar la felicidad de la niñez junto a su hermano Tom en la finca paterna, poco antes de morir… Éstos son unos cuantos ejemplos del cuidado que Steinbeck puso en caracterizar a sus personajes. Pocos escritores ponen tanto cuidado en unos personajes que sólo habitan tramas secundarias en la novela.

“Al este del Edén” también podría verse como el relato de cómo una región del oeste de EEUU, el valle de Salinas, va dejando atrás el siglo XIX y va entrando en el XX, con su tecnología, sus coches y su urbanización. La historia de los personajes puede ocultar el gran narrador social que es Steinbeck. Su manera de manejar decenas de personajes bien caracterizados y de tener en cuenta al mismo tiempo el entorno social en el que se mueven sólo la he encontrado en los grandes novelistas rusos. La descripción histórica que hace del valle de Salinas al comienzo de la novela, casi podría haberla escrito Tolstoi: “…Primero estuvieron allí los indios, una raza inferior, desprovista de energía, de inventiva o cultura, unas gentes que vivían de gusanos, saltamontes o moluscos, pues eran demasiado perezosos para cazar o pescar (…) Luego llegaron las primeras avanzadillas de duros y enjutos españoles, ambiciosos y realistas, en pos sólo de Dios o de oro. Coleccionaban almas del mismo modo que coleccionaban piedras preciosas (…) Luego vinieron los norteamericanos, más codiciosos porque eran más numerosos. Tomaron posesión de las tierras y rehicieron las leyes para que sus títulos de propiedad fueran válidos…”

En resumen, una gran novela

 

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