ABC
Suscríbete
ABCABC de SevillaLa Voz de CádizMi ABCABC
Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

Cinco aportaciones de España al humanismo (y 2)

Emilio de Miguel Calabiael

El siguiente hito tiene que ver con la conquista de México y lo que algunos españoles idealistas quisieron hacer con la tierra recién ganada; “batalla de utopías”, denomina Salafranca este capítulo. Hernán Cortés admiró el refinamiento de la cultura mexicana que se encontró y su objetivo no fue destrozarla, sino cooptarla. Que las repúblicas indias, al mando de sus señores naturales, se convirtieran en vasallos y cooperadores con el rey de las Españas. Hernán Cortés no pudo aplicar sus ideas hasta el final. El rey no quería que se formasen señoríos en las Américas que resultasen luego tan difíciles de desmontar como ocurrió con los señoríos castellanos del siglo XV. Retiró a Cortés del gobierno de México y en su lugar nombró al primer virrey, Antonio de Mendoza.

Durante el gobierno de Cortés, llegaron a México franciscanos extremeños para ayudar en la evangelización. Eran monjes heterodoxos, que vieron en las Indias la posibilidad de empezar ex nihilo, dejando atrás las corruptelas del Viejo Mundo. Veían a los indios como el nuevo pueblo elegido para regenerar el cristianismo. Su aportación cultural (implantación de escuelas de artes y oficios, establecimiento de escuelas conventuales, de universidades…) no ha sido lo suficientemente ponderada. Los franciscanos, que no estaban muy alejados de las posturas de Cortés, querían la creación de un cristianismo mesoamericano que se engarzara en el cristianismo. Les interesaba sobre todo formar a las élites mexicanas que habrían de convertirse en un puente entre los dos mundos. La manifestación principal de estos afanes sería el Colegio de la Santa Cruz de Tlatelolco, que se fundó en 1533.

Otro de los protagonistas de este período fue Vasco de Quiroga, un jurista de prestigio que se metió tardíamente a clérigo y al que la Corona envió para que corrigiese los desaguisados hechos por el primer auditor de México, Núñez de Guzmán. Vasco de Quiroga se posicionó en contra de la esclavización de los indios, lo que implicaba atacar las encomiendas y dado que estimaba que la presencia española sólo se justificaba si se cristianizaba a los naturales, combatió con denuedo todas las trabas que encontró a la conversión. Quiroga propuso un modelo alternativo, entre lo utópico y lo buenista. Propuso la creación de comunidades fundamentadas en un cristianismo sincero, -los hospitales-pueblo-, en las que se asistiese y diese cobijo a los menesterosos y se produjese sin propiedad privada. Era una propuesta que se inspiraba en los municipios castellanos, las tradiciones comunitarias mesoamericanas y el humanismo utópico de Tomas Moro. Lo mejor de todo es que Vasco de Quiroga quiso poner en marcha sus comunidades ideales y llegó a fundar dos hospitales-pueblo. Además puso en marcha otra gran idea, la república mixta. Se trataba de comunidades en las que españoles e indios conviviesen, aunque cada uno por su lado, y los cabildos fuesen mixtos. Todas estas empresas fueron acompañadas de otras no menos osadas, como la fundación del Colegio de San Nicolás, para la formación de españoles, mestizos e indios.

A medio plazo muchas de las ideas de Quiroga no salieron como pensaba, pero fueron más perdurables que las de muchos otros. Las comunidades de Michoacán, donde más se implicó, aún le recuerdan como el Tata (papá) Quiroga.

El siguiente hito que resalta Salafranca es la Constitución de Cádiz. Resulta increíble lo que sus redactores consiguieron en unas circunstancias imposibles: con el rey cautivo en Francia, con casi toda la Península ocupada por los franceses y la propia Cádiz asediada, con una tradición monárquica cuestionada, con una América en la que estaban apareciendo los primeros signos de la descomposición del régimen tradicional…

La Constitución de Cádiz combinó la recuperación de instituciones tradicionales castellanas arrumbadas por siglos de Absolutismo Habsburgo y Borbón y la introducción de las nuevas ideas liberales que habían traído consigo las Revoluciones americana y francesa. Se trataba de convertir a la Monarquía Católica en una Monarquía nacional. La primera innovación fue que las Cortes no se convocaron por estamentos, sino por diputados electos por provincias y territorios. La segunda, que hubiese candidatos indianos en igualdad con los españoles.

Los cambios que introdujo la Constitución sobre el Antiguo Régimen fueron innumerables. El rey deja de serlo por la gracia de Dios y pasa a serlo por gracia de la Constitución emanada de la soberanía popular. El rey es ahora monarca de las Españas, “una nación repartida por el mundo, de ciudadanos iguales, sin referencias geográficas constreñidas y sin diferencias entre territorios según hubiera sido su proceso de incorporación a la Monarquía.” Dicho de otra manera, desaparece la concepción tradicional en la que una serie de territorios disparejos tenían como un único vínculo a la Corona. Una consecuencia de esto es que desaparece la figura del Virrey; los virreinatos se convierten en divisiones administrativas semejantes a las provincias peninsulares. Otras novedades fueron: la división de poderes con la instauración de un poder judicial independiente, la derogación de las jurisdicciones señoriales y del Santo Oficio, la prohibición de la tortura…

La Constitución de Cádiz fracasó. La primera causa de su fracaso fue su miopía al no querer otorgar a los españoles de América el peso que les correspondía. Aplicando criterios estrictamente demográficos a la representación, la mayor parte de los diputados hubieran debido proceder de América. Ello habría provocado seguramente un basculamiento de la Monarquía hacia América, algo semejante a lo que ocurrió en Brasil. Si se hubiera permitido ese basculamiento, tal vez la historia de las emancipaciones americanas habría sido muy distinta y puede que hasta no se hubieran producido. La segunda causa de su fracaso fue el rey felón Fernando VII, sobre el que se podría decir tanto y nada bueno…

Salafranca termina el libro con Francisco Giner de los Ríos. Tendemos a pensar en Giner de los Ríos como una suerte de oasis en el desierto de la educación española. No fue así. Más allá de su genialidad, Giner de los Ríos llegó a ser porque ya existía un ecosistema español que luchaba por una educación laica de calidad y por un grupo de pensadores de vanguardia cuyo recuerdo se han llevado por delante las cuatro vacas sagradas del regeneracionismo y del 98. Citemos algunos: Javier Llorens y Barba, positivista y empirista, Ramón Martí d’Eixalá, el germanófilo Julio Sanz del Río, el profesor de Literatura y Estética Francisco Fernández y González, Nicolás Salmerón…

Giner de los Ríos entró como catedrático de Filosofía del Derecho y Derecho Internacional en la Universidad Central de Madrid en 1867. Desde el primer momento se reveló como un defensor de la libertad de cátedra, la verdad científica en la enseñanza y la libertad de conciencia frente al dogma. Pronto advertiría que todo ello requería la renovación de la educación universitaria. El Estado había emprendido la lucha contra el monopolio de la educación universitaria por la Iglesia, pero esto era más fácil de proclamar que de ejecutar. Salvo algunos recalcitrantes a ambos lados del espectro político, había un consenso amplísimo sobre la conveniencia de la educación pública. Los desacuerdos venían a la hora de hablar sobre cómo sustanciarla. Para unos tenía que haber un magisterio no religioso, pero respetuoso con los valores tradicionales españoles. Otros abogaban por la más absoluta neutralidad y una educación basada en la ciencia. Fue la segunda línea la que se impuso no sin algunos baches.

La Institución Libre de Enseñanza, creada a 1876 con el apoyo de la burguesía liberal madrileña, fue la respuesta a esos debates sobre la educación universitaria, que no siempre le habían dejado satisfecho. Se fundó sobre los principios de la libertad de cátedra, la libertad de conciencia y la ciencia. Irónicamente acabó teniendo más importancia en la educación secundaria que en la universitaria y no se puede desdeñar la gran relevancia intelectual que alcanzó. Entre las actividades de la nueva institución estuvieron las charlas de extensión académica, que tocaban todos los palos y estaban abiertas al público general. Por allí pasarán Ortega y Gasset, Blas de Cabrera, Miguel de Unamuno, Albert Einstein, Marie Curie, Henry Bergson… Entre los alumnos que pasaron por su Residencia de Estudiantes, tendrá a Luís Buñuel, Salvador Dalí, Federico García Lorca, Vicente Aleixandre o Pepín Bello. Por cierto que Pedro Herrasti escribió una novela ambientada en la Residencia de Estudiantes a finales de los 20, que es muy aconsejable, – “Madrid era una fiesta”-, y que comenté aquí el 25 de marzo de 2022.

Un ejemplo de la admiración que despertó Gíner de los Ríos, fue lo que dijo a su muerte Unamuno, un hombre que no era pródigo en elogios: “aunque no hubiera escrito nada, como lo dejó Sócrates, su obra viviría entera.”

 

Historia

Tags

Emilio de Miguel Calabiael

Post más recientes