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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

Agustín de Foxá, poeta

Emilio de Miguel Calabia el

Con la poesía de Agustín de Foxá me pasa como con su novela “Madrid, de Corte a checa”. No me entusiasma, pero aquí y allá le encuentro destellos de muy buena literatura.

Tal vez uno de los problemas de Agustín de Foxá como poeta es que seguía aferrado al modernismo, que llevaba agonizando desde que la cirrosis se llevó por delante a Rubén Darío (1916) y Francisco Villaespesa se fue a hacer las Américas en vista de que las Españas empezaban a resistírsele (1917). Para terminar de arreglarlo, Foxá a veces daba a sus poemas un acento de nostalgia finisecular, que hubiera estado muy bien en 1906, fecha de su nacimiento, pero que quedaban anticuados en la década de los treinta. Aun así uno puede encontrar poemas memorables como éste: “Un coche de caballos, lento, hacia el horizonte; / landó viejo y violeta, de caballos canela, / y en él, mi niñez triste, mirando las acacias / y los escaparates de antiguas primaveras». Y en un giro muy foxiano esa imagen nostálgica y un poco triste, puede servir de base después para una humorada: “Es muy difícil pasar de una época a otra. Yo creo que yo he estado enfermo de los nervios por el pecado de haber ido de niño en coche de caballos y de diplomático en avión supersónico”.

Otros versos en la misma línea de nostalgia de la niñez, escrito por un hombre que algunos han dicho que era un niño grande: Y donde está aquel niño de comunión y aro,/ que hoy, en mi sangre de hombre, como un fantasma juega”. O estos cuatro versos, entresacados del poema “Ciudad en la niebla”: “…el pulso de la alcoba entre cortinas,/ casi ataúd, la cama de la abuela/ y olor a muerta, a naftalina y sábanas;/ y el verdín de la lluvia entre las tejas…”

Pero Foxá también puede dirigirse al pasado de una manera desábrida y retratar una sociedad que hiede a agua estancada y podrida. El poema “Hay algo…” parece impropio para un escritor que se identificaba como conde, gordo, fumador de puros y de derechas. Tal vez fuese que además de todo eso era cínico y lúcido:

Hay algo

peor que las culebras y la lepra.

Son los días tediosos

o las conversaciones

con huesudas mujeres enlutadas

de tíos, primos y demás parientes;

las fiebres que no importan

de agonizantes entre sábanas

casi desconocidos;

las sentencias

de los banqueros místicos;

el sucio patriotismo de los gordos

con leontina;

la moral ceniza

de las solteras con el sexo helado;

las bodas por hectáreas;

los cines expurgados;

las novelas

de institutrices y rosales

(…)”

Una de las grandes expresiones del modernismo de Foxá es el drama amoroso ambientado en la China antigua “Cui-Ping-Sing”, que es una de sus obras más apreciados por sus entusiastas. He leído fragmentos de la obra y encuentro que tiene no pocos versos banales: “Sobre esta choza/ haré el palacio azul de mis caricias./ Con nuestra sangre bordaremos hijos./ Nuestra alcoba dará al jardín./ Los besos/ caerán en la colmena o en las rosas./ Sabrá tu boca a fresa: mariposas y abejas/ bailarán en la lámpara nupcial”. Lo de la boca que sabe a fresa y las mariposas y las abejas me suenta a sentimentalismo modernista barato, pero en cambio “con nuestra sangre bordaremos hijos” me parece una imagen genial.

Existe un parlamento de esta obra que he visto repetido en muchas partes y que me parece excelente. Es lo que dice Hoang-ti, cuando conoce a la bella Cui-Ping-Sing:

Escucha…

¿En qué otro mundo de cerezas raras

oí tu voz? ¿En qué planeta lento

de bronces y de nieve, vi tus ojos

hace un millón de siglos? ¿Dónde estabas?

Fuiste agua hace mil años.

Yo era raíz de rosa, y me regabas…

Fuiste campana de Pagoda, yo era

nervio del ojo que miró a tu bronce.

Nos hemos perseguido

alma con alma, atravesando cuerpos

peregrinos de venas y latidos,

por pieles de animales, por estambres,

escamas, esqueletos cortezas;

por mil cuerpos y sangres diferentes,

alma con alma, cincelando torres

de espíritu con lágrima y sonrisa…


Tú fuiste, Cui-Ping-Sing, todo lo claro,

el cisne o la ceniza.

Yo fui todo lo oscuro,

la raíz, la tortuga.

Tus pechos

son dos nidos calientes,

tejidos en la rama de un almendro…”

Termino con un poema donde pareciera que el modernismo se disfraza con algunas greguerías a lo Ramón Gómez de la Serna:

Alferéz del navío, cuya vaca
es la ballena; y por reloj la brújula.
La palmera encendida en papagayos
y el negro azul; cañaveral de azúcar.
Marino del Caribe o Filipinas
que cruza suaves playas de criollas
con faldas rojas y pañuelos blancos.
Tu timón huele a clavo y a canela…”

 

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