Estos últimos tiempos en los que se ha hablado tanto del Rey Emérito, una de las opiniones más juiciosas (cuyo autor por desgracia no sé quién ha sido) es que al Rey Juan Carlos hay que leerlo como a un libro. En ese libro hay capítulos excelentes y otros muy buenos, pero también hay capítulos malos y otros francamente deleznables. Pero no debemos juzgar el libro por el capítulo que estemos leyendo, sino por su conjunto.
Hoy voy a contar un episodio de uno de los capítulos excelentes del libro. El año es 1966. Entonces Juan Carlos tenía 28 años y era el sucesor ungido de Franco, aunque todavía no se había producido la oficialización de esta sucesión, que no llegaría hasta 1969. En aquellos años, la figura de Juan Carlos despertaba gran interés. Todo el mundo quería saber lo que pensaba sobre el futuro de España. La incógnita era si querría continuar el régimen franquista o si trataría de traer la democracia a España. De eso fue la cena que voy a contar.
El 27 de junio de 1966, Joaquín Garrigues Walker dio una cena en su casa. Pero no fue una cena cualquiera. Los invitados fueron: Antonio Fontán, catedrático, miembro del Opus Dei y antiguo profesor del Príncipe de Asturias; Pedro Durán, consejero del Banco Urquijo, presidente de Catalana de Gas y La Maquinista Terrestre y Marítima; Manuel Ortínez, director general del Instituto Español de Moneda Extranjera; Hermenegildo Altozano, director del Banco Hipotecario y miembro del Opus Dei; Antonio Villar Massó, abogado, masón no público; Alberto Ballarín, notario; Carlos Fernández Novoa, catedrático; Antonio Barrera de Irimo, presidente de la Compañía Telefónica; Jaime Urquijo, secretario general de Energía e Industrias Aragonesas, S.A.; y Abelardo Algora, presidente de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas. La nómina de invitados se completaba con una pareja muy especial: los Príncipes de Asturias.
Empecemos con un pequeño repaso a alguno de los comensales:
– Joaquín Garrigues Walker: El anfitrión procedía de una familia de políticos, diplomáticos y hombres de letras. Empresario con vocación por la política, fue derivando cada vez más hacia el liberalismo. No creo que sea exagerar pensar que en 1966 ya barruntaba un poco lo que acabaría siendo la UCD, el vehículo político que pilotó la Transición.
– Antonio Fontán: Periodista. Al año siguiente se convertiría en editor en jefe del diario Madrid, cuya línea liberal daría tantos quebraderos de cabeza al régimen, que lo acabaría cerrando en 1971. Fue uno de los padres de la Constitución de 1978.
– Hermenegildo Altozano: General, ex-gobernador civil de Sevilla y miembro del Opus Dei. Era miembro del consejo privado de Don Juan. En el momento de la cena presidía el Banco Hipotecario de España.
– Antonio Villar Massó: A comienzos de los ochenta llegaría a ser Gran Maestre del Grande Oriente Español. Existen sospechas de que pudiera haber sido confidente de la Dirección General de Seguridad.– Antonio Barrera de Irimo: Ser Presidente de la Telefónica en aquel entonces era casi más importante que serlo ahora. Era un hombre de talante liberal y un experto economista. Había sido presidente del Instituto de Estudios Fiscales y Secretario General del Ministerio de Hacienda y había participado en la elaboración de los planes de desarrollo. Desde luego era una de las personas más indicadas para hablar sobre la situación de la economía española.
– Abelardo Algora: Desde el año anterior era el presidente de la Asociación Católica de Propagandistas. Esta Asociación era muy activa en esos años, en los que los aires del Concilio Vaticano II parecían prometer que la democracia cristiana podía ser una alternativa real al socialismo y al liberalismo en las democracias occidentales. Pienso que el papel que jugó la Asociación en los primeros momentos de la Transición y en la formación de la UCD no se ha reconocido lo suficiente.
– Los Príncipes de Asturias: Para 1966 los más realistas ya se habían dado cuenta de que la apuesta más segura como sucesor de Franco era Don Juan Carlos. No era ningún secreto que Franco no tragaba a Don Juan. Carlos Hugo de Borbón-Parma, con sus tendencias socialistoides, no era una opción creíble. Aún faltaban seis años para la boda de Don Alfonso de Borbón con Carmen Martínez-Bordíu Franco, que por un momento y para algunos ilusos, podía parecer que le daba algunas posibilidades sucesorias.
Lo menos que se puede decir es que Garrigues había sabido escoger a sus comensales. Había juntado al probable sucesor de Franco con representantes de los medios económicos y de los sectores más liberales del régimen, aquellos que apostaban por una reforma que llevase sin estridencias a una monarquía constitucional a la británica. En el lado de las ausencias, cabe notar que no había ningún representante de la izquierda rupturista ni nadie que pudiese hablar por los nacionalismos, que entonces no se denominaban así, sino regionalismos o separatismos. También había una interesante ausencia del Ejército, a pesar de la presencia del General Altozano, que sospecho que estaba allí más por su condición de Director del Banco Hipotecario que por la de general auditor de la Armada.
En aquella cena se habló mucho de cómo sería la España postfranquista. El Príncipe mostró recelos de los excesos del pluripartidismo, pensando seguramente en leyes electorales como la israelí, que hace casi imposible que nadie consiga la mayoría absoluta y dan como resultado parlamentos que son un guirigai de partidos y en los que los minoritarios y extremistas acaban convirtiéndose en imprescindibles para gobernar. La opinión generalizada en la cena fue que debería implantarse un sistema bipartidista, a lo anglosajón, con un partido socialista y otro democristiano, más algún otro partido minoritario. La consecución de ese sistema podía verse facilitada si se escogía la ley electoral adecuada. El sistema que al final acabó implantándose en España a partir de 1982 fue prácticamente ése: una alternancia entre un partido socialista y un partido conservador. Lo que los comensales no previeron fue el peso que tendrían en su día los partidos nacionalistas.
Una cuestión que se debatió fue si debería haber un referéndum previo a la restauración monárquica. Algunos de los asistentes (Villar Massó, Jaime Urquijo y Abelardo Algora) eran partidarios del referéndum en un contexto de restablecimiento democrático paulatino. Los demás, salvo Garrigues, que no se pronunció, preferían una restauración seguida de un referéndum, cuando la Monarquía ya hubiese tenido ocasión de demostrar sus intenciones democráticas. El referéndum tal cual nunca llegó a celebrarse. La votación de la Ley de la Reforma Política no fue un referéndum sobre la Monarquía, sino sobre los planes democratizadores de Suárez. El referéndum sobre la Constitución de 1978 a medias podría considerarse un referéndum sobre la Monarquía. Dado que la Constitución establecía la Monarquía constitucional como la forma de gobierno, indirectamente puede decirse que se estaba sometiendo la Monarquía a referéndum. En el contexto de los primeros años de la Transición un referéndum sobre la Monarquía habría podido resultar como cuando uno le pide a su novia que le diga con sinceridad lo que está pensando; el resultado puede ser muy bueno o un desastre.
En la cena también se habló sobre la postura que debería tomar el Príncipe con respecto a Franco. La opinión mayoritaria fue que el Príncipe debería colaborar con Franco, pero sin comprometer su actuación futura. Quienes opinaban que debería pactar con la oposición quedaron en minoría. La sugerencia de incluir a algún dirigente de los del exilio fue rechazada. En general se pensaba, con razón, que ya no representaban una fuerza real. Cuatro años después del Contubernio de Munich que fue mucho ruido y pocas nueces, estaba claro que los líderes exiliados pertenecían al pasado y que el futuro del país ya no pasaba por ellos.
El enigma es: ¿y cómo sé tanto de una cena a la que no asistí? Sencillo. Uno de los asistentes se chivó a los servicios de información de Franco. ¿Quién? Si son ciertos los rumores de que era un informante, el candidato obvio es Antonio Villar Massó. Aunque lo cierto es que se crea un círculo vicioso: porque hay rumores de que era un informante, le atribuyo el chivatazo sobre la cena, lo que a su vez refuerza las sospechas de que era un informante.
Una curiosidad final. Aunque es más que probable que el informe sobre la cena lo leyera Franco, no lo mencionó en sus conversaciones con su primo Franco Salgado-Araujo y no parece que la cena cambiase nada en sus relaciones con el Príncipe.
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