El maoísmo, con todos sus vaivenes y avatares, alumbró trayectorias vitales singulares y, en más de una ocasión, truncadas antes de tiempo. Tal vez la vida más singular de todas sea la de Lin Biao: genio militar del Ejército Popular de Liberación, sucesor in pectore de Mao y traidor condenado a la damnatio memoriae.
Lin Biao procedía de una familia modesta. La suerte familiar se torció cuando Lin tenía diez años por las exacciones de los señores de la guerra. En 1919 Lin se trasladó a Shanghai para proseguir sus estudios. Por aquellos años tal vez fuese Shanghai la ciudad de China con una mayor agitación social y donde el incipiente marxismo arraigó con más fuerza. Lin se dedicó más a la agitación que a los estudios y con 16 años ingresó en la Liga Juvenil Comunista. Poco después ingresó en la Academia Militar de Whampoa, que se acababa de crear. Al año de haber ingresado, fue llamado a participar en la expedición al norte que organizó Chiang Kai-shek para acabar con los señores de la guerra y unificar el país. En esa expedición Lin mostró ya sus dotes militares y acabó siendo nombrado comandante de batallón.
En 1927 Chiang Kai-shek desencadenó su ofensiva contra los comunistas. Lin desertó y en 1928 se unió a las filas del pequeño ejército que Mao había empezado a crear en la zona rural del centro sur de China. En esos años Lin se forjó la reputación de ser un comandante eficaz que nunca perdía una batalla. Otro comandante que se forjó una reputación parecida fue Peng Dehuai. Más tarde sus caminos se cruzarían de forma desagradable, aunque por aquellos años colaboraron bien entre ellos.
Existe un testimonio del periodista norteamericano Edward Snow sobre cómo era Lin Biao a mediados de la década de los treinta: “… bastante delgado, con la cara ovalada, oscuro, guapo. Peng hablaba con sus hombres. Lin mantenía las distancias. A muchos les parecía tímido y reservado. No hay historias que reflejen calidez y afecto por sus hombres. Sus colegas comandantes del Ejército Rojo respetaban a Lin, pero cuando hablaba, todo era trabajo… Lin estaba especializado en añagazas, disimulo estratégico, sorpresas, emboscadas, ataques por el flanco, golpes por atrás y estratagemas. ”
En 1938 fue herido de gravedad y tuvo que ir a la URSS a tratarse. Allí permanecería durante tres años. Muchos han atribuido el comportamiento errático de sus últimos años a esta herida, de la que nunca se habría repuesto del todo. Parece que en algún momento a finales de los 30 se convirtió en adicto al opio y posteriormente a la morfina.
Regresó a China en 1943 y en 1945 fue elegido miembro del Comité Central del Partido Comunista Chino. Cuando la guerra civil se reinició, Lin Biao mandó las tropas del noreste del país y mostró nuevamente el gran general que era. Mi sospecha es que Lin Biao era un neurasténico, al que sólo se le pasaba cuando se dedicaba a lo único que se le daba realmente bien, el arte de la guerra.
Tras la victoria en 1949, Lin no quiso ocupar cargos militares y políticos de importancia, aduciendo su mala salud. Su eclipsamiento casa mal con la ambición de la que daría muestras más adelante. Simon Leys piensa que pudo haber tenido que ver el hecho de que había colaborado en el pasado con Gao Gang, quien fue purgado en 1954 por haber tratado de incrementar su poder y hacerles la cama a Liu Shaoqi y a Zhou Enlai. Como quiera que fuera, para mediados de la década de los cincuenta Lin Biao dejó de hacerle ascos al poder y comenzó su ascenso: en abril de 1955 se reintegra al Comité Político en la duodécima posición; en 1956, tras la VIII Asamblea del Partido asciende al séptimo lugar en el nuevo Comité Político; en 1958 es designado quinto vicepresidente.
En su ascenso jugó toda la pelota que supo hacerle a Mao. En 1958 se destacó en la campaña de rectificación contra la derecha y de él partió la iniciativa de anotar las citas de Mao y promover el estudio del pensamiento de Mao, estando en el origen del Libro Rojo de Mao. Aparte del peloteo, a Mao Lin le venía bien para segarle la hierba bajo los pies a Peng Dehuai, quien era demasiado inteligente e independiente para su propio bien. Por su parte, y a la vista de su comportamiento, es muy probable que Lin estuviera resentido con Peng desde antiguo. Peng era, sin duda, más carismático y competente que Lin.
Durante el Gran Salto Adelante, Peng cometió el error de decir lo que pensaba: que aquello era un desastre y que Mao era un inconsciente. Bueno, lo segundo no lo dijo tan a las claras, pero lo dejó entender: “El presidente dice todo el tiempo más, más rápido, mejor y resultados más económicos. Es un fastidio. ¿Qué quiere entonando esas cantinelas todo el tiempo?” Peng tuvo el coraje de decir en voz alta lo que muchos pensaban. Sin embargo, cuando Mao le puso la proa, todos esos apoyos se esfumaron. Peng fue humillado y defenestrado en el Octavo Pleno del Octavo Comité Central del PCCh, que se celebró en julio-agosto de 1959. El momento de Lin había llegado. En septiembre Mao le nombró Ministro de Defensa en sustitución del defenestrado Peng.
En contra de sus instintos de estratega militar, desde su cargo Lin promovió el tipo de Ejército que quería Mao: un Ejército ideologizado. La virtud revolucionaria reemplazó al profesionalismo. Se dió primacía a los aspectos ideológicos y espirituales sobre los materiales y técnicos. Se recuperaron los principios de la guerra popular y la guerrilla rural, aunque las condiciones en las que condujeron a la victoria ya no se daban. Se crearon milicias populares. Se suprimeron los rangos… Además de ser un lameculos, Lin no soportaba que nadie le hiciese sombra, por lo que se rodeó de un equipo de mediocres.
El entusiasmo con el que promovía el culto a la personalidad de Mao, su solicitud ante la sugerencia más remota de Mao, su inquebrantable adhesión a Mao en cualquier enfrentamiento que tuviera con otros miembros del Partido y el éxito que tuvo China en la breve guerra contra la India de 1962 hicieron subir sus acciones hasta la estratosfera.
Dos pequeños ejemplos de los lameculos y miserable que podía ser. Cuando Mao iba a comparecer en la tribuna de Tiananmen, se hacía informar de cuándo el Gran Timonel estaba a punto de llegar. Entonces se apresuraba para comparecer antes de que Mao llegara y pedía a un ayudante que le entregase una copia del Libro Rojo de Mao para exhibirlo cuando apareciese éste. En cierta ocasión en que le dijeron que la gente le veía como el mejor estudiante de Mao, su respuesta complacida fue: “No tengo ningún talento. Lo que sé, lo aprendí de Mao.”
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