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Un hombre íntegro, cabal e incorruptible

Daniel Tercero el

Todo lo que Severo Bueno de Sitjar de Togores era lo han dejado por escrito sus amigos Gonzalo de Oro-Pulido (El Catalán, 16 de septiembre) y Marcos Mas Rauchwerk (en el blog de la Fundación Hay Derecho, 17 de septiembre). Es decir, Bueno fue una persona íntegra, honesta y ejemplar. Un profesional insuperable, justo, trabajador y excepcional. Cosecha de La Gloriosa (número cinco de la promoción de abogados del Estado de 1996), Bueno fue, principalmente, un rara avis, ya que combinó sin ningún tipo de dificultad un carácter ganador y una admirada bonhomía. Nunca pronunció una palabra altisonante. Jamás experimentó odio. Se situó, con naturalidad y liderazgo, por encima de aquellos que solo crean cizaña y viven en el rencor. ¡Cuántos inútiles deberían aprender de él! Llegan tarde. Fue una de las personas más sensacionales que ha dado la ciudad de Barcelona. Cataluña y España serían peor, hoy, sin Severo Bueno.

La esclerosis lateral amiotrófica (ELA), una enfermedad degenerativa, se lo llevó la noche del 12 al 13 de septiembre. Desde entonces, y hoy van ya ocho días, los que le conocieron siguen recordando su persona y su legado humano, familiar y de amistad. Hay momentos en la vida de un hombre en los que llorar -aunque sea a escondidas- es la única manera de recordar a una persona querida y admirada. La muerte de Bueno (53 años) seguirá derramando lágrimas durante mucho tiempo. Y no solo será un punto de referencia para su mujer y sus cuatro hijos, también para muchos otros, porque Severo creó comunidad -como se dice en el argot actual-.

En enero de este año, Bueno tuvo que hacerse con un bastón porque le empezaba a fallar un pie. Todavía no sabía la decisión que había adoptado la maldita enfermedad, que se lleva de media a tres personas cada día en España y que no hay manera de contrarrestar. Desde entonces, el lunes era mejor que el martes, y este mejor que el miércoles. Y vuelta a empezar, porque el domingo era mejor que el lunes. En junio, Severo ya iba en silla de ruedas. Poco después, en verano, se refugió en Monreal de Ariza (Zaragoza). De allí era su padre, médico y fallecido hace años. Algunos de sus últimos días los pasó disfrutando de las aguas de Cambrils (Tarragona). Al fin y al cabo, la mitad de su historia está en Cataluña, su patria chica y la de su madre. La ELA se cebó con él y, sin embargo, aun sabiendo a lo que se enfrentaba, no quiso victimismos ni consuelos. De hecho, muy pocos conocían su situación. Tampoco su madre, que padece Alzheimer y a la que cuidaba a diario con esmero.

Bueno hizo comunidad en su trabajo, tanto del punto de vista profesional como laboral. Era el abogado del Estado jefe en Cataluña. La defensa de la ley, con la Constitución democrática como eje básico y soporte del entramado legal, y de los derechos individuales de los ciudadanos fue su premisa. Lógico, pues, que los cenutrios -generalmente origen de todos los males- se alejasen de él. Solo hay que imaginar su sonrisa irónica por el eco político de su muerte. Indiferencia, en unos, odio, en otros. Gran victoria. Severo no hubiera perdido ni un solo segundo en este tipo de memeces.

A lo que sí dedicaba su tiempo era a la defensa de los derechos civiles y los valores de convivencia. Fiel a su forma de ser argumentó (otros hubieran escrito peleó) y ganó en derecho lo que la razón y la lógica establecían. Nada mejor que compaginar esta defensa jurídica con la protección familiar. Ganó -sin el apoyo de la Administración General del Estado- una causa particular (a favor del bilingüismo) contra el aparato de la Generalitat de Cataluña (empecinada en el monolingüismo). Su victoria se convirtió en refugio de muchos padres. Un David contra Goliat, como ha recordado De Oro-Pulido, pero que a diferencia del relato bíblico, en el caso de Severo, David deja vivo a Goliat. Así era él. De la misma manera, creó comunidad en el colegio de sus hijos, implicándose activamente: en el Consejo Escolar, la asociación de padres de alumnos, la compañía de teatro de padres… No son pocos los que siguen hoy afligidos y le recuerdan con cariño. Incluso los que no lo trataron en persona están afectados, en cierto modo, cuando descubren a Severo Bueno y oyen y leen las palabras que le dedican.

A Severo le irritaban las mentiras, las injusticias y las situaciones ilógicas. Sobre estas últimas, una al azar. Anónimamente, hace unos años, se dirigió al Ayuntamiento de Barcelona para exponerle que, debido a la gran cantidad de motocicletas y ciclomotores en la ciudad (más del 12 por ciento del tráfico rodado, uno de los porcentajes más altos de Europa), tendría más sentido que estas tuvieran un espacio exclusivo entre los semáforos y los coches, para que salieran antes que los vehículos de cuatro ruedas al ponerse el semáforo en verde y se ganase en seguridad para todos, conductores y peatones. Esas parrillas son ya parte de las calzadas de Barcelona.

Íntegro, excepcional y… colchonero. Nadie sabe por qué era seguidor del Atlético de Madrid, pero disfrutaba y sufría con los rojiblancos. Una afición que paladeaba con su hijo pequeño al que llevó tanto al Calderón como al Metropolitano. Algunos recuerdan al chaval arrastrando hasta el colegio una mochila de ruedas con los colores del Atleti. Al llegar a la ESO, la regaló. La mochila y el molde de Severo Bueno siguen rodando.

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