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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

Simplemente Trump (1)

Emilio de Miguel Calabia el

Estuve dudando si titular esta entrada “¿En qué manos hemos estado?” o “Para habernos matado”, pero la Presidencia del 45º Presidente de EEUU ha dado para tanto que esos dos títulos se me antojaban insuficientes. Así que opté por un título más sencillo, pero que creo que lo explica todo: “Simplemente Trump”.

Philip Rucker y Carol Leonnig son dos periodistas de “The Washington Post” que en 2020 escribieron “A very stable genius. Donald J. Trump’s testing of America”, un intento de encontrar algún sentido a los primeros dos años y medio de la Presidencia de Trump. Sintieron que estaban ocurriendo tantas cosas, que los titulares escandalosos de ayer eran reemplazados por los titulares aún más escandalosos de hoy, que era necesario hacer una pausa y analizar cómo era la Presidencia que estaban viviendo.

Según dicen, utilizaron más de 200 fuentes entre funcionarios, amigos y asesores externos al Presidente, pero la mayor parte de las fuentes pidieron que se respetase su anonimato. Primera crítica mía al libro: entiendo que esas fuentes quisieran el anonimato, pero esto priva al lector de la posibilidad de contrastarlas y verificarlas. Para los críticos como yo, dicen que grabaron muchas de las entrevistas. ¿Muchas? ¿Y por qué no todas? Otras fuentes que utilizaron fueron vídeos, noticias de los medios, textos de la Administración…

También dicen que en su libro “reconstruyeron con cuidado escenas para revelar al Presidente Trump sin filtros, mostrándole en acción más que decirles a los lectores lo que tienen que pensar de él”. Esta proclamación de objetividad es engañosa. Ya hay un sesgo implícito en el tipo de escenas que se escogen. Por otra, a lo largo del libro, los propios autores violan este principio una y otra vez. Por ejemplo, en las primeras páginas encontramos la siguiente frase al comienzo de una escena: “El Presidente electo mostraba completa indiferencia por la ética del gobierno y por la Ley.” Inevitablemente esta frase tiñe toda la escena que sigue a continuación. Aunque la imagen que el libro da del personaje Donald Trump creo que se corresponde con la realidad, habría sido más honesto reconocer un cierto sesgo de los autores en contra del personaje.

Trump ha proporcionado muchos momentos de esos que a toro pasado piensas “para habernos matado”, pero creo que los medios liberales han cometido un error importante con el personaje. Lo han vilipendiado, lo han ridiculizado, han puesto al descubierto sus numerosas mentiras, pero no han tratado de entender qué tiene el personaje para haberse ganado la lealtad de muchos votantes y haber conseguido secuestrar al Partido Republicano. Sin un análisis en profundidad de cómo ha conseguido crear ese vínculo tan fuerte con sus votantes, corremos el riesgo de verle presentarse a las elecciones de 2024 y ganarlas. Biden sacó siete millones más de votos, pero con que unas cuantas decenas de miles de votos en algunos estados clave hubiesen cambiado de dirección, ahora estaríamos viviendo en el segundo mandato presidencial de Trump.

Como aficionado a la Historia, hay una última cosa que no me gusta del libro: la inclusión de diálogos que “puede que no siempre sean exactos, pero que se basan aquí en los recuerdos de los acontecimientos de mucha gente y, en muchos casos, en notas contemporáneas tomadas por los testigos”. Lo lamento, pero reproducir un diálogo con exactitud tal y como fue es casi imposible. La memoria como mucho recordará algún intercambio especialmente memorable del mismo y punto; además, la memoria no siempre es fiable, puede dejarse fuera detalles o inventar involuntariamente otros. Por otra parte, las notas contemporáneas sí que pueden ser muy útiles para saber lo que se dijo y reconstruir el tenor de la conversación. Me gusta la Historia rigurosa y por eso creo que las frases entrecomilladas y la reproducción de conversaciones sólo deben incluirse si estamos razonablemente seguros de que así ocurrió.

Señaladas estas carencias de libro, tengo que reconocer que me gustó y que creo que logra transmitir una imagen bastante exacta de cómo es el personaje Trump.

Para mí, lo más definitorio de Trump es su ego. No es una persona a la que de vez en cuando su ego le ponga zancadillas. Es un ego que en ocasiones se aquieta un poco y deja que se entrevea un poco la persona que hay debajo, aunque Trump lleva tantas décadas cultivando su ego y dejándose llevar por él, que es posible que ni él mismo sepa que hay por debajo de él.

La visión que Trump tiene de sí mismo es megalomaniaca. Así es como se definió en cierta ocasión: “Realmente, a lo largo de mi vida, mis dos fortalezas mayores han sido la estabilidad mental y ser realmente listo. La corrupta Hillary Clinton también jugó esas cartas con mucha fuerza [se refiere a la imagen que los críticos cde Ronald Reagan daban de éste como una persona inestable emocionalmente y con una inteligencia moderada] y, como todo el mundo sabe, se vino abajo en llamas. Pasé de ser un hombre de negocios MUY exitoso, a Superestrella de la Televisión y a Presidente de EEUU (en mi primer intento). Pienso que eso me calificaría no como listo, sino como genio… y un genio muy estable.”

A menudo los complejos de superioridad enmascaran otros de inferioridad inconfesables. Una cosa que ha llamado la atención a bastantes analistas es la manera en la que Trump quedaba como hipnotizado por los dictadores. Me recuerda a alguien que conocí que de adolescente había sido el empollón de la clase con el que se metían los matones. De mayor, cuando hubo hecho mucho dinero, le encantaba reunirse con gente canalla, del mismo estilo de los que le habían matoneado de adolescente. Jugar a que pertenecía a la liga de los canallas, al tiempo que sabía que su fortuna le protegía, seguro que le compensaba por las humillaciones pasadas. Se diría que a Trump le atraían esas exhibiciones de poder-macho alfa de líderes que no tienen que sufrir las cortapisas que te impone un sistema democrático.

Como botón de muestra, están sus relaciones con Putin al comienzo de su mandato. Por algún motivo Trump estaba muy impaciente por encontrarse con Putin. Parece que llegó incluso a preguntar si podía reunirse con él antes de su toma de posesión. Algo bastante torpe, cuando estamos hablando de alguien a quien se había acusado de haber interferido en las elecciones norteamericanas en favor de Trump. Parecía un niño impaciente por ver al paje de los Reyes Magos para entregarle su carta. La imagen es mía evidentemente, pero responde muy bien a lo que describe el libro.

El gran encuentro tuvo lugar finalmente el 7 de julio de 2017 en Hamburgo, en los márgenes de una reunión de los líderes del G-20. Trump procuró que apenas trascendieran detalles de su encuentro. Pero lo que sí comentó fue que le preguntó a Putin si había interferido en las elecciones norteamericanas, Putin lo negó y Trump dijo que le creía. Curiosa tanta credulidad cuando sus servicios de inteligencia le habían confirmado que había habido interferencia rusa. Es un poco como si el Primer Ministro inglés Chamberlein le hubiera preguntado a Hitler en agosto de 1939 si tenía pensado invadir Polonia y Hitler lo hubiera negado. Como las dos horas de conversación le habían sabido a poco, durante la cena de gala que esa noche ofreció Angela Merkel, a los postres Trump movió su silla hasta la de Putin y todavía hablaron una hora más.

Trump salió de aquella reunión convencido de que había establecido una relación personal con Putin y que ya sabía de Putin y de Rusia mucho más que su Secretario de Estado, Rex Tillerson, el cual llevaba años tratando con Putin. Este ejemplo muestra además otra faceta de Trump: el hombre impaciente, que no sabe escuchar y al que le aburren los detalles. Antes del encuentro con Putin, Tillerson le había aleccionado sobre el carácter de Putin y la política exterior rusa. Parece que Trump, como haría tantas otras veces, le escuchó a medias distraídamente y la información le entró por un oído y le salió por el otro.

Además de no saber escuchar, a Trump le aburría leer. Su Asesor de Seguridad Nacional, el general McMaster, le preparaba documentos sobre las grandes decisiones, detallando los riesgos envueltos y describiendo las posibles ventajas de cada curso de acción. Para facilitar la lectura, McMaster y su equipo resumían todo en tres hojas. Aún eso era demasiado para Trump. Uno de los secretarios de su gabinete aún resumía el resumen en media hoja. Uno de los confidentes de Trump confesó: “Llamo al Presidente el hombre de los dos minutos. El Presidente tiene paciencia para media página.” Finalmente McMaster optó por darle la información en tarjetones y en forma de bullet points.

 

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