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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

La edad prohibida

Emilio de Miguel Calabia el

Hubo un tiempo hasta los años 50 del siglo XX en el que la adolescencia y la primera juventud eran esa edad tontorrona y prescindible que enlazaba la niñez entrañable con la madurez responsable. De los adolescentes se esperaba que fueran obedientes y aplicados y que esperasen con paciencia el momento de asumir sus responsabilidades como miembros productivos de la sociedad.

Fue en la década de los cincuenta que los adolescentes y los jóvenes dejaron de responder a ese molde y se hicieron interesantes para el arte. Hasta entonces, no había habido una literatura ni un cine sobre esta edad. Ahora algunas de las novelas y películas más exitosas tenían que ver con esta etapa de la vida: “Rebelde sin causa” de Nicholas Ray (1955); “Pasa la tuna” de José María Elorrieta (1960); buena parte de la literatura beatnik; “Al este del Edén” de Elia Kazan (1955); “El guardián en el centeno” de J.D. Salinger (1951); “Lolita” de Vladimir Nabokov (1955); “La vida sale al encuentro” de José Luis Martín Vigil (1961)…

Torcuato Luca de Tena era discreto como escritor, pero brillante como autopublicista y husmeador de tendencias. En 1958 publicó “La edad prohibida”, que pretendía arrojar un poco de luz sobre aquella misteriosa etapa de la vida que parecía haberse popularizado tanto. El título está muy bien escogido; leído en 1958 podía dar a entender que lo que contaba era escandaloso. Desde luego, si la hubiese llamado “La edad del acné” o “La edad de la testosterona desbocada”, no habría tenido el mismo éxito.

El título viene de un párrafo en el que el protagonista reflexiona sobre las tentaciones de la carne: “Son cosas de la edad», se decía para consolarse. Pero en seguida añadía, ensañándose consigo mismo, que si la edad consistía en tener granos y cortaduras en la cara, suciedad en el pensamiento, manchas en los pantalones, y el corazón, en cambio, virginal, lleno de amor, sediento de amistad y de ternura…, esta edad debería estar prohibida.”

La novela se podría caracterizar como un “bildungsroman” moralista. El eje de la novela es el contraste entre dos amigos, Anastasio y Enrique. Anastasio es noble, honesto y trabajador. El tipo de yerno que cualquier madre desearía, pero no precisamente la de Celia, la chica de la que está enamorado. A la madre de Celia Anastasio, le parece poca cosa socialmente para su hija. Aunque al final de la novela, se comprobará que los tipos buenos, cuando son constantes, reciben su recompensa.

El reverso de Anastasio es Enrique. Muy brillante, quiere comerse la vida. Las reglas no existen para él. Desea imponer su voluntad a toda costa. Carece de moral. El dinero y las mujeres son lo que más le importa en la vida, sobre todo el dinero. En esta obra de buenos y malos, Enrique también recibirá su merecido y el autor nos lo anuncia desde las primeras páginas: está en prisión por haber matado a su amante para robarla.

La obra me recuerda a un tipo de cuadro moralizante que estaba en boga a finales del XIX. En él se veían dos caminos: uno angosto y difícil y el otro ancho y lleno de placeres. El primero terminaba en el cielo y el segundo en el infierno. La misma poca sutileza tiene la novela de Luca de Tena en cuanto a su mensaje. Tal vez en 1958 hubiera podido colar, pero en la sociedad descreída y resabiada en la que vivimos, esos tonos blancos y negros y esas moralinas ya no cuajan.

Para que se vea lo que va de la sociedad que retrata el libro a la nuestra, voy a transcribir un fragmento, que a ningún escritor actual se le ocurriría escribir, como no fuera con ánimo paródico:

“[Anastasio ha ido a hablar sobre su novia Maribel con el Padre Usoz, un cura de su colegio famoso por lo bien que dirige a sus alumnos y sus dotes para leer en su interior]… – Desde que el hombre nace -le dijo el Padre Usoz -vive en un puro tránsito entre dos madres: la suya propia, de la que se va poco a poco desvinculando por ley de vida, y la que será un día madre de sus hijos, hacia la que tiende desde que alcanzó la pubertad. Te digo como Benavente en “Más fuerte que el amor”: El alma de la mujer, ¿qué vale si dentro de ella no hay un alma de madre?, o como Martínez Sierra en “Canción de Cuna”:“…ya que toda mujer -porque Dios lo ha querido- dentro del corazón lleva un hijo dormido.”

Ser madre es el mayor regalo, el mayor adorno con que Dios ha distinguido a la mujer. No olvides nunca esto, Anastasio. Y mira siempre a la mujer como a una madre.

(…)
– Tú acabas de descubrir la Mujer, así, con mayúscula. Y la Mujer, así, con mayúscula, tiene para ti una sola cara: la de Maribel. Pero no olvides lo que dice el Eclesiástico: Brevis omnis malitia super malitiam mulieris: Toda malicia es pequeña en comparación con la malicia de la mujer, y que propter speciem mulieris multi perierunt: por la hermosura de la mujer se perdieron muchos.

– Eso no siempre es así -protestó Anastasio.

– ¡Bla, bla, bla! -rió malicioso el Padre Usoz-. Dice Gracián que fue Salomón el más sabio de los hombres, y fue el hombre a quien más engañaron las mujeres… Y tú, inocente como un pajarillo, te has puesto en pie sobre la barca, y sin mirar a babor y a estribor, te dispones, inexperto, a lanzar la cuerda, a pesar de lo lejísimos que estás. Pues mira…la cuerda estará en el aire hasta que te cases. Entre tanto, tus estudios, tu carrera, otras mujeres tenderán sus manos para agarrar la estacha lanzada; tú mismo quizás tirarás de la cuerda, en el aire, para que caiga en manos diferentes de aquellas a quien las enviaste…y las olas, las tentaciones, ¿no moverán tu pobre barquilla? Hijo mío, yo no quiero que digas nunca como Lope: ¡Pobre barquilla mía – entre peñascos rota…!

– Entonces, Padre, ¿eso quiere decir -y Anastasio lo dijo casi con terror- que tengo que dejar a Maribel?

– No, no, no. Quiero decir que no le lances tu estaca [una época más cínica, como la nuestra, habría visto en esta imagen un desliz freudianamente fálico ], o al menos que no ates al extremo de la cuerda tu propio corazón. Es prematuro aún para ti el hacer esta maniobra. De las dos madres que te he dicho, acércate a la tuya. Eres todavía como un pajarico que tiene caliente el nido.”

Entre moralina y moralina, Luca de Tena sí que introduce alguna escena osada como la de la visita involuntaria de Anastasio a un burdel. Sí, ya sé que hace falta mucha buena voluntad para creerse que alguien entra en un burdel involuntariamente, pero prometo que es lo que le ocurre a Anastasio en la novela. Escapa de una puta vieja y repintada (“Cuando Anastasio se dio cuenta de la clase de mujer que era, sintió un terror tan grande como si, perdido en la selva, se hubiera encontrado frente a frente con una fiera”) y se da de bruces con otra jovencita por la que se deja arrastrar a un lupanar:

“La mujer vieja aporreó una puerta.

—¡A ver si acabáis de una vez, so guarros, que hay gente esperando… ! Quincepesetas [Anastasio no ha alcanzado a enterarse de su nombre, pero sí de su tarifa] regresó con una lata de sardinas abierta.

—¿Gustas?

—No, muchas gracias.

La chica cogió una sardina, con los dedos, y la engulló. Después otra y otra más. Al fin bebió el aceite que quedaba en el fondillo y tiró la lata al suelo; cogió el pañuelo de Anastasio y se secó los labios y los dedos.

«Aún estás a tiempo —gritaban las voces dentro de Anastasio—. Di que no tienes dinero. ¡Busca una disculpa! ¡Escápate! »

Por la puerta aporreada, apareció de pronto una mujer desnuda con una toallita entre las piernas. Cruzó corriendo el pasillo y se metió en el retrete. Nadie la miró. Anastasio no había visto nunca una mujer así. Y se sorprendió de que no le conmoviera especialmente. El desnudo le pareció desolador. Le recordaba el frío, la miseria infinita, y el grabado de un catecismo francés sobre los condenados a las penas eternas.”

En el contexto de la época, más escandaloso que lo del burdel es que Enrique se convierte en el gigoló de una australiana veintitrés años mayor que él. Más tarde, en la tercera parte de la novela, le veremos amancebado con una uruguaya también mayor que él, a la que parasita y a la que acabará asesinando para hacerse con su dinero. Y es que Luca de Tena, para demostrar que el mal lleva a la perdición, no ahorra en pólvora.

Casi es esta tercera parte la mejor de la novela. La descripción del crápula de Enrique, cayendo en la depravación y el asesinato, resulta más verosímil que lo almibarado de la primera y segunda parte, donde Anastasio llevaba el peso de la historia. Tal vez sea que, como alguien dijo una vez, la maldad y la desgracia son más entretenidos que la bondad y la felicidad.

 

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