Una de las obras más influyentes del siglo XIX inglés fue la “Historia de la India Británica” de James Mill. Fue el libro cabecera de muchos británicos antes de embarcarse rumbo a la India para administrar las crecientes posesiones inglesas en el Subcontinente. Fue el libro que leían, quienes desde Londres, tenían que tomar decisiones sobre el gobierno de la India. El libro era un estudio de la cultura, la Historia, la religión, el arte y las leyes de la India. Pero eso casi era anecdótico. Lo más relevante es que se trataba de un ataque a la forma en que la Compañía de las Indias Orientales había estado gobernando sus posesiones indias y una propuesta de reformas para llevar el progreso y el desarrollo económico al Subcontinente. Lo irónico es que el autor de un libro tan influyente sobre la India, nunca puso un pie en el país.
James Mill era un clérigo pobre escocés que, no habiendo conseguido una parroquia por lo mal orador que era, se había dedicado a ser tutor de los hijos de la aristocracia y al que de cuando en cuando le salían trabajillos literarios mal pagados. En 1806 comenzó a escribir “La Historia de la India Británica”, más que por curiosidad intelectual, porque se había dado cuenta de que se trataba de un tema cada vez más relevante y con el que se podía labrar un porvenir. Acertó en ambas cuestiones.
Mill afirmaba que uno podía conocer más sobre la India desde su sillón que recorriéndola durante años. Todo era cuestión de saber utilizar los documentos de manera crítica y juiciosa. Siendo la realidad infinitamente diversa, la experiencia de la misma no garantiza necesariamente que vayamos a conocerla mejor. Es más, su falta de experiencia garantiza su objetividad. Resulta irónico que dijera esto, cuando la obra es cualquier cosa menos objetiva.
Hay un punto en el que puedo darle la razón. Un historiador que quiera escribir sobre el asesinato de Julio César no puede desplazarse a la antigua Roma. Necesariamente tendrá que escribir su historia a partir de documentos y no de la experiencia. El problema comienza cuando Mill comienza a hacer juicios de valor sobre un país que no conoce personalmente y, encima, se atreve a ofrecer consejos sobre cómo debería ser gobernado.
Mill tenía una opinión bastante pobre de las civilizaciones asiáticas y le rechinaban tanto el elogio que Voltaire hizo de la civilización china, como el entusiasmo con el que su compatriota William Jones se puso a estudiar sánscrito y a redescubrir el pasado de la India. Pensaba que ambos habían perdido la objetividad y el sentido común, rasgos que parece que sólo se podían dar en Occidente. Para Mill las civilizaciones asiáticas (ahí mete también a la china) son semibárbaras y su grado de desarrollo es inferior al del feudalismo europeo. Precisamente, según Mill, uno de los errores de la Compañía de las Indias Orientales al tratar con los indios había sido asumir que tenían un grado de civilización elevado, cuando en realidad estaban en los primeros escalones de la civilización.
Si a los asiáticos en general les tenía en poca estima, de los hindúes ya ni hablemos. Al igual que los chinos, los hindúes eran “disimuladores, traidores, mendaces de una manera que supera incluso lo habitual en una sociedad sin cultura (…) tenían una exageración excesiva con respecto a todo lo que se refería a sí mismos (…) eran cobardes y carentes de sentimientos (…) extremadamente engreídos y llenos de un desprecio afectado por los demás (…) en lo físico son asquerosamente sucios en sus personas y en sus casas”. Dado que nunca salió del Reino Unido, me pregunto cómo habría descubierto tantas cosas sobre el carácter de los indios y los chinos. Para que quede claro que sus prejuicios contra los hindúes no son únicamente religiosos, les mete en el mismo saco que a los musulmanes cuando dice que en ellos se encuentran “la misma falta de sinceridad, la mendacidad y la perfidia; la misma indiferencia hacia los sentimientos de los otros [esto dicho por un compatriota de los oficiales de la Compañía que, durante la gran hambruna de 1769-70 en Bengala en la que murieron aproximádamente dos millones y medio de personas, se congratularon porque los ingresos de la Compañía no se habían visto afectados]; la misma prostitución y venalidad.” A los musulmanes al menos les reconocía algunas virtudes marciales, mientras que el hindú “como el eunuco, sobresale en las cualidades del esclavo.” Al menos todas esas taras no eran permanentes, sino producto del despotismo, la superstición y la religión. Con unos cuantos años de buen gobierno,- europeo, por supuesto,- desaparecerían.
La visión que Mill transmitió de la Historia de la India influyó mucho sobre los historiadores posteriores. La India antigua de la que habla Mill es la India de los invasores arios y de los brahmanes. Los pueblos drávidas que habitaban el sur y el este de la India eran irrelevantes en este esquema. Mill dividió la Historia de la India en un período hindú, un período musulmán y un período británico. Las cosas no fueron tan sencillas como para establecer una división tan tajante entre el período hindú y el musulmán, que comprende el Sultanato de Delhi (1206-1526) y el Imperio Mogol (1526-1857). Ambos imperios continuaron las tradiciones estatales de sus predecesores hindúes y mantuvieron una relación de diálogo con sus súbditos hindúes y con los reinos hindúes que aún persistían en el sur del Subcontinente. Tanto musulmanes como hindúes eran reclutados para trabajar en su administración y hubo reinos hindúes que consiguieron mantener su soberanía en ambos períodos. Las guerras del Sultanato y de los mogoles contra los estados hindúes estuvieron determinadas por consideraciones de poder, no religiosas.
Desde el punto de vista de Mill, la parte más importante de la Historia era aquélla en la que narraba cómo la Compañía fue conquistando la India. No ahorra críticas y niega que la violencia sirva para legitimar el imperio conquistado. Otro blanco de sus críticas son los monopolios comerciales creados por la Compañía.
No obstante, las críticas a la Compañía tenían un límite, ya que Mill pensaba que “el gobierno inglés en la India con todos sus vicios, es una bendición de incalculable magnitud para la población del Hindustán”, ya que los indios en su estado actual no eran capaces de autogobernarse. Un gobierno arbitrario por europeos atemperados por el honor y la inteligencia europeas era lo que la India necesitaba, puesto que “incluso el abuso más extremo de poder europeo es mejor, estamos persuadidos, que el ejercicio más moderado del despotismo oriental”. “Cuanto mayor sea la circunferencia del dominio británico, más extenso será el reino de la paz” [frase interesante. Para 1817, fecha de conclusión de la obra, la Compañía había sostenido las siguientes guerras: la primera guerra anglo-mogola (1686-1690); la primera guerra carnática (1746-1748); la segunda guerra carnática (1749-1754); la tercera guerra carnática (1756-1760); la guerra de Bengala (1756-1765); la primera guerra contra Mysore (1766-1769); la primera guerra contra los rohillas (1773-1774); la primera guerra anglo-maratha (1775-1782); la segunda guerra contra Mysore (1780-1784); la tercera guerra contra Mysore (1790-1792); la guerra contra Kottayam (1793-1806); la segunda guerra contra los rohillas (1794); la segunda guerra anglo-maratha (1803-1805); la guerra anglo-nepalí (1814-1816). Creo que me estoy dejando algunas, pero no tengo ganas de seguir buscando. El concepto de paz que manejaba el Sr. Mill es muy peculiar, a menos que se estuviese refiriendo a la paz de los cementerios).
Los capones que le daba a la Compañía no eran tanto porque la detestase como porque quería promover su propio concepto de imperio. Mill tenía ideas modernas y de progreso y creía que el imperialismo no podía basarse en la fuerza bruta. Su legitimidad le venía por su capacidad para fomentar el progreso y el desarrollo de los países conquistados. La introducción del buen gobierno justificaría las violencias con las que comenzó la conquista.
La obra de Mill consiguió los objetivos para los que fue escrita: Gran Bretaña empezó a cambiar el sistema de gobierno de la India y él mismo logró una sinecura como funcionario de la Compañía.
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