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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

Los asirios y el imperialismo (2)

Emilio de Miguel Calabiael

Todo imperio se define por la distinción entre centro y periferia. El centro es el lugar de origen del imperio, allá donde el orden y la civilización reinan supremos. La periferia es la parte no sometida, que vive en un estado de barbarie que justifica su conquista e incorporación al imperio. En los imperios coloniales europeos la distinción centro/periferia, solía designarse como metrópoli/colonias. En función de la rentabilidad económica y facilidad de conquista podemos distinguir entre una periferia cuya incorporación es deseable y otra de la que sólo esperamos que no nos amenace y que, en el mejor de los casos, nos sirva de tapón frente a otros imperios vecinos. Un ejemplo lo podemos tener en la diferente actitud de los británicos ante Cachemira y ante Afganistán. La conquista de Cachemira era deseable, en cambio la de Afganistán, no: poco rentable y costoso de mantener bajo control, Afganistán era mucho más útil como Estado tapón frente a Rusia.

Los asirios se veían como reyes universales porque dominaban de mar a mar, del Golfo Pérsico al Mediterráneo y, en su concepción, controlaban todo lo que merecía la pena controlar. Para los asirios, la periferia se categorizaba en tres tipos: vacía, extraña y disponible. La periferia vacía era, por ejemplo, el desierto arábigo, un lugar poco poblado, carente de grandes estructuras políticas y atrasado. Con el paso del tiempo, se dieron cuenta de que muchos lugares que habían caracterizado como vacíos, no lo estaban tanto y fue abriéndose paso la idea de una periferia diversa, en la que están ausentes determinados rasgos culturales que en Mesopotamia se daban por supuestos. Tanto vacía como extraña, la función principal de la periferia era proporcionar los recursos que faltaban en las llanuras mesopotámicas. Al final, esa periferia proveedora de recursos acabaría convirtiéndose en el mapa mental asirio en periferia disponible, cuya conquista era deseable.

La propaganda es necesaria para toda entidad política y más para un imperio. Los tapices describiendo batallas victoriosas que los reyes españoles colocaban en los corredores por donde iban a pasar legados extranjeros eran una manera sutil de recordarles que más convenía no desafiar a los ejércitos españoles. Las exposiciones coloniales que varias potencias europeas organizaron a partir de la segunda mitad del siglo XIX eran una manera de transmitir la extensión de sus dominios y la gran obra civilizadora que estaban haciendo en ellos.

Todo eso les habría sonado familiar a los asirios. Era tradicional que al regreso de una campaña victoriosa, los reyes escribieran una carta al dios Asur relatándole los pormenores de la misma. Por indicios, los historiadores creen que la carta era leída al pueblo, al final del desfile de los prisioneros y del botín conseguido. Con el paso del tiempo, los asirios comenzaron también a hacer relieves que colocaban en los muros y las puertas, describiendo sus victorias y el trato dispensado a los pueblos vencidos.

Una característica de los asirios es la exhibición de la crueldad que empleaban contra los pueblos que se les resistían. Empalamientos, cabezas cortadas y clavadas en picas, profanación de necrópolis reales… La técnica de los castigos ejemplares para ablandar a potenciales enemigos ha sido empleada por muchos imperios. Los británicos ataron a los cipayos que se rebelaron en 1857 a la boca de cañones que luego dispararon. Tamerlán, cuando Bagdad se rebeló, la asoló y cortó las cabezas de sus habitantes para hacer minaretes con ellas y enseñar a otras poblaciones las consecuencias de alzarse contra su señor. Tal vez la diferencia sea la profusión con la que los asirios hacían alarde en público de su crueldad. Otros imperios podían ser igualmente crueles, pero sólo alardeaban de esa crueldad ante destinatarios concretos. Por ejemplo, sólo ante los súbditos indios en el caso del aplastamiento de la rebelión de los cipayos.

Liverani hace notar algo en lo que yo nunca había caído. En las guerras es muy habitual que se viole a las mujeres. Sin embargo, esas violaciones, que indudablemente se produjeron, no aparecen reflejadas ni en los relieves conmemorativos, ni en las cartas al dios. Resulta interesante que en general los imperios, aunque a veces lleguen a recurrir a violaciones sistemáticas para humillar a una etnia vencida, no alardean de estas acciones.

Una forma especial de propaganda son las grandes construcciones. A un emperador le resultan especialmente atractivas. Aparte de símbolos de su poderío, le permiten albergar sueños de eternidad. Me imagino a Sargón II viendo un ziggurat recién construido y pensando que mostrará su gloria a las generaciones venideras por los siglos de los siglos. Unidas a las grandes construcciones están las obras de ingeniería que ponen en valor la tierra y marcan el dominio del señor sobre ella. Pensemos en las calzadas romanas y los caminos del Inca, que conducían a Cuzco. En ambos casos, a la utilidad práctica de contar con vías de comunicación que conecten el imperio, se añadía el simbolismo de unidad y cohesión que transmitían.

 

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